Hoy quiero proponerles una espléndida novela de un muy interesante autor, el norteamericano Amor Towles, que en estos últimos meses está de actualidad (siempre relativa y limitada, cuando la relevancia se refiere a asuntos literarios) por la reciente publicación en nuestro país, hace solo algunas semanas, de su último libro, la colección de relatos Mesa para dos, y porque en los meses previos a este verano se ha estrenado una serie sobre su libro más exitoso, Un caballero en Moscú, que ahora paso a presentarles. Aprovecho además para recomendarles otras dos novelas suyas, Normas de cortesía y La autopista Lincoln, también espléndidas.
El argumento de Un caballero en Moscú nos sitúa en la Rusia de 1922, en donde se viven de modo muy intenso los acontecimientos que siguieron a la Revolución de los soviets. El conde Alexander Ilyich Rostov, que había nacido en San Petersburgo apenas treinta y dos años antes, es acusado por un tribunal bolchevique de parasitismo social. Rostov, que lleva cuatro años viviendo en el famoso Hotel Metropol, en el centro de Moscú, en donde se aloja tras su vuelta a Rusia después una precipitada huida a París, como consecuencia de la muerte en un duelo de un adversario, encarna para el nuevo poder soviético los más despreciables atributos de su clase: la corrupción, los privilegios, la ambición, la injusticia, hasta el punto de representar una amenaza para la causa revolucionaria. Las sesiones de su comparecencia ante el Comité de Emergencia del Comisariado Político de Asuntos Internos, que se “transcriben” (todo es ficción) al inicio de la obra, nos permiten conocer a un personaje inteligente, culto, socarrón, irreverente y desdeñoso ante sus interrogadores, a los que desprecia y despacha con aparente indiferencia y acusado sentido del humor. Su atractivo, su aplomo y displicencia, sin embargo, lo acercan al paredón (el encanto personal es la máxima ambición de las clases privilegiadas, sentenciarán sus juzgadores).
No obstante, el hecho de que el inefable conde hubiera escrito en 1913 un poema que los nuevos jerarcas consideran, erróneamente, favorable a los ideales que ellos defienden, permite que la inevitable condena de fusilamiento sea conmutada y sustituida por lo que, en la jerga del momento, se conocía como un menos seis: el conde quedará en libertad y se le permitirá circular por toda Rusia a su antojo, siempre que no pise Moscú, San Petersburgo, Kiev, Kharkov, Yekaterinburgo, ni Tiblisi, es decir, las seis ciudades más grandes del país. De este modo, Rostov salvará la vida, huyendo del destino común de la mayor parte de los miembros de la aristocracia, pero, a cambio, quedará confinado hasta su muerte en los estrechos límites de su residencia actual, el Hotel Metropol, en cuya suite 317 vive desde el cinco de septiembre de mil novecientos dieciocho, como, con memoria precisa, recuerda el conde. Pero no se confunda, le espetarán los comisarios políticos responsables de la condena, si vuelve a poner un pie fuera del Metropol, será ejecutado. Towles nos contará, en más de quinientas deliciosas páginas que se leen en un arrebato entusiasmado, las vivencias de su simpático y entrañable personaje en los treinta y dos exactos años que durará su reclusión (hasta el 21 de junio de 1954, en un desenlace, con el que se cierra circularmente la novela, que no voy a desvelar) en ese restringido pero también privilegiado ámbito de las dependencias del magnífico establecimiento, un soberbio y lujoso hotel inaugurado en 1905, y que aún hoy preside la Plaza del Teatro moscovita, a pocos pasos del Bolshoi y muy cerca de la Plaza Roja y el Kremlin.
El libro es sobresaliente por la soberbia recreación de la majestuosidad del edificio, de la atmósfera de elegancia, distinción y cosmopolitismo que impregna sus dependencias y aposentos, un universo lujoso y elitista. También por la magnífica construcción del personaje del conde, un individuo entrañable que destaca por su ingenio, su inteligencia y su encanto; un conversador brillante, un amigo fiel, un ser sensible y cercano, un hombre tranquilo, dotado de una insobornable voluntad de vivir intensamente, disfrutando de los pequeños placeres de la existencia, deleitándose en una vida plena, pese a su encierro forzoso; un individuo ejemplar, que acepta con nobleza su destino, que encara con pasión e inteligencia, con entusiasmo y alegría, sin perder un ápice de su capacidad de disfrute. Rostov es noble y entregado, generoso y solidario, esperanzado frente al oscuro horizonte de sus repetitivos días. Es también muy culto, capaz de desenvolverse con naturalidad en cualquier disciplina, la filosofía y la ciencia, el arte y la música, la literatura, la gastronomía y los vinos, las vicisitudes de la política, pero, a la vez, aparece dotado con una ironía y un sentido del humor que rebajan las componentes elitistas y presuntamente “distantes” de sus gustos, aficiones y preferencias.
Es muy apreciable, también, el elenco de personajes secundarios, la pequeña Nina, su guía infantil en los abismales entresijos del hotel en los primeros años de reclusión; los adustos burócratas y comisarios del poder soviético; los residentes ocasionales del establecimiento, gente elegante, influyente y refinada; las mujeres, Sofía, hija de la Nina adulta, Anna Urbanova, la bellísima estrella de cine, entre otras; el personal del hotel, los chefs, los camareros, los porteros, las costureras, la florista, el recepcionista, los empleados de la limpieza; y no quiero olvidar a Herr Drosselmeyer, el gato tuerto que se pasea displicente por las instalaciones, al que Rostov bautiza con el nombre de un personaje de El Cascanueces, el ballet de Chaikovski.
Un libro delicioso, en el que la mirada optimista del conde transmite al lector un mensaje vitalista, euforizante, ilusionado: cada momento de nuestras vidas es único e irrepetible; cada pequeño suceso del día a día, un acontecimiento; cada acto, cada encuentro, cada situación, cada banal peripecia, un motivo para el asombro; cada hora, cada minuto, cada segundo, un descubrimiento; cada pequeña “novedad” una fuente de alegría, de placer, de intensidad y emoción, de bienaventuranza y agradecida felicidad. Una maravilla. No se lo pierdan.
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Amor Towles. Un caballero en Moscú. Traducción Gemma Rovira Ortega Editorial Salamandra. Barcelona, 2019. 512 páginas. 24 euros
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