Crepita agosto en el fragor del incendio y del vituperio. Y mientras, los pequeños negocios de mi barrio pequeño cuelgan tímidamente el cartel de “Cerrado por vacaciones”. Pero no se engañen y que el relato no se imponga al dato, son cuatro o cinco días de asueto, una minucia que no llega a la quincena, ni siquiera a la semana entera. Es la realidad de las cuentas de la vieja, la subida de la salida, el milagro de pagar hotel, gasolina, comida y retazo de playa donde tender la toalla. Es el milagro de salir fuera como el de llevar a los niños al pueblo de la charca prodigiosa, de los abuelos generosos, de los crepúsculos eternos donde pedalear la ilusión de la libertad.
Tiene mi barrio pequeño un cartel de cerrado por vacaciones que, sin embargo, deja abierto el negocio donde comprar el pan nuestro de cada día, el supermercado diminuto de la urgencia, la peluquería donde salir con el corte del verano. Una nuca exquisita liberada de peso, abierta al calor de un sol que quema el asfalto y del que nos refugiamos en la terraza que por suerte, no cesa. Y la cerveza se deja cristalizar en la jarra que pronto se calienta. El verano es un tiempo extraño de ficción feliz, de sudor que agota, y mientras, la política que no se va de vacaciones, no, que se convierte en grito, en confrontación intensa. Habituados como estamos a la contienda y no a la oratoria, al insulto reiterado, a las medias verdades y no a la seguridad del bien común, nos dejamos llevar por la tertulia que grita, el político que no se toma ni siquiera un momento para aparcar la estupidez y marcharse de vacaciones a ver si la falta de conectividad condena al silencio a sus berreantes redes sociales donde no ejecuta, sino vitupera.
Llega agosto con ferocidad de incendio que se ha mantenido en sordina durante el amable Julio. Es el sol que calienta y el cansancio de nuestro deseo de descanso. No hay tregua para este tiempo febril que se disputa en las calles y en las columnas de prensa. Y sin embargo, en la calle temprana seguimos haciendo la cotidiana tarea de arrastrar la compra de nuestras mesas generosas, seguimos saludando al vecino tan madrugador como nosotros y sorteando el negocio que anuncia su breve descanso vacacional, sus contados días de regalo. Y si a eso se une una cañita en el bar que no cierra, en el bar donde refugiarnos del calor de la terraza que ya anuncia que ni la sombra es benigna, pues qué vamos a hacer… hablar de política con cuidado de no acabar a gritos, comentar de nuevo que nunca ha hecho este calor, comparar las noches sin dormir y pedir otra ronda generosa. En el fondo, este tiempo no nos duele tanto y ya se pasarán estos calores, estos pesares y estas histerias… eso sí, el breve soplo de las vacaciones fuera, cada vez más breve, qué vamos a hacer si no se puede, no se puede...
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