Cada jornada aparece una nueva oportunidad de aprender que nos da la vida si somos capaces de observar.
Por la noche, una salamanquesa se asoma a las paredes externas de la casa.
Recorre sus muros y busca el lugar más oscuro, entre sombras, para pasar más desapercibida. De esta forma, se mimetiza con el contexto.
Distintos y pequeños insectos acuden a la llamada de la luz interior y revolotean jugando tras los cristales.
Entre ellos, polillas bajan hasta su base, y después recorren los vidrios emprendiendo una escalada revoltosa, improvisada, como si no tuvieran hoja de ruta, como si no hubieran buscado la dirección a la que llegar.
En esos desplazamientos sinuosos suben y bajan en lo que parece una trayectoria alocada, azarosa, espontánea…
La salamanquesa se mantiene oculta, inmóvil, en la pared lateral, agazapada.
Mira con sus negros ojos como cabezas de alfiler.
Arquea su cola, sigilosa, recordando a un escorpión, proyectando su siguiente movimiento.
Espera, infatigable, las direcciones del vuelo de los insectos.
En cuestión de segundos debe abrazar una elección.
Se mueve con la rapidez de un guepardo, realizando pequeños recorridos de aproximación que no hagan sospechar a su presa.
Cuando la tiene cerca estira despacio su cuello para acercarse al máximo que le permita.
En esta posición, a menudo con el cuerpo hacia abajo, realiza su intento, ágil, claro, decisivo, de alcanzar a la polilla con su boca.
A veces falla.
En ocasiones, aparece otra salamanquesa rival disputando el manjar.
Entonces, arquea completamente su cuerpo, amenazante, hasta que la asustadiza huye, en el conocimiento de que la advertencia es seria: puede ser ingerida.
Nuestra protagonista es capaz de realizar tantos intentos como sean necesarios: nada tumba su voluntad, nada turba su paciencia. Impertérrita, ejecuta una y otra vez sus ensayos, mejorando y perfeccionando su estilo de caza hasta lograr sus objetivos.
En la naturaleza nada cae del cielo. Nada se regala. Nada es al azar. Sólo los más entrenados, los más pacientes, los de habilidades más depuradas, logran sus objetivos.
La observación detenida de su funcionamiento nos ofrece lecciones vivas.
En este mundo, en el que se nos acostumbra a la rapidez de lo inmediato, las salamanquesas nos dan la gran lección de entrenar, sin escatimar esfuerzos, la paciencia.
Mercedes Sánchez
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