Son los pequeños negocios de toda la vida los ojos luminosos de la calle que nos miran con su escaparate ordenado, su cercanía humana, su entrada y salida del corazón, habitada vía. Sin embargo, en este barrio mío de gentes conocidas, de diario afán y paso reposado por la calle nuestra de cada día, se horadan los huecos sorprendentes del local convertido en puerta de casa, la hura diminuta, la madriguera sin apenas ventana del pisito reconvertido en ese limbo administrativo de “uso turístico”.
Frente a la coqueta puerta, a la rejilla y el acabado pulido, uno se pregunta cómo se puede vivir sin ventanas al aire, sin balcón de maceta, sin patio de mi casa. Lejos queda, cierto, este rincón cuidado de los huecos donde viven los desheredados de la tierra, esos que convertirían el humilde portal de mis padres en una casa ordenada, y ni siquiera eso: en el Japón de casas encapsuladas, en el Nueva York o las grandes ciudades asiáticas, la vivienda, el corazón de nuestra vida diaria, el lugar del descanso tras el día de ajetreo es puramente un lugar para tirar el cuerpo sobre el suelo, el apenas espacio de una espalda. Quien nada tiene lo recoloca a su alrededor quien sabe si con mimo, ropa apilada, pequeños enseres del corazón que nosotros, los privilegiados, amontonamos hasta el hastío. Nos sobra apero, nos sobra espacio donde dejar aquello que no paramos de comprar. Somos los acaparadores de lo que nos sobra, los restos de un naufragio que no paramos de acaparar.
El hueco horadado en lo que era local de negocio, voluntad de tienda pequeña donde conocer al cliente y hacer cercana la necesidad, se adorna de puerta y timbre como casita de cuento. Agujero en el árbol, madriguera diminuta para pasar el rato por la ciudad que regurgita a la gente que llena sus calles monumentales escleróticas de turismo. El barrio recoleto, el barrio pequeño contempla estos ojitos en la pared con cierto recelo, con extrañeza, y sin embargo, a cada día su tarea y uno piensa que si no hay dinero para un piso, bueno es pagarse el diminuto rincón de vida donde sentir que la casa habitada es muro que protege, casa que canta, rincón que respira al unísono de nuestro pecho. Casa y nada más que casa.
Charo Alonso.
Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.
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