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La Peña de Francia y la obra de José Luis Núñez Solé: arte y espiritualidad en lo alto de la provincia
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La Peña de Francia y la obra de José Luis Núñez Solé: arte y espiritualidad en lo alto de la provincia

Actualizado 06/08/2024 10:26

El monasterio dedicado a la virgen negra es el sorprendente espacio de las obras del escultor cuya obra se exhibe en el Palacio del Obispo

En lo alto de la provincia, en el espacio al que subimos buscando la frescura de la altura, la huella del escultor salmantino nacido en Zamora, José Luis Núñez Solé, se hace una con el paisaje y con la historia del monasterio dominico. Y el peregrino y el visitante recorren las estancias de piedra sin saber que, como en la Salamanca que paseamos, la obra del artista que ahora se recuerda en la muestra “Esencial”, en la sala que lleva su nombre en el Palacio del Obispo, nos acompaña sin que reparemos en ello.

Tiene el techo de nuestra provincia historia fecunda desde que, en 1434, Simon Roland, conocido como Simón Vela, encontrara la virgen románica oculta a las incursiones árabes. “No duermas más” soñaba Vela, quien a 1723 metros de altura erigió la pequeña capilla que ahora es el ábside de la actual iglesia. Una capilla a la que se le fueron añadiendo otras a medida que fueron hallándose nuevas imágenes escondidas y cuya fama llegó hasta Juan II, el rey que entregó la alta cumbre a la orden de los predicadores dominicos que levantarían el convento y la hospedería de los peregrinos cada vez más numerosos hasta que, en el XIX, los años de la decadencia se adueñaron de sus muros. Las guerras napoleónicas y la desamortización bajaron de la Peña a la Virgen y a los dominicos. Fue el tiempo del robo de la imagen sagrada, posteriormente recuperada en tan malas condiciones que se pidió a un artista, Jacinto Bustos Vasallo, la talla nueva que contiene amorosamente a la antigua.

La vuelta de los dominicos trajo consigo a un personaje que consiguió despertar de nuevo la devoción por el rincón mariano acrecentando su importancia. El padre Constantino Martínez logró hasta la coronación de la Virgen en la Plaza Mayor de Salamanca en 1952 y su empeño era tal, que pese a su tradicionalismo, adoptó las nuevas formas de evangelización cercanas a un arte moderno y renovador que imperaban tras el Concilio. Los movimientos de arte Sacro de depuración vanguardista que tuvieron en Salamanca un importante eco en el movimiento “Koiné”, no eran del todo del gusto del dominico, pero asistido por Domingo Iturgaiz, se avino a encargar obras para el monasterio elevado a artistas de líneas modernas, de ahí que La Peña de Francia sea un lugar donde el trabajo de artistas modernos se une a los restos antiguos de su hermosa historia. Ejemplo son un exquisito dibujo de Álvarez del Manzano y una lista importantísima de obras de su amigo José Luis Núñez Solé, quien entre 1955 y 1960 trabajó para el monasterio dada su amistad con el dominico Iturgaiz.

¿Sabemos al entrar a ver a la Virgen morena, patrona de la provincia, que los seis relieves de las paredes de la iglesia son obra de Núñez Solé? En ellos recorre la historia del lugar: la profecía de la moza santa de Sequeros, el hallazgo de Simón Vela, la tarea evangelizadora y constructora de los dominicos tras la entrega del rey Juan II, la subida de los primeros peregrinos, la coronación canónica de la Virgen… hormigón patinado que nos recuerda el lenguaje artístico de un escultor que lo reduce todo a la esencia –“Esencial” es el título elegido para la muestra en la que recorrer su obra- de líneas figurativas y sencillas con objetivo narrativo y didáctico. El altorrelieve vuelve a situar los rostros, las miradas y las manos en una sucesión de escenas sutiles y serenas propias del artista. Es el Núñez Solé de las calles salmantinas al que le sucede el artista final que trabaja con el metal y con el lenguaje abstracto de la modernidad.

¿Quién no ha subido a la Peña de Francia y se ha fotografiado en el mirador de Santiago? La pequeña capilla derruida no quiso ser levantada de nuevo, el hueco se hace ventana del paisaje y el hierro teje una red de reja en la que destacan las letras y la figura del apóstol en un lenguaje contemporáneo que juega con los huecos, los volúmenes, la masa cubista. La rica biblioteca del artista no hace ver que conocía bien los movimientos modernos y que practicaba con ellos un nuevo lenguaje. Un lenguaje que usa también en la pieza que casi nos pasa inadvertida en el contrafuerte que nos recibe al llegar a la cumbre. La Trinidad corona a la virgen y de nuevo, como en toda la obra de Núñez Solé, las manos, el afecto, el niño entregado al cuerpo de la madre o de San José, muestran el amor puro y confiado. Habría que escribir y fotografiar esos niños redondeados de afecto y protección del artista que tuvo tres amados hijos, un tema que se reitera y que aparece en esta pieza en la que apenas reparamos una vez arriba, donde no hay nada más que el paisaje y la espiritualidad y la escultura se mimetiza con el agreste paisaje de piedra y cielo.

Tiene el trabajo continuado del artista en lo alto de la Peña esa espiritualidad desnuda y pura. Y una muestra de su trabajo que evoluciona desde sus altorrelieves realistas hasta la talla de un Cristo moderno y expresionista que se aleja de toda figuración, lo que no le impide regresar a ella para trabajar los espacios vacíos de la Capilla de la Blanca donde el hormigón se patina para asemejar al bronce. Obra que nos recuerda las láminas narrativas de la iglesia y que cierran magistralmente el arduo trabajo del artista en el monasterio más alto.

La prematura muerte de Núñez Solé nos dejó huérfanos de su persona meditativa y laboriosa, de su arte ya en las antípodas del realismo con el que acometía sus primeros encargos civiles y religiosos. Estaba entonces más allá en la técnica y en el lenguaje, en plena modernidad. Profesor en los últimos años en Valladolid, el cambio ocupaba todo su trabajo artístico y las piezas magníficas que se muestran en la exposición “Esencial” nos lo sitúan en la vanguardia del arte contemporáneo. En dicha muestra su evolución es clara, pero en el entorno pétreo, en la altura inmensa de la Peña de Francia, esa misma evolución es un camino de perfección al que asistimos si logramos desprender la mirada del paisaje elevado. Fue su trayecto, su peregrinaje por los caminos del arte que transitó desde una fuerte espiritualidad y un compromiso con la historia y la tradición que no le hicieron adjurar de su deseo de ir más allá. El paseo por este rincón irrepetible de nuestra provincia tiene ahora un nuevo aliciente… el de la obra de un artista que mostró aquí su evolución, impulsado por una espiritualidad nueva y abarcadora. Y lo hizo, junto a otros artistas, gracias a una iglesia que abrazó el arte como renovadora fuerza de evangelización, arte que defiende el ayer y mira al mañana. Arte vivo y cuidado, Fe y arte: los de José Luis Núñez Solé, materia esencial donde todo es paisaje y obra.

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