Dios hizo al hombre libre para que pudiera razonar y decidir por sí mismo y, a la vista del resultado, podemos llegar a la conclusión de que hemos asumido ese papel con escaso aprovechamiento. La sociedad es variopinta. El color de la piel, el idioma, la cultura, el medio ambiente, el grado de bienestar, muchos aspectos diferencian a unos ciudadanos de otros. Como era de esperar, a la hora de organizarse en el modo de convivir con los demás, también hay actitudes para todos los gustos. Grecia y Roma fueron pioneros a la hora de dotarse sistemas capaces de establecer la noma a seguir para el buen funcionamiento de la sociedad aportando, los primeros, el sistema político que permitía al pueblo elegir a las personas mejor preparadas, y los segundos, dejando plasmadas las pautas que debían regular los derechos y deberos de los ciudadanos. Así llegaron hasta nosotros la Democracia y el Derecho.
Nuestra libertad, recibida gratuitamente, ha sido desperdiciada con más frecuencia de la deseada. Ni todas las naciones han escogido la democracia como sistema de gobierno, ni todos los pueblos han seguido las normas que marca la ley, esas que no se inclinan ni a un lado ni a otro -por eso se llama “derecho”. Hoy, las naciones se dividen en dos grandes grupos: las que han adoptado la democracia como forma de gobierno y aquellas en las que los ciudadanos, además de no ser iguales ante la ley, no intervienen en la elección de sus gobernantes.
¿En qué grupo se encuentra hoy España? En los dos. Hay naciones que tienen tan asumido el espíritu democrático que difícilmente admitirían otro. No obstante, no se puede ni debe generalizar. En ambos grupos existen diferentes grados de fidelidad a su sistema. Hay democracias que, por la aparición de cabecillas contagiados por falsos progresismos que suelen llegar al poder después de golpes de estado más o menos disimulados, llegan a degenerar en verdaderas dictaduras. Las que nunca fueron verdaderas democracias, y actualmente tienen el sello de dictaduras –China, Corea del Norte, Cuba, Irán, etc.-, suelen perpetuarse tanto como las verdaderas democracias. Aquí, después de haber esperado XX siglos para disfrutar de la primera democracia efectiva, cuando apenas la hemos estrenado, estamos dando peligrosos pasos para abandonarla. Este comentario no lo he sacado de mi manga; es una opinión del prestigioso The Economist “La falta de independencia y los continuos ataques que sufre el poder judicial en España han hecho que su valoración haya disminuido varios puestos hasta dejar de pertenecer al grupo de las llamadas democracias consolidadas”.
Para que la información sea completa, y el gobierno de Sánchez no siga propalando medias verdades, conviene recalcar, ahora que se ha llegado a un acuerdo en la renovación de los miembros del CGPJ, que la demora no se debe exclusivamente a la oposición del PP. En la Constitución figura la fórmula para que los 20 miembros de ese Consejo sean elegidos por una mayoría cualificada de tres quintos de las dos Cámaras -12 de ellos entre Jueces y Magistrados y 8 entre juristas de reconocido prestigio. Ese tipo de mayoría exigida, y la actual composición de las Cámaras, obliga a contar con la aquiescencia de los dos partidos con mayor representación. La demora llegó cuando el PSOE quiso que fueran renovadas las vacantes con los nombres de su preferencia para obtener una mayoría de juristas con reconocido perfil llamémosle “progresista”. Para que no existiera ningún desequilibrio, nunca estuvo dispuesto a consensuarlo con el PP. Cuando el PSOE se ha apeado del burro, el acuerdo ha llegado –aunque el resto de partidos tengan razón para no estar de acuerdo con la fórmula. La realidad nos ha demostrado que, por desgracia, no todos los jueces parecen independientes.
Si a todo lo anterior, unimos la invasión del Tribunal Constitucional, con un Presidente dispuesto a ser el aval del Gobierno, estaremos de acuerdo en que Sánchez tiene en sus manos una herramienta capaz de derribar muchas de las barreras que figuran en nuestra Constitución. Por tener, también tiene unos compañeros de viaje que le tienen fuertemente agarrado de sus partes blandas, y que antes han estado dispuestos a aplaudir las muertes, pasar por la cárcel o huir de la justicia viviendo sin estrecheces a cuenta de los presupuestos del Estado.
Cuando Sánchez llegó a La Moncloa, salvo los partidos independentistas que vieron una ocasión propicia para sacar tajada, pocos españoles pensaban que llegaría a gobernar precisamente con su apoyo. Desgraciadamente, nos equivocamos. Ha sobrepasado todas las líneas rojas. Sinceramente, creo que las promesas que hace en las campañas electorales no son mentiras; su subconsciente sabe que no lo va a cumplir y por eso le ordena que diga lo contrario de lo que piensa.
En medio de tanto atropello, ha llegado la parte más prosaica. Sánchez, y su
gente, son de carne y hueso. Ahora resulta que a los embrollos del esposo hay que sumar la sospechosa conducta de la esposa. Existen documentos y presencias físicas que no dejan en buen lugar alguna de las actuaciones de Begoña Gómez. El tema tiene todas las apariencias de no ser invención de nadie. Si así fuera ¿Por qué nadie se ha querellado? ¿Por qué se niega a declarar ante el juez? ¿Cuántos imputados de los que se niegan a contestar al juez han resultado inocentes?
Si Begoña Gómez es totalmente inocente de todo lo que se le acusa, Pedro Sánchez está faltando a su obligación como esposo, limitándose a criticar a la oposición en vez de personarse ante la Justicia acusando a quienes la acusen indebidamente ¿A qué espera? No quiero pensar que su esperanza esté depositada en la Ley de Amnistía.
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