Las últimas décadas han hecho coincidir la aparición y expansión del teléfono móvil con el incremento en la mayoría de las civilizaciones actuales de la vivencia colectiva de mayor soledad en la vida cotidiana.
Las noticias y hechos en los que el uso del móvil tiene algún protagonismo, se incrementan cada día. Igual que las situaciones de soledad (ahora se califican de “no deseadas”, como si la soledad deseada, minúscula en comparación con las soledades no deseadas, tuviera similar importancia ). No han sido las soledades “deseadas” las que decidieron al Gobierno Inglés crear recientemente el Ministerio de la soledad, sino la comprobación de que el porcentaje de su población crecía en soledad física y emocional de un modo alarmante.
¿Por qué van unidos el obsesivo uso de los móviles y los sentimientos de soledad? Porque la información es una realidad distinta a la comunicación. Las conversaciones por móvil, en el mejor de los casos, tienen como finalidad alguna información. No son dispositivos para comunicarse, para que lo emocional esté presente. Se podría decir que, en general, hay más comunicación con nuestro perro que con nuestro móvil.
Hay dos imágenes de nuestra sociedad, estimado lector, que dan cuenta de qué está ocurriendo con el uso del móvil y la soledad en nuestro presente, en nuestra ciudad, en nuestro pueblo; solo tiene que abrir una ventana y mirar las escenas que aparecen ante sus ojos: individuos de toda condición, edad, aspecto social, caminan solos, con el móvil en la mano, hablando o mirando la pantalla. La otra escena tan repetitiva o más que la del individuo solo y su móvil es la del individuo solo, también de toda edad y condición y su perro ( muy distinta a la primera desde el punto de vista psicológico).
Dejemos al lado una escena que parece que está perdiendo una cierta fuerza estadística, en su tragicómica exposición de la naturaleza humana: un grupo de personas, amigos, familiares, compañeros…sentados alrededor de una misma mesa y todos o una mayoría de los mismos no hablan entre sí, sino que cada uno está “hablando” con su móvil. Solamente me permitiré poner un título a esta escena: “el ser humano duda de si le interesa más comunicar con su semejante o con su móvil”
E incluiré ahora una nueva escena, en relación al papel del teléfono móvil en nuestras vidas, que parece estar creciendo desmesuradamente: el móvil como prueba de la existencia de infidelidades en las parejas. No solo mensajes, llamadas, fotografías, del móvíl del cónyuge son espiados y perseguidos por el o la que duda de la fidelidad de su pareja, sino que el o la que teme ser engañada/o intenta, con ansiedad y constancia, convertir esta información en prueba de la temida infidelidad. Este triángulo de móvil, perseguidor/a y perseguido/a se ha convertido en nuestros tiempos en la paradoja de la comunicación humana: el móvil, no como un aparato posibilitador de mayor comunicación o información, sino como medio de comprobar si el amor de la pareja existe, o está siendo dinamitado por un tercero que aparece también en la intimidad digital.
Cada uno de los grandes inventos de nuestra sociedad lleva inevitablemente adherida una cara contraria al objetivo para el que parecía haber nacido: el teléfono móvil produciendo más soledad que compañía. La Inteligencia Artificial que ya empieza a mostrar la otra cara, menos útil, menos inteligente, más peligrosa: la cara de una potencialidad de posibilidades técnicas muy útiles, que el ser humano la convierte en un instrumento mercantil, para producir más y peores productos en todas las actividades humanas: investigadoras, sanitarias, educativas, bélicas, artísticas…
Cuanto más se desconecta el ser humano de sus deseos, más solo está de los otros.
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