Las músicas nocturnas hasta casi la madrugada, que preludian las fiestas patronales de mi lugar, me desvelan. Los desaforados decibelios, sin norma ni respeto de ningún tipo, se han propuesto no respetar ni el sueño de ancianos, niños, enfermos ni gentes que habrán de madrugar para acudir a sus trabajos.
Y esto ocurre, supongo, en todas las fiestas de los pueblos de aquí y de allá, de esta y de aquella comarca. Los españoles somos –según los estudios sociológicos, que, en ocasiones se resuelven en reportajes que lanzan diversos medios de comunicación– uno de los pueblos más ruidosos del mundo. Y así nos luce el pelo.
¿Qué antídotos poner en práctica cuando los desaforados decibelios nos desvelan? Acudimos a la estantería de nuestra buhardilla y sacamos una humilde pero iluminadora edición del Tao Te King, de Lao Tse. Es, de las que tenemos en nuestra biblioteca, la que más nos gusta. La tenemos anotada y subrayada. Está traducida por Ramón Hervás y publicada en Barcelona en 1989.
Dice el texto XIV: “Conocer lo que es el origen / es asir el punto nodal del Tao”. Este mismo verano, a lo largo de no pocos días, hemos descendido hasta esa comarca salmantina tan enigmática como es La Huebra y hemos tratado de hurgar en el origen, en San Muñoz, en La Sagrada. Y hemos charlado con campesinos y campesinas que no han roto esa vinculación con la raíz, con la tierra, con el alma que en ella subyace, y hemos tratado de tomarle el pulso a lo humano antiguo, a lo humano que perdura, a lo humano en peligro de desaparecer.
Qué consuelo. Qué antídoto, frente a este ruido discotequero e irracional, que degrada al ser humano hasta llevarlo a las costas de la insignificancia.
Pero ¿por qué ese interés en el conocimiento del mundo del origen, del ámbito de la raíz? Siempre hemos realizado tal viaje, ya desde nuestra juventud, y de modo consciente, aunque cambiante –pero constante al tiempo– a lo largo de nuestro itinerario vital, porque hemos intuido que tal itinerario no es otra cosa que la búsqueda de la sacralidad del ser humano y del mundo
El texto XVI del Libro del Tao nos da, a la pregunta que nos formulamos, una respuesta hermosa, iluminadora y profunda, cuando nos indica, en una sucesión de encadenamientos: “Volver a la raíz es instalarse en la quietud; / instalarse en la quietud es reencontrar el orden; / reencontrar el orden es conocer lo constante; / conocer lo constante es la iluminación.”
Es, sí, esa tarea del descenso hacia nuestras gentes más humildes, más olvidadas, esos seres intrahistóricos de que hablara Unamuno, una de las vías más eficaces de hallar la sacralidad y esa iluminación a la que Lao Tse alude en su Tao Te King o Libro del Tao, como popularmente es conocido.
Ese Libro del Tao que nos salva esta madrugada en que los desaforados decibelios de la barbarie ruidosa nos desvelan y nos impiden el descanso.
Ese Libro del Tao en que, en su texto LII, se nos asevera: “Percibir lo más pequeño, tal es la clarividencia. / Conservar la dulzura, tal es la fuerza del alma.”
Frente a un mundo airado, farolero, superfluo, vertiginoso, aturdido por prisas y despropósitos…, buscar la clarividencia en lo más pequeño; sostener y mantener la dulzura como fuerza del alma.
Qué hermosa tarea…
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