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Pensando con Jerónimo de Perigord, el Cid y Venancio Blanco, incitados por Florencio Maíllo
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Pensando con Jerónimo de Perigord, el Cid y Venancio Blanco, incitados por Florencio Maíllo

Actualizado 25/07/2024 08:18
Antonio Matilla

El cuadro de Florencio Maíllo, recientemente instalado en el trasaltar del Templo Nuevo de la Catedral de Salamanca, ha sido bautizado por su autor con el título “El pensamiento ante el misterio de la Creación, Redención y Resurrección. Fruto del diálogo permanente entre el autor y el canónigo D. Daniel Sánchez Sánchez, fallecido hace menos de un año; fruto también de la generosidad de sus hermanos y herederos es esta magnífica obra que, a su vez, está en pleno diálogo con otras dos obras importantes: la imagen restaurada del Cristo de las Batallas y la escultura de Venancio Blanco, amablemente cedida por la Fundación que honra su recuerdo: “Cristo vuelve a la vida”, aunque yo prefiero ponerle otro nombre que me ayuda a entender más la obra: “Cristo resucitando”. Como buen gerundio resucitando indica que la resurrección está obrando ahora.

Sea como fuere, es un hecho que en el trasaltar de la Catedral Nueva se está produciendo un diálogo intelectual, espiritual, religioso y artístico que empezó hace unos 922 años, cuando Hieronimus de Perigord trajo consigo la imagen del Cristo de las Batallas, que acompañó al Cid en sus campañas militares, y el manuscrito del testamento de Doña Jimena, esposa del Cid, entre otros documentos. ¿Venía entre ellos el Cantar del Mío Cid? Parece que no, aunque hay la posibilidad de que el que fue capellán del Cid y, a su muerte, obispo de Salamanca, fuera su autor, que letras no le faltaban.

La imagen traída por Hieronimus no suscitó de momento entusiasmo y fervor popular y la devoción fue minoritaria hasta los siglos XVII y XVIII, en que corrieron como la pólvora los milagros atribuidos a él suscitando un gran revuelo espiritual entre la mayoría de los salmantinos de entonces, para volver a caer en el casi absoluto anonimato a partir del Siglo XIX.

Los espectadores tenemos el privilegio de elaborar una visión personal del arte, distinta y complementaria a la de otros espectadores, enraizada en nuestra experiencia religiosa, espiritual, social e intelectual. ¿Cómo hacer aflorar esas perspectivas del espectador? El cuadro de D. Florencio Maíllo nos empuja con la presencia de El Pensador, de Rodin, velado pero reconocible en el centro del cuadro. El gusto por lo bello, las sensaciones, la memoria, las creencias, los deseos conscientes y, en general, todo lo que hemos aprendido en las aulas, en los libros, en el cine y en todas las manifestaciones culturales y en nuestras experiencias vitales que nos ayudan a encontrar sentido –los creyentes no podemos negar la potencia de las experiencias religiosas-, se pone en marcha en nuestro pensamiento. Voy a intentar explicitar algunas de estas relaciones que han ido surgiendo en mi pensamiento a la vista de estas tres obras de arte más la arquitectura del templo, que de alguna manera las enmarca.

D. Antonio Cea me ha ayudado a caer en la cuenta de los rostros no evidentes a primera vista, pero perceptibles. Son cinco rostros familiares para el autor, que flotan en torno a la figura del Creador. Los cristianos estamos llamados a ser colaboradores con Dios en la Creación, también con el Hijo, Jesucristo, que es el iniciador de la Nueva Creación nacida del Sepulcro que ha quedado Vacío. También con el Espíritu Santo que nos habita y nos invita a renovar nuestro interior y nuestro entorno. Somos co-creadores, ayudantes de Dios Creador con el trabajo, con la sensibilidad artística y con la sexualidad, recreando materia y creando vida. Somos herederos y transmisores del código genético acumulado durante, más o menos, cuatro mil millones de años, pero no nos limitamos a repetirlo, sino que el don de la libertad (“para vivir en libertad Cristo nos ha liberado” como experimenta y comunica San Pablo en Gálatas, 5); la libertad nos ayuda a crear formas de vida que, ella también, es a la vez herencia recibida y novedad trabajada y asumida.

Estos cinco personajes –cada uno podemos imaginar ahí nuestras propias personajes familiares- hablan a las claras de siete palabras contenidas en el Credo: “creo en la comunión de los santos”. Cristo ha muerto por cada uno de nosotros y, para ello, previamente, ha tenido que asumir nuestra finitud, nuestra fragilidad y nuestra individualidad, indisolublemente unida a nuestro cuerpo. Cristo ha asumido plenamente nuestra humanidad, que no puede salir de si y expresarse nada más que por su condición de Persona que, en su relación con cada uno de nosotros provoca que nuestra relación lo sea, en Él, en Cristo, con todo y con todos. Las personas de la Trinidad, por nuestro medio, pueden proyectarse sobre cada persona humana, sea fallecida, viviente en la carne o proyectada hacia el futuro. A fin de cuentas, como dice Romanos, 8 “somos hijos en el Hijo por obra del Espíritu”.

Hay en la obra de Florencio Maillo otras alusiones al revolucionario modus operandi del Evangelio: los pobres, los pecadores, los que no cuentan, nos representan a todos, porque todos somos pecadores, pobres y frágiles. Y los más pobres de la escena son las tres personas que cuelgan de sendas cruces, a saber, Jesús y los dos ladrones que le enmarcan; los dos ladrones han perdido todo, pero Jesús sigue apelando a su dignidad de hijos de Dios, de imagen de Dios (Génesís 1), imagen sufriente del mismo Dios; en esa horrible situación uno de ellos se salva por ejercer su libertad aceptando las palabras de Jesús, mientras el mal ladrón se queda desnudo ante la sola misericordia del Padre. Llegados a este punto la actualidad nos desarma, la guerra de Ucrania, y todas las guerras activas en el mundo, más de cincuenta, provocan decenas de miles de ladrones no crucificados sino lacerados por la metralla complejamente triangular de las bombas de racimo y otros inventos de guerra. Por desgracia, la muerte y la guerra están presentes continuamente en la historia de la humanidad. Jeremías 14: “salgo al campo… muertos a espada…”.

Pero –el pensamiento viene en nuestro auxilio para encontrar sentido a la muerte y nos ayuda a darle contenido a la adversativa-: pero el Mal, la muerte y la guerra no tienen la última palabra. La última palabra la tiene la Resurrección de Cristo. En estos tiempos en que mucha gente piensa que la Ciencia y la Fe son incompatibles, la Mecánica Cuántica viene a darnos pistas, no para proporcionarnos una solución fácil e inmediata, sino otra incitación al pensamiento: la materia y la energía son intercambiables y la Sábana Santa, como se insinuó en la Exposición The Mystery Man, muestra indicios de una transformación de la materia de “un Cuerpo” en energía. Naturalmente esto no es dogma de fe, sino “la loca de la casa” –Teresa de Jesús dixit- que no nos da respuestas evidentes, pero amplía enormemente el objeto de nuestro pensamiento religioso y espiritual, emanado en último término del Logos que nos presenta San Juan en el prólogo de su Evangelio.

El bosque de cirios pascuales que alumbran la Resurrección-Ascensión de Cristo, me los imagino viniendo cada uno de ellos de las parroquias cercanas, en las que se actualiza semanalmente la fuerza de la Luz de Cristo quien, resucitando nos resucita y ayuda a cada pequeña comunidad cristiana, especialmente a las que viven en la España vaciada, a resucitar con Cristo, valorando la dignidad absoluta de cada feligrés, especialmente los que no pueden salir de casa… o de la residencia.

Pero no adelantemos acontecimientos porque el “Cristo resucitando”, gerundio que indica actualidad, de la Fundación “Venancio Blanco”, nos muestra que la materia inerte y muerta y sepultada de la primera Creación está resucitando y a los creyentes nos permite percibirla como Luz en medio de la Noche y de la Nada, iluminando primero las tinieblas del sepulcro y, al salir de éste, dando lugar a la Nueva Creación cuya Luz, la Luz de Cristo resucitando, nos convierte a los que nos dejemos redimir, en actores colaboradores de la Nueva Creación.

El Cristo del Cid, cuya devoción ora minoritaria casi siempre, ora masiva en los siglos XVII y XVIII, siempre guadiánica, ha sido testigo de las batallas que hemos librado los salmantinos durante diez siglos: la invasión extranjera islámica; el ejercicio del culto divino en la Liturgia mozárabe, Liturgia que les mantenía en comunión con la físicamente lejana y espiritualmente muy cercana Roma, Liturgia de resistencia y alabanza al Dios que todo lo gobierna; el pensamiento -¡Otra vez Rodin avant la lettre!- fluyendo del Claustro Catedralicio, primera sede del Estudio General que, por intuición del rey adolescente Alfonso IX, formaba clérigos a la par que probos funcionarios del Estado y maduró tanto y tan deprisa, que tuvo que alquilar un caserón cercano, adornado ahora por una portada famosa, porque ya no daban abasto. Allí floreció la Escuela de Salamanca, de tanta influencia en la Europa moderna y tan poca en la España y Salamanca que la hizo nacer y ejercer como moderadora, a la par, del Estado moderno basado en las Leyes y de una forma de llevar a cabo la no colonización del Nuevo Mundo y Filipinas que, hasta su independencia en el Siglo XIX, fueron territorios de la Corona tan españoles como los habitantes de nuestra Piel de Toro, Pell de Brau, y de los reinos unificados del “tanto monta…”

El Campus universitario que giró en torno al Centro Histórico de Salamanca ahora se ha desparramado también por el Campus Unamuno y por las sedes de Zamora y Ávila… y Madrid, propiciado este por la recuperación de la Teología para la Universidad en nuestra Pontificia. En nuestra Universidad, Juan de la Cruz, en una corta estancia de apenas un año, pudo acoger ideas que le ayudaran más tarde a teorizar la Noche Oscura y Teresa de Jesús pudo aprender de los que sabían, sin enredarse en disputas de unas Órdenes Religiosas contra otras, porque su Reforma tenía que superar sí o sí esas aparentes contradicciones.

Y feligrés de la parroquia de San Sebastián y luego, regresado del exilio, de la recién creada de La Purísima, Miguel de Unamuno junto a Dorado Montero y otros pocos sabios, luchó la batalla de la supervivencia de nuestra Universidad, reducida en su época a la pequeña Facultad de Letras y a una Facultad de Medicina a duras penas sostenida por la Diputación Provincial.

Más contemporáneas fueron las batallas de los salmantinos contra el analfabetismo y la pobreza inmisericorde en el siglo XIX y en el XX, con instituciones heroicas, como por ejemplo las creadas partiendo del testamento de D. Vicente Rodríguez Fabrés para luchar contra la mendicidad de los niños y la soledad de los ancianos, así como el desarrollo moderno de la agricultura y la ganadería en el Complejo junto al río de la Fundación “Vicente Rodríguez Fabrés”. Por suerte, en Salamanca disfrutamos también de otras Fundaciones que ahora no podemos nombrar. En plan más modesto pero no menos eficiente, en los bajos de la Parroquia de Jesús Obrero en Pizarrales, o en las antiguas naves industriales del Centro Cultural de la parroquia de Santo Tomás de Villanueva, o la Capilla-Escuela de la Vaguada de la Palma o la Capilla con dos aulas que todavía existe en Chamberí-Los Alambres prestaron un gran servicio a la alfabetización y promoción cultural a los salmantinos de a pie que no podían asistir a la Universidad y ni siquiera habían completado los Estudios Primarios.

Ser redimidos y participar de la Resurrección puede significar muchas cosas, todas ellas encarnadas en la conciencia de cada uno de nosotros o en los proyectos colectivos, en equipo, de muchas instituciones. El pasado es importante, pero el presente y el futuro también. Y así, resucitar puede significar, provisionalmente, descubrir una vocación profesional de entrega y servicio al prójimo; o salir del hoyo del alcohol o de otras drogas en Proyecto Hombre, en el Centro de Día de Caritas o en Cruz Roja; o dejarse ayudar por los magníficos Servicios de la Seguridad Social y de nuestro Hospital Universitario para vivir con dignidad una enfermedad grave y, en muchos casos, superarla; o colaborar para que un país, por ejemplo Venezuela, el próximo domingo, o España mismo en los primeros años 70 del siglo pasado, pueda recuperar la democracia.

El Misterio del Mal está activado de múltiples maneras, pero los Misterios de la Creación, Redención y Resurrección están siendo - ¡Otra vez el gerundio! - mucho más fuertes.

Gracias D. Jerónimo, gracias D. Venancio, gracias D. Florencio por ayudarnos a creer y a pensar. Y de nuevo ¡gracias! A Don Daniel y a sus herederos. Santa gloria hayan. Creo en la comunión de los santos.

Antonio Matilla, Deán de la Catedral.

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