Hace unos días el Consejero de Sanidad de C y L en el discurso de apertura de unas jornadas en Valladolid para los directivos de la Sanidad de esta Comunidad afirmó “La sanidad se enfrenta a la encrucijada más importante de la historia”. Me sorprendieron y casi me metieron miedo esas palabras, pues ( sobre todo como paciente) estaba seguro de que la mayor encrucijada que había sufrido la Sanidad española había sido, desde que existe el SNS, la dura experiencia y metamorfosis posterior que ha experimentado nuestra querida Sanidad Pública, desde la pandemia del Covid19.
¿A qué otra encrucijada futura se podría referir el Consejero de Sanidad? Me pregunto con mucho escepticismo, estando ya acostumbrado durante tantos años a percibir que el mundo en el que viven en general los políticos y en el que vivimos los ciudadanos, son dos mundos distintos, quizás siempre paralelos, que, excepcionalmente se tocan.
Estas reflexiones sobre el estado actual de la Atención Primaria en Salamanca, las hago desde mi experiencia de paciente y de ciudadano de esta ciudad: no las hago desde ningún estudio estadístico, pues a “estas alturas de la película” de la Sanidad, si hubiera esas estadísticas producto de un riguroso estudio realizado, no las creería, como le ocurriría a la mayor parte de la población. En la cuestión sanitaria por desgracia cada vez más el ciudadano/a cada día cree más básicamente en su propia experiencia.
La numerosa cantidad de cambios, (menores tiempos de consulta, menos sanitarios, restricciones de sus capacidades de decisión en exploraciones y en derivaciones a especialistas) configura un panorama tan distinto al anterior a la pandemia, mucho más empobrecido, de nuestra Atención Primaria, que solo un par de ejemplos y datos sirven para demostrar este camino que a veces se adivina como el de no retorno a una Atención Primaria suficientemente eficaz y coherente:
Ahora se han introducido masivamente la división entre consultas “no presenciales” y las presenciales; y cuando el sistema telefónico pregunta al usuario qué tipo de consulta “pide”, aparecen primero las palabras “no presencial”, es decir, consulta telefónica, y en segundo lugar las presenciales. Sin que nadie nos lo haya explicado hemos deducido con la experiencia que las consultas telefónicas tienen una utilidad y objetivo muy limitado: gestiones en torno a las medicaciones, farmacias, en torno a las dosis recetadas o cambios debidos, o quizás informar al médico de cabecera de si mejoramos, empeoramos o seguimos igual. El segundo ejemplo que demuestra el empobrecimiento de la A. P. es el hecho de que habiendo, después de la pandemia, una espera muchísimo más larga para el especialista, por sentido común la medicina de AP debería cobrar un mayor protagonismo e importancia. Pero no. La AP no ha asumido más relieve: No solamente por el reducido tiempo de consulta que “toca” a cada paciente, sino (y este es un tema esencial en todo proceso de cura) por la gran variabilidad de facultativos que el paciente encuentra en su supervisión. Personalmente he experimentado recientemente un médico distinto en cada una de las tres consultas que tuve en un período de unos seis meses. Todo terapeuta sabe que la calidad de la relación médico-paciente juega un papel esencial en el progreso terapéutico; y que esta calidad no puede darse en un cambio continuo de agente terapéutico.
“Virgencita, que me quede como estoy”, dice el chiste, que espontáneamente sale, si pensamos en posibles futuros “cambios” de esta escuálida Atención Primaria.
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