Las fiestas de los pueblos llenan durante estos meses de verano el panorama cultural de nuestra provincia. Encierros, capeas, charangas, concursos varios y actividades y espectáculos para todos los públicos. ¿O no?
Las representaciones teatrales siempre me han parecido una buena oportunidad para acercar la cultura y el arte a mis hijos. De hecho, llevamos acudiendo a estos momentos de cultura desde que son capaces de mantenerse sentados más de media hora seguida. El folklore y la tradición oral siempre me ha parecido una joya de nuestro país. Refranes, mitos, leyendas y cuentos tradicionales pasan y han pasado, de generación en generación, gracias a esas personas que cada día cogen sus enseres, sus trajes, instrumentos y demás logística del mundo de la farándula, y recorren nuestros pueblos y ciudades para dar a conocer historias viejas y nuevas.
Ayer por la noche asistimos a uno de esos espectáculos que prometía una hora de diversión, bonita, a la luz de los focos, la luna y el cielo despejado. Una actuación para todos los públicos, en principio, anunciada como inocente y con un título sugerente. Dos tamborileros y una muchacha hicieron su aparición en el escenario y tras una larga presentación de personajes dieron paso a lo que podríamos llamar un preludio de la obra en sí. Dicho prólogo o sainete ya empezó mal. El vino como telón de fondo no me pareció adecuado para el público allí presente que, mayoritariamente era infantil/ juvenil. Venían a decir los actores o comediantes que, con el vino, las copas y, en definitiva, el alcohol, todo se veía de otra manera. Más bonito, más liviano. Que era la conjunción perfecta para unir a la gente; para conocerse y disfrutar. ¿Qué clase de mensaje es ese? Duró poco la escenificación algo ridícula de los actores intentándose robar la bota de vino entre ellos. Gracias a Dios.
La obra propiamente dicha no estuvo mal. Con bromas, haciendo partícipe a los niños y un poco de música de tamboril, el mensaje de la astucia, el engaño y las peripecias para conseguir lo que se quiere (poco adecuado pedagógicamente, también) quedo velado por bailes, canciones y unos pollos de plástico que dieron bastante juego. Bueno, bien. Aceptamos la historieta. Puede que nos haya gustado. Continuamos. Nos quedamos. Pero cuando creíamos que ya lo habíamos visto todo, el trío subido al escenario nos pide colaboración para cantar una canción que habla de la poligamia de los moros en contraposición con la monogamia de los, supuestamente, allí presentes. Los niños repiten el estribillo sin ser muy conscientes de lo que están entonando y los mayores damos palmas sin mucho entusiasmo.
Y para terminar, la guinda del pastel. No sé cómo definir la última parte de la actuación de estos comediantes sin llegar a ser descortés hacia su trabajo. Preparar un espectáculo con todo lo que ello conlleva, no es fácil, pero la verdad, es que se llenaron de gloria. Empezaron a relatar chistes o dichos muy subidos de tono, en los que menores de diez años fácilmente podían descifrar el contenido subliminal que ellos escondían. En esos cinco minutos de “ chanza” aparecieron curas que no querían que les tocaran los (…); hombres nacidos para poner los cuernos; mujeres y conejos en la misma frase, y un sinfín de analogías, medio metáforas y tópicos de antaño que poco tenían que ver con un espectáculo apto para todos los públicos.
Quizá, si querían hacer reír al público adulto deberían haber hecho sonar, en vez del tamboril, la alarma o sonido típico que aparece en nuestras televisiones a las doce de la noche cuando el contenido que van a emitir no es recomendable para menores de dieciocho. O haber sacado una pancarta con tres rombos. Los que teníamos hijos sentados en primera fila de buena gana hubiéramos cogido a nuestros pequeños y hubiéramos abandonado la plaza. No hubiera pasado nada.
Porque se puede pensar que los niños no entienden esa clase de comentarios, chistes o como lo queramos llamar. Pero, error. Estamos equivocados y la prueba no puede ser más empírica. En cuanto mi hijo de seis años se encontró con su abuelo al terminar el espectáculo, lo primero que le contó fue el chiste del cura y los cojones. No descarto que, en breve, la mayor de nueve, me pregunte la relación entre las pichas y los agujeros. Perdóneme lector de este artículo por ser tan explícita pero el escrito lo requiere para hacerles llegar mejor el estupor de los padres y las madres de familia, con dos deditos de frente, que nos encontrábamos allí.
Así pues, ayer, el espectáculo del que “disfrutamos”, NO era para todos los públicos.
Vuelvo a repetir que soy muy fan de la tradición oral; que me parece un recurso precioso para trasmitir ideas, cultura y hechos pasados. Pero cuando se trata de un espectáculo para todas las edades, hay temas, bromas o comentarios que se deben omitir.
Gloria Rocas
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