Los que somos muy de batallitas y, sin buscarlo porque nos sale natural, siempre estamos atesorando gestas y desdichas para soltárselas, con todo el entusiasmo, a quienes en el futuro tengan la paciencia de hacer como que nos escuchan, acabamos de añadir a la colección un mes de gloria balompédica para España. Inesperado aparentemente para una mayoría de los supuestos entendidos, aunque los precedentes avalaban bastante más al equipo español que a algunos teóricos favoritos, así se ha saboreado aún mejor esta revolución de los claveles amarillos, los que en las rojas camisetas hacían un guiño a la Historia tan ignorada y despreciada de la nación. Ignorancia y desprecio que, lógicamente, tampoco han faltado en las habituales reacciones al resultado del verde. Desde aquellos que, en un burdo alarde de superioridad intelectual, no han perdido la ocasión de tratarnos a los aficionados al fútbol como zoquetes o tarugos, hasta los que han extraído de una mera competición deportiva una serie de forzadas y excesivas conclusiones, extralimitados cual miembros del Tribunal Constitucional al rescate de sus amos o cual Fiscal General del Estado al servicio de sus señores.
Mucho menos recorrido mediático ha tenido la valiente, sencilla y razonable respuesta del seleccionador nacional, Luis de la Fuente, cuando Guillem Balagué, de la BBC, le preguntó por el papel de Dios en vísperas del desenlace del campeonato en Berlín: “Los que somos ateos respetamos pero no acabamos de entender la relación de los que tienen fe con Dios. ¿Dónde queda Dios y la fe cuando hay una final y se requiere absolutamente de todo para ganar?”. Primero, empatía y humor: “Te entiendo perfectamente porque es que a mí me sucede igual con los ateos, exactamente igual”. Después, exposición razonada: “La fe es algo personal y transferible, en este caso no es intransferible, es transferible. Pero es personal y, lo que me hace, como soy libre, y puedo elegir lo que creo que tengo que hacer, y desde mi inteligencia y mis experiencias (…) me invitan a creer en Dios y aportarme mucha seguridad y mucha fortaleza”. Terminó recordando otra respuesta también natural y certera en días previos a Helena Condis, de la COPE, en la que distinguía la oración de la superstición.
Lo de ganar, que parecía preocupar mucho al periodista español del medio británico, no halló cabida en la contestación del entrenador, que prefirió subrayar los caminos hacia la fe: libertad, inteligencia y experiencias; sus frutos: seguridad y fortaleza; y su doble condición individual y comunitaria: personal y transferible. Porque no se guarda sino que se comparte, por ejemplo con respuestas como la del bueno del seleccionador. ¿Ganar? Sí, se lucha por ello, pero preguntado por Dios y la fe ya palidece toda alusión a victorias humanas y mundanas, que quedan ímplicitas e integradas. Con sus palabras, no anduvo lejos De la Fuente de la definición de Santo Tomás de Aquino: «Creer es un acto del entendimiento que asiente a la verdad divina por imperio de la voluntad movida por Dios mediante la gracia».
No era posible, bajo el título de esta columna, pasar de largo cuando de la fe se ha hablado en un contexto con la audiencia de la rueda de prensa previa a la final de la Eurocopa. La pregunta del ateo Balagué ya era en sí misma una búsqueda, una apertura, una puerta entornada desde la increencia y abierta de par en par, sin complejos, sin cerrojos, por el creyente De la Fuente, que del don de la fe regalado gratuitamente por Dios a su persona, la fe personal, hacía por la confesión pública, por el testimonio, fe transferible: creo y creemos. Sanísimo en estos tiempos oscuros, de oscuridad disfrazada de luz, que se pudiera hablar de Dios y de fe sin chistes pero con humor, sin tener que recluir en la intimidad de cada uno lo que puede y debe ser anunciado y propuesto a todos.
Creemos, sí. Un buen lema, personal y transferible, también para renovar el carnet de Unionistas de Salamanca, que era mi asunto previsto para este sábado, como siempre lo es un sábado de verano. Podría haber llegado a este puerto aludiendo a la fe como convicción firme de que es justo un homenaje a una institución entrañable que finalizó su andadura en 2013, la Unión Deportiva Salamanca irrepetible, inconfundible, respetable en su trayecto histórico de noventa años, partiendo desde abajo, desde la añoranza sana, desde el romanticismo pragmático. O reivindicando la fe como fidelidad a un ideario que apuesta por el funcionamiento del club de modo más cooperativo y asentado en la asamblea de socios con iguales derechos, sometida la ambición al realismo. O fijándome en la fe como confianza en el trabajo demostrado en el campo por jugadores y técnicos, que ya cosechan tres séptimos puestos consecutivos en una categoría del nivel de Primera RFEF y terminan de alcanzar los octavos de final en la última edición de la Copa del Rey.
Sin embargo, a la vista de la feliz coincidencia futbolera, no he querido cambiar el guion para unirme al “creemos” aconfesional de Unionistas a partir del “creo” trascendente del seleccionador. Necesitamos creer. En libertad. Con inteligencia. Desde nuestras experiencias. Necesitamos la fortaleza y la seguridad con que la fe nos sostiene. Puede ser más tangible, menos abrumador, creer en nuestro proyecto sencillo de un club de fútbol, de una asociación, de algo que nos traemos entre manos… Será más transformador, y ya no efímero como los laureles, creer en Su proyecto grande para nosotros, la vida que no acaba.
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