Sábado, 21 de diciembre de 2024
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Honor a la verdad
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Al cabo de la calle

Honor a la verdad

Actualizado 21/09/2024 07:58
Francisco Aguadero

Ya no se estila decir o escuchar esa expresión tan certera y contundente como “en honor a la verdad” o “en honor de la verdad” que con ambas preposiciones es correcta. Tal vez sea porque hayamos dejado de honrar a la verdad, de prestarle atención y hasta de faltarle el respeto a la verdad.

Quienes ya están entrados en años, pueden sentir la nostalgia de aquellos tiempos en que la verdad era un valor supremo y su opuesta, la mentira, era de lo más denigrante para el ser humano. Pocas cosas eran tan feas, molestas e indignante para una persona como que alguien le dijera “eso es mentira”, “eres un mentiroso”. Era tan llamativo que la expresión se llegó a tildar como de “políticamente incorrecta” o “no correcta, políticamente” y comenzó a sustituirse por “eso falta a la verdad” o “estás faltando a la verdad”. Con el paso de los años continuó degradándose el valor de la verdad, relativizándose la mentira y, por ese camino, a estas alturas las fake news, los bulos o las mentiras, campan a sus anchas sin autocensura, sin cortapisas, sin desprestigio social, usadas con normalidad y hasta como arma consentida de gran potencia en las campañas electorales. ¡Qué cambio!

Hay muchas evidencias de dicho cambio, pero quizá el más significativo y gráfico sea el dado en los Estados Unidos (EE. UU.) donde las fake news, los bulos o mentiras, quitan o aúpan a presidentes, por eso lo tomamos aquí como ejemplo para el análisis. A principio de los setenta del pasado siglo XX se produjo en EE. UU. uno de los episodios más turbios de la política estadounidense con el escándalo del conocido caso Watergate, que acabó con la dimisión del presidente, Richard Nixon. Asunto que pasó a la historiografía como un símbolo de corrupción y conspiración, a la vez que se convirtió en un hito de la historia del periodismo, al desvelar por parte de Carl Bernstein y Bob Woodward, dos jóvenes reporteros del The Washington Post, la trama de espionaje que se estaba dando en la Administración Nixon.

Es un caso insigne en cuya complejidad aquí no vamos a entrar. Solo citar que tuvo cuatro aspectos fundamentales: que se inició con el robo de documentos el 17 de junio de 1972 en el complejo Watergate, sede del Comité Nacional del Partido Demócrata en Washington D.C.; las personas implicadas y cercanas a la presidencia del Gobierno; el encubrimiento de la Casa Blanca (sede del Gobierno), y la dimisión del Presidente. El lector que quiera profundizar en el caso puede leer el libro titulado “Todos los hombres del presidente” escrito por los dos periodistas antes citados y publicado en 1974; o ver la película con el mismo título, dirigida por Alan J. Pakula, estrenada en 1976 y ganadora del Oscar al mejor actor de reparto. Para el tema que nos ocupa en estas líneas, cual es el del honor a la verdad utilizando la transparencia como fundamento, nos centraremos en lo que supuso el encubrimiento del caso por parte del Gobierno de los EE. UU. De hecho, tanto el robo de documentos como la estrecha relación de los agentes implicado con la Presidencia, no supusieron desgaste alguno en la popularidad de Nixon, que arrasó en las elecciones de noviembre del mismo año 1972.

Fue en febrero de 1973, con la presidencia ya renovada para un segundo mandato, cuando el escándalo dio un giro copernicano al llegar las investigaciones al Senado y las audiencias públicas del caso permitieron que millones de estadounidenses vieran en directo que, si bien Nixon no había dado la orden directa de espiar a los demócratas en su cuartel general de Watergate, sí había mandado encubrir los vínculos del caso con la Casa Blanca. Encubrimiento, falta de transparencia o mentira que el 8 de agosto de 1974 llevó al presidente Richard Nixon a renuncia a la presidencia y dimitir, antes de que le echaran por medio de un proceso de impeachment o separación del cargo.

Actitud ante la mentira y resultado muy diferentes a lo que ocurre ahora, 50 años después, cuando lo que se lleva e impera es la polarización, de la que Donald Trump es uno de los mayores exponentes. Trump llegó como presidente a la Casa Blanca en 2016 tras una campaña electoral plagada de bulos o mentiras con las que consiguió millones de votos. Gobernó durante cuatro años con abultadas excentricidades. Perdió las siguientes elecciones del 2020. Tuvo problemas y fue condenado por la justicia en varias ocasiones. Y, se presenta de nuevo a las elecciones del 2024, con el visto bueno del Partido Republicano y con una campaña en la que lo más notorio son los exagerados bulos con los que trata de adornar las cuestiones más preocupantes de los ciudadanos, como la inmigración, diciendo que “los inmigrantes se están comiendo las mascotas” de los estadounidenses, cuestión desmentida por analistas y medios de comunicación.

Un error que ni siquiera en el fragor del debate político puede admitirse. Pero que en el caso de Trump responde a una acción premeditada del uso del bulo en su discurso, como provocación y para el convencimiento de sus votantes, convirtiendo lo anómalo en normal para que así aparezca ante los ojos de mucha gente. Prueba de ello es que el número dos de Trump (J. D. Vance) persiste en el bulo que acusa a inmigrantes de comer mascotas cuando al respecto dice: “Si tengo que crear historias para que los medios estadounidenses se centren en el sufrimiento del pueblo estadounidense, lo haré”, admitiendo haber difundido noticias falsas sobre inmigrantes.

Ahora, la necesidad de la vida es la misma, o parecida, a la de los años setenta, pero el contexto y la sociología ha cambiado drásticamente en los cincuenta años que separan a un presidente estadounidense del otro. Ellos y sus circunstancias no son sino el ejemplo de lo que ocurre a todos los niveles. Lamentablemente y con demasiada frecuencia, ya no se hacen las cosas en honor a la verdad. Queda muy lejos aquella afirmación del gran filósofo, profesor y Rector de la Universidad de Salamanca, D. Miguel de Unamuno, cuando dijo: “Primero la verdad que la paz”, cuya divisa está grabada en los muros de la que fue su casa rectoral en la citada Universidad. Personalmente, para la actualidad y el caso que nos ocupa, me quedo más con aquella otra frase del mismo filósofo que dice: “no es el error, sino la mentira, lo que mata el alma”, es la mentira la que mata el honor a la verdad.

Junto con el honor a la verdad también nos hemos olvidado del poder de la honestidad, de la ética, y especialmente cuando de la comunicación se trata. La polarización nos impide ver que dos ideas contrarias o antagónicas pueden ser verdad al mismo tiempo y que la mentira falta al honor de la verdad. Los bulos y la desinformación son una seria amenaza para la democracia, siempre frágil y en peligro.

Escuchemos a Marta Sánchez en "Dime La Verdad":

https://www.youtube.com/watch?v=MZNxEHykkPI

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© Francisco Aguadero Fernández, 21 de septiembre de 2024

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