A pesar de que la derecha política más rancia y sus aduladores mediáticos han hecho hincapié el pasado jueves 8 de agosto en el regreso de Puigdemont y su no detención por los mossos d,esquadra, la verdadera noticia ha sido la investidura de Salvador Illa como President de la Generalitat catalana.
Puigdemont, que ha venido a Cataluña a “hablar de su libro”, aunque no haya sido detenido, ha rubricado su decadencia ideológica y su más que probable retirada definitiva de la política. El show que ha montado el ex president con su vuelta a Barcelona en el día en que se votaba la investidura de Illa, ha sido de un histrionismo esotérico espectacular y su “bomba de relojería”, en lugar de explotar en el Parlament impidiendo la celebración y votación de investidura, e incluso provocando su detención, como pretendía, le ha explotado a él en las manos y ha podido comprobar que el independentismo rancio, ultraconservador, caduco y atrabiliario que pretende instaurar en Cataluña, se ha diluido como un azucarillo en una taza de café hirviendo.
También se ha esfumado otra estrategia del PP para derribar al presidente del gobierno, Pedro Sánchez; una más, que deja a Feijóo al borde del abismo, ya que sabe perfectamente que si el nuevo gobierno de la Generalitat gestiona adecuadamente los intereses generales a la vez que se desactiva progresivamente el independentismo, no llegará nunca a gobernar y lo desbancarán de la presidencia otros líderes más reaccionarios aún, como Ayuso.
El PP sabe y Feijóo más que nadie que ser insignificantes políticamente en Cataluña y País Vasco –símbolos de la España “nueva, afanosa, aspirante, que tiende hacia la vida” como la definía Ortega-, aunque sean muy fuertes en otras regiones, es uno de los mayores problemas que puede tener la formación política conservadora y un ejemplo más de la ciudadanía más avanzada del país, que quiere progreso y no volver a la “vieja España, la muerta, hueca y carcomida”, aquélla que representaba la aristocracia y el caciquismo, que perdió democráticamente con la proclamación de la Segunda República, aunque luego ganara por la razón de la fuerza e impusiera un régimen atroz que consideraba que España era un cortijo de su propiedad.
Lo que ha conseguido el PSC y Salvador Illa es un logro que devuelve la normalidad política y la sensatez institucional a Cataluña después de más de una década de palos de ciego, después de una larga temporada en la que el enfrentamiento visceral entre el gobierno de M. Rajoy y el de la Generalitat ha sido el motivo principal que rompió los jirones de la convivencia y que tanto está constando reparar. Además, que la cuestión catalana deje de ser el problema político territorial que tantos dolores de cabeza ha provocado en los últimos tiempos, es la puñalada que atraviesa el corazón del PP, un partido que sólo se alimenta avivando el fuego de la discordia. El PP lleva décadas intentando sacar rédito político y votos de temas que no deberían entrar en la lucha partidista como el terrorismo y de apropiarse de símbolos y estandartes que son de todos los españoles y de un patriotismo falso y caduco. Pero España no es suya, es de todos los ciudadanos, con independencia de su origen, raza, sexo, opiniones políticas o convicciones religiosas y de cualquier otra condición o circunstancia, personal o social; también, como no, de los que viniendo de otras latitudes viven y trabajan pacíficamente con nosotros buscando su futuro y prosperidad y el de sus seres queridos, que es lo que el ser humano ha pretendido siempre en sus vicisitudes vitales, nada más que eso.
Otra estrategia que se le va de las manos al PP de Feijóo es el discurso que comenzó a elaborar después de las elecciones al Parlament de Cataluña el pasado mayo. En lugar de felicitar al PSC en general y a Illa en particular por la victoria electoral, porque, además, podría suponer la tumba del independentismo excluyente, como esperamos que ocurra, fabricaron otra manipulación informativa, lanzando a la opinión pública que Pedro Sánchez iba a sacrificar a Illa no permitiéndole que accediera a la presidencia de la Generalitat, para entregársela a Puigdemont como pago al apoyo de Junts en el Congreso de los Diputados.
No estaría mal que Feijóo y el resto de líderes “peperos” convocaran una rueda de prensa para decirle a los ciudadanos que, una vez más, se equivocaron. En lugar de ello, ahora intoxicarán a la opinión pública acusando al presidente del gobierno de que no haya sido detenido Puigdemont. No obstante, creo que mantenerse la orden de detención contra Puigdemont después de ser aprobada la Ley de Amnistía, es un despropósito. Estoy seguro que la victoria política del PP y del propio Puigdemont hubiera sido que con motivo del sainete del regreso a España y del mitin ofrecido a 3.000 incondicionales, le hubieran detenido. ¿En qué lugar quedaría España ante la Comunidad Internacional si se hubiera detenido a Puigdemont cuando ha campeado a sus anchas durante 7 años en varios países de la Unión Europea? ¿Qué credibilidad podría atribuirse a la ley de Amnistía, recientemente aprobada, si no es respetada por todos los poderes públicos del Estado, dado que, como reza en artículo 9.1 de la CE, los ciudadanos y los poderes públicos están sujetos a la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico? Construyamos sociedad pacífica entre todos y dejemos ya de mantener los eternos duelos a garrotazos. Nos lo merecemos.
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