En memoria (y esperanza) de mi compañera Lina
Aún estaban pendientes de entregar las notas cuando, con las ruedas recién infladas, la desmandada ribera se presentaba como primer aparcamiento improvisado de las bicicletas, que son para el verano. Cruzaba Pobladura dejando a mi izquierda el Aliste, entre Palazuelo y Mahide, el último lunes de junio. Mañanita de San Juan en otra orilla distinta a la que buscaba el conde Olinos. Sin embargo, al detener la mirada en el espejo retrovisor, de algún modo encontré la misma orilla: la de la infancia que a veces vuelve y siempre está, la de las canciones depositadas en el archivo imborrable, la del antes que no nos paraliza ni nos estanca sino que nos devuelve al camino de la gratitud. Quise conservar el hallazgo en formato de fotografía para traerlo aquí una vez atravesado este verano de 2024; sin que haya concluido, cumplo mi modesto propósito.
No se trataba de ejercitar la nostalgia sino de buscar la reconciliación, plasmada en una imagen que me sugería amistad, intrepidez, confianza, ilusión por un tiempo nuevo en un lugar que acoge y brinda algo que podría llamarse libertad. Durante dos meses he vuelto a mirarla y, sobre todo, a recordarla. No me importaban los colores de las bicicletas, en los que ahora reparo y escojo para expresarme. Aunque el gris metálico predomina en dos de ellas, podría resumirse en que una es roja, otra azul y la restante verde.
Subidos a una bicicleta roja nos lleva el ímpetu al que ponemos por banda sonora el insistente timbre que anuncia nuestra llegada. El mundo no es más que el plato servido en nuestra mesa con el que único fin de que nos lo comamos. Damos las pedaladas como si no costaran. Vamos literalmente sin cadena. Y qué necesidad tenemos de avituallamiento cuando ninguna pendiente ni tormenta ni ola de calor se nos resiste. No digamos ya el casco…
Sobre la azul, empero, es nuestro trabajo más pausado. Se agradece el recorrido más liviano, que cuestas, ya lo sabemos, siempre se nos van a presentar. Nos complacen la fresca sombra de los árboles, la suave pavimentación de los caminos, el agua reparadora de un bidón que nos preocupamos por llenar antes de salir. Somos conscientes de que una caída es mejor evitarla y de que lo que importa es volver.
La verde no nos soporta, en el buen sentido de la palabra. Es esa bicicleta que contemplamos desde nuestra vida sedentaria, desde nuestra silla algo vaga y un poco resignada, desde nuestro sillón algo cansado y un poco comodón, más confortables que el sillín. Creemos que ya no son tiempos de dar pedales mientras intentamos reafirmarnos en que siguen siendo tiempos de creer, hasta concluir que la consecuencia de creer siempre será pedalear.
Al fin, miramos por el retrovisor y comprobamos que siguen juntas nuestras tres bicicletas, y con ellas, todos aquellos que algún día fueron compañeros de ruta, de labor, de fiesta, de amistad, de verano. También tú, querida Lina. Que Dios te cuide.
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