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Plegarias atendidas
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LA PROVINCIA DEL ALMA

Plegarias atendidas

Actualizado 29/08/2024 08:14
José Luis Puerto

Uno de los recursos más universales del ser humano, que muestra cómo somos una especie que existe en la perspectiva de la trascendencia, es la oración.

Todos los pueblos, todas las civilizaciones conocen la oración, utilizan la oración, rezan las oraciones. Existen, de hecho, no pocos modos de oración en todos los continentes, en todas las religiones.

No pocos de los cantos primitivos adoptan la forma de la oración, que trenza en sí misma devoción y poesía. Nos viene ahora a la memoria esa obra fascinante de C. M. Bowra titulada Canto y poesía de los pueblos primitivos, donde advertimos esa presencia constante de la oración, ese decir poemático que se dirige a un ser sagrado y trascendente.

Traemos esto a cuento de una obra póstuma del escritor norteamericano Truman Capote (1924-1984), de cuyo nacimiento se cumple un siglo y cuarenta años de su muerte. No pretendemos fijarnos aquí en esas dos grandes obras suyas (Desayuno en Tiffany´s, 1958, y A sangre fría, 1966), de tanto éxito, subrayado, además, por las versiones cinematográficas que de ellas se realizaran.

Sino más bien en otra obra, inconclusa, editada póstumamente, en 1986, y significativamente titulada Plegarias atendidas. Y tomado su título de una célebre frase de Teresa de Cepeda y Ahumada (Santa Teresa de Jesús): “Se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por aquellas que permanecen desatendidas”.

Rezamos para que la divinidad, el ser que nos trasciende y al que nos dirigimos, haga caso de nuestras plegarias. Y pedimos porque nos sentimos frágiles, porque fuerzas y elementos más poderosos que nosotros nos sumergen en la fragilidad y, también, en el desamparo.

Y tal fragilidad y desamparo es lo que percibimos en el ser humano que tanto se exhibiera entre la alta sociedad norteamericana y que, ay, falleciera en la más absoluta soledad y en el más grande ostracismo social, de un modo trágico.

En algunas fotografías, lo vemos junto a Marilyn Monroe; bailando, en una de ellas. Dos seres desamparados y frágiles, que se codearían con ese mundo norteamericano de relumbrón y que morirían, cada uno a su modo, de forma trágica.

Y, en esa fotografía en que los vemos bailar, es como si, bajo la alfombra del relumbrón social (de esa mundo de diamantes y oropel, que Capote plasmara en Desayuno en Tiffany´s), se escondiera esa danza de la muerte cuyos pasos ellos estuvieran bailando.

El poeta nicaragüense Ernesto Cardenal escribió un hermoso y conmovedor poema titulado “Oración por Marilyn Monroe” (publicado en 1965, en su libro Oración por Marilyn Monroe y otros poemas).

También hubiera podido escribir otro por Truman Capote, que, bajo su genio y su mundanidad, escondía un ser desamparado y frágil. Sus obras dan noticia de él como testigo verbal de un mundo frívolo y deshumanizado, como es el que nos ha tocado y nos toca vivir.

Un mundo en el que ya no sabemos si se entonan plegarias y a quiénes se dirigen.

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