Viernes, 04 de octubre de 2024
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Inaugurado en la Catedral de Salamanca el gran cuadro de 8 metros de alto de Florencio Maíllo
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En el trasaltar del templo

Inaugurado en la Catedral de Salamanca el gran cuadro de 8 metros de alto de Florencio Maíllo

Actualizado 16/07/2024 15:02
Charo Alonso

El Deán Antonio Matilla presenta la impresionante obra del pintor de Mogarraz

Una fiesta de agradecimiento, así definió el acto con el que la Catedral de Salamanca, en la persona de su Deán, Antonio Matilla, celebró para mostrar la colocación de la obra de Florencio Maíllo en el trasaltar de la sede salmantina. Un cuadro monumental de 4x9 metros, magníficamente situado –tarea sumamente compleja por las dimensiones y su naturaleza- por la Empresa Hermanos Feltrero, que luce por fin en la pared neoclásica, sin desmerecer en absoluto con la monumentalidad de la Catedral que quiso, como en un regalo a la Salamanca que acudió a celebrarlo, que un rayo de luz incidiera precisamente en la parte superior del cuadro donde Maíllo sitúa a Dios Padre en una bóveda celeste iluminada como en un regalo.

Una obra que para Matilla, fue la herencia del canónigo emérito Daniel Sánchez, quien se atrevió a soñar con ese diálogo entre la fe y el arte moderno que tanto defiende Tomás Gil. Un encargo sin papeles, con la palabra dada como valedora de algo que va más allá del trabajo. El artista aceptó el reto y dedicó algo más de dos años a una pintura monumental que se alza frente a nosotros casi inhumana. Un tiempo de intensidad creativa en el que Maíllo se sirvió de la sabiduría del antropólogo Antonio Cea, quien desgrana en el acto el significado, riquísimo de un proceso de entrega generosa. En su alocución, sabia y fecunda, Cea recuerda las dificultades de composición de la obra en la que, según el canónigo, debían aparecer Dios Padre y el Hijo Crucificado y Resucitado. Una obra en la que Maíllo ha incluido frases definitorias como “Buscad las cosas de arriba” y un diálogo entre la modernidad y los ancestros populares de la devoción serrana. Elementos que representa Cea, por ejemplo, con las coplas en las que se cita a las golondrinas como aves que le quitan las espinas de la corona al Cristo sufriente, un canto que resuena en las naves de la Catedral en la profunda hondura de la voz del antropólogo.

La hermosa y completa narración pictórica del cuadro se explica en las palabras de Cea, quien insiste en la unión de la tradición oral, propia de la Sierra de Francia, y la modernidad de un artista cuyas señas de identidad están presentes en la obra: el uso de elementos metálicos, propios del hijo del herrero que es Maíllo, la naturaleza de su querido Mogarraz, la utilización de los modelos que le son queridos en su vida diaria, la reflexión personal en el mensaje evangélico, y, sobre todo, la sabia utilización de los recursos de una tradición pictórica que asoma en cada detalle. Los fondos del Gólgota, a ma manera del Greco toledano, son los de una Salamanca cuyas autoridades asisten al acto, esa Salamanca que se ve en la disposición de las “Conchas” que en realidad, son las bombas de racimo lanzadas en la Guerra de Ucrania y que atraviesan al Crucificado en medio de la luz oscura azul del dolor de la muerte. Agonía saturada de color que se vuelve luz purísima en la resurrección a la manera de los cirios ortodoxos y que se vuelve mirada de amor y bondad en el Padre Eterno que los asistentes ven iluminado de sol de mediodía.

Y si el discurso de Cea es clarificador y admirado, el del propio pintor, que se lleva al corazón la mano con la que ha pintado esta obra que parece superar al artista, mientras el aplauso resuena en las naves elevadas, es un ejercicio de agradecimiento, de recuerdo a quienes ayudaron al adolescente enamorado de la pintura en su Mogarraz natal: el agustino que le inició en la pintura, el Gobernador generoso que compró sus primeras obras, Jaime Royo Villanova que ahora aparece convertido en el Dios Padre de su imaginario pictórico. “El pensamiento ante el Misterio de la Creación, Redención y Resurrección», es una de las obras de su vida y supone la responsabilidad de un diálogo fecundo con el espacio inmenso de la catedral y sobre todo, con la propia pintura. Es un cuadro del que debemos felicitarnos todos, porque es la suma de cada tiempo que ha transcurrido desde que se erigiera la hermosa catedral salmantina donde cabe la nueva sensibilidad de una modernidad que tuvo en Daniel Sánchez, fallecido en el 2022, a un visionario que quiso dejar su impronta en uno de los espacios más importantes de la catedral, frente a la capilla del Cristo de las Batallas. Tradición y modernidad en un largo y duro proceso en el que también hubo momentos de debilidad y de desánimo en el que el artista encontró a muchos de sus “ángeles de la guarda” como Tomás Gil, valedor incansable de un proyecto de enorme complejidad, no solo por el encargo, sino por la colocación de su monumentalidad en un monumento que ahora muestra la obra como si siempre hubiera estado allí. Y es cierto que, tras los aplausos, los reconocimientos, los abrazos emocionados, aquellos que han podido disfrutar de la obra, sienten que ese es su sitio, el de una visión hermosísima, compleja y plena de significados del misterio de la muerte y la resurrección. Una obra que nos interpela desde el trasaltar de la inmensa catedral salmantina, ahí donde las figuras pintadas por Florencio Maíllo se desprenden de sus modelos y se hacen belleza que se alza, se sublima, se separa del artista. Una obra que merece mirada detenida y cuyo descubrimiento es una fiesta, un momento de guardar en los anales de la ciudad letrada. Soy de Florencio Maíllo, de Mogarraz, es decir, ahora de todos.

Charo Alonso / Fotos de David Sañudo