El verano va transcurriendo con sucesivas oleadas de calor, cuyas crestas las acusan los elevados grados de los termómetros, como podemos advertir en los luminosos de las farmacias y de otros artilugios por el estilo, cuando caminamos por las calles. Además de sufrirlo en nuestras propias carnes.
Y, en medida en que comenzamos a trazar estas líneas, nos preguntamos: ¿por qué no hemos de hablar sobre el fuego? Nos viene, en primer lugar, a la memoria el hermoso título del uruguayo Mario Benedetti Gracias por el fuego (¿se las estará dando al propio Prometeo?).
Pero, enseguida, acude hasta nosotros el mito de ese héroe civilizador que fuera Prometeo, que robara el fuego a los dioses para regalárselo a los seres humanos; debido a lo cual hubo de sufrir encadenamiento desnudo en paraje inhóspito, donde sus entrañas serían devoradas por un águila, una sucesión de regeneración y de voracidad sin fin.
¿Qué ventajas traería el descubrimiento y uso del fuego a los humanos? En primer lugar, la de la metalurgia, la de la fabricación de herramientas, pero también la de la elaboración de los alimentos, cociéndolos mediante el fuego. De ahí que el antropólogo belga-francés Claude Lévi-Strauss, tomando al fuego como base, elaborara ese dualismo, conocido universalmente desde hace tiempo, de lo crudo y lo cocido (en un ensayo homónimo incluido en sus Mitológicas, (1964); que tantos ríos de tinta ha hecho correr desde su publicación.
Y ¿por qué no seguir buscando?, ¿por qué no indagar en significaciones primordiales sobre el fuego? Gonzalo Correas (1571-1631), en su Vocabulario de refranes y frases proverbiales (1627), nos dice –en una de tales frases, recogida, sin duda de boca del pueblo– que el fuego “Salió por boca de ángel”.
Es una alusión, indirecta, al origen divino del fuego. De ahí, todas esas prácticas antiguas de las vestales, de esa necesidad de mantener vivo el fuego, de no dejarlo apagar ni morir, lo que sería sacrilegio y se pagaría con dureza.
Y tal frase proverbial recogida por el maestro Correas nos la encontramos también en la tradición popular campesina; pues, por ejemplo, en Galicia, según una tradición que recogiera Manuel Murguía, los aldeanos decían lo mismo sobre el fuego:”Saleu pó la boca do ángele!...”.
Y eso sin recurrir a todo lo que nos dice sobre el fuego ese tratadista de la historia de las religiones que fuera Mircea Eliade, quien, en su hermoso, revelador y documentadísimo Tratado de historia de las religiones (1949), obra que sugerimos a quienes deseen profundizar en todo lo que el fuego ha significado a lo largo del tiempo para los seres humanos.
El verano va transcurriendo. Agosto es como un gran fuego simbólico. La luz, esa luz tan alta e intensa a la que alude el título de una novela de William Faulkner, hace vibrar todo.
Y el fuego, ese fuego que está a punto de clausurarse en la antorcha olímpica parisina y que habrá de preservarse vivo para que alumbre en el futuro, sigue estando ahí, como uno de los símbolos que habla, sí, de los más altos valores del ser humano.
Si Prometeo nos lo entregó, robándoselo a los dioses, habiendo de pagar por ello un precio tan alto; si procede de la boca de un ángel; si está marcado por lo sagrado…; nunca habremos de dejarlo morir.
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