Este martes 16 de julio se inaugurará por fin esta impresionante obra del artista de Mogarraz frente a la capilla del Cristo de las Batallas
No es pintor de encargos Florencio Maíllo, sin embargo, cuando el canónigo Daniel Sánchez le habló de la obra que quería dejar como legado a la catedral en la que había transcurrido su vida, el artista de Mogarraz inició el camino que ha de concluirse este martes 16 de julio con el final de la laboriosa colocación de su obra en la parte de atrás del altar de la catedral nueva de Salamanca.
Todo partió de uno de mis cuadros favoritos de Florencio Maíllo que se expuso en el Casino de Salamanca en una muestra inspirada por el amor a la ciudad de su presidente, Alberto Estella. La mirada de Maíllo se dirigió a la catedral toda y aquel cuadro monumental despertó en el canónigo la certidumbre de que era el pintor el artífice de su deseo. Por eso fue a su estudio de Encinas de Abajo a pedirle un cuadro monumental donde aparecieran el Padre Eterno, el Crucificado y la Resurrección de forma figurativa. Puedo imaginar a Maíllo escuchando y asintiendo, la cabeza ya ocupada en tareas de documentación, conformando, subiendo y bajando del andamio de la altura de su estudio. Florencio Maíllo es un artista que se entrega entero, en cuerpo –frío, noches y días en el trabajo frente a la obra- y alma. Y mientras el artista pintaba incansablemente, los ecos de la guerra de Ucrania golpeaban la lámina de metal donde emergía un Cristo dolorido. De ahí las esquirlas de su eco de herrero convertidas en recuerdo no solo de la disposición de las Conchas del monumento salmantino, sino de una guerra que hiere y mata con su afilada certeza de dolor. Un dolor que se conjura con la resurrección de un Cristo envuelto en cirios ortodoxos en esa almendra que nos remite a la tradición de los cuadros bíblicos. Porque esta obra de insólita modernidad también es un recuerdo de la lámina colorida de los libros de santos, de la tradición más fecunda de la representación pictórica de Dios Padre. Dice nuestro querido Tomás Gil que la iglesia actual no ha sabido dialogar con el arte moderno. Y sin embargo, en el discurso pictórico de Florencio Maíllo, tradición y modernidad se unen para configurar una obra tan insólita como familiar para quien tiene el privilegio de verla, privilegio que, a partir del martes, será de todos. Una obra profundamente salmantina, donde la propia catedral está retratada como fondo del Gólgota. Esa catedral que fue inicio y es contenido y continente.
La obra, dividida en dos partes en el estudio del artista, mide 4 metros por 8 y su monumentalidad se corresponde con el espacio de la catedral que acogerá su belleza colorida, su original técnica de la encáustica de la que Maíllo es maestro consumado. En ella, los detalles metálicos nos recuerdan que el artista era el hijo del herrero de Mogarraz, enamorado de la pintura y de la naturaleza de la sierra que ha querido pintar en un cuadro cuya firma recuerda su pueblo y el tarro de las esencias de su obra maravillosamente colocada en el espacio del perfume de María Magdalena. El cromatismo saturado de la escena bíblica donde se sitúan, frente a la flora riquísima de los detalles más delicados de la pintura gótica, los personajes del Nuevo Testamento –San Pedro, San Juan, María Magdalena, María Virgen- fascina a quien se enfrenta a la obra cuya mirada va subiendo por el Cristo crucificado –exquisitas las golondrinas de la leyenda que le quitan las espinas de la corona- el Cristo resucitado y el Dios Padre de mirada misericordiosa que le acoge. En lo más alto de lo alto, esta figura guarda, como ánimas benditas de las casas de la sierra de Francia, a los muertos queridos del artista que flotan en un cielo de insólita blancura. La obra cierra así el carácter de su título “El pensamiento ante el misterio de la Creación, de la Redención y de la Resurrección”. Y es un auténtico misterio cómo ha logrado, no solo pictóricamente, sino a través de su sensibilidad, de su dolor y de su sabiduría, recrear el artista el auténtico espíritu de la creencia.
No pueden las palabras contener la emoción de este fin de tan largo camino. El de una obra concebida por un teólogo y realizada por un artista de sublime sensibilidad e insuperable técnica. Es una obra de Maíllo, reconocemos su lenguaje, su colorido, su técnica, su entrega… pero a la vez, va más allá. Y no solo en el tamaño y el empeño, sino en la visión personal de un misterio, el mayor de los designios de la fe. Y es tal su monumentalidad física y evangélica que precisa del lugar más adecuado para que todos puedan admirarse ante esta obra. Una obra que colgará por fin de las paredes para las que fue realizada. Una obra que supone un antes y un después para la catedral viva que acogerá a la que está llamada a ser piedra de toque de una modernidad que aúna arte y espíritu humano… siempre atento al misterio, siempre enfrentado a la muerte, siempre esperanzado. Siempre orgulloso de que el arte interprete la vida, la fe y, sobre todo, la esperanza, ese es el misterio del talento, infinito, atemporal, del artista nuestro, Florencio Maíllo, de Mogarraz.
Charo Alonso.
Fotografía: Carmen Borrego y Fernando Sánchez Gómez.