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Vacuna contra la rabia
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Vacuna contra la rabia

Actualizado 14/07/2024 07:18
Francisco López Celador

Aferrarse a la rabia es como agarrar un carbón ardiendo con la intención de tirarlo a alguien, pero eres tú quien te quemas. (Buda)

La rabia, considerada no como una enfermedad sino como un estado de ánimo, sobreviene como resistencia a circunstancias que, según el contagiado, significa una amenaza o grave contratiempo. Ahora bien, si esas circunstancias persisten y la frustración se vuelve ciega, sorda y continua, convierten al sujeto en un ser completamente irritable, capaz de saltar ante cualquier acontecimiento, por insignificante que parezca. Es una enfermedad muy frecuente entre los separatistas. Cuando la política inocula el virus del separatismo en la persona acostumbrada a vivir a su costa, el político infectado es muy proclive a padecer la rabia porque no admite ningún credo político opuesto al suyo.

La hoja de ruta del independentista, en sus diferentes modalidades, se basa en supuestos que son medias verdades, cuando no mentiras de tomo y lomo. Interpretan la historia según su particular versión, que nunca es la exacta; se visten de mártires del estado opresor, pero no pierden ocasión de rebajar sus llantos cuando consiguen ventajas sobre el resto del territorio, ya sean en forma de mayores fondos o en el trato especial a la hora de disfrutar más derechos y menos deberes que el resto de ciudadanos. Aun así, cuando el gobierno de turno necesita su apoyo para sacar adelante sus planes, siempre exigirán más prebendas. Nada les importa el color de quien gobierne, lo importante es su grado de maleabilidad.

El independentismo no es un movimiento que surja de la noche a la mañana; siempre hay un hecho histórico para que el iluminado de turno enarbole la bandera separatista. Tampoco es fácil lograr que ese fuego secesionista prenda a la primera. Hay que persistir en la idea primitiva y llevarla a todos los ámbitos. Uno de los más importantes es la educación. Lo que un niño no aprenda en el hogar, puede asimilarlo en el colegio. Aquí encontramos la primera herramienta: el lenguaje.

El País Vasco, Cataluña y algunos focos periféricos han contado con una lengua propia empleada siempre por minorías localizadas en núcleos aislados. Ninguna de esas lenguas ha conseguido ser mayoritaria en las zonas más pobladas.

Vista la imposibilidad de extender su idioma, el independentismo emplea el método del martirio chino. Iniciado el goteo en los colegios de enseñanza primaria, se impone su empleo en todo el proceso de formación, se declara único idioma oficial para los funcionarios autonómicos, se favorece la economía de los medios de comunicación afines y se llega a la ofuscación de admitir su empleo en las Cámaras, a pesar de que todos los oradores dominan el español. Para estos inútiles menesteres, nada importa el gasto que representa ese capricho.

Como lo anterior no es suficiente para adquirir el carnet de separatista pata negra, se debe combatir todo lo que tenga el apellido “nacional”. El Himno, la Bandera, la Monarquía, las Fuerzas Armadas, la Policía Nacional, la “fiesta nacional”, o las selecciones nacionales de cualquier competición deportiva, son banderillas negras clavadas en el lomo del independentismo. Y todo es así porque los sucesivos gobiernos, para no ahuyentar posibles votantes, prefieren hacer la vista gorda, y pasar por el aro de quienes puedan ser algún día sus colaboradores. Es el resultado de anteponer el egoísmo particular al deber colectivo. A ese estado de cosas ya hemos llegado. España está dejando de ser una democracia para convertirse, a pasos agigantados, en una autocracia. Corremos el mismo peligro que los equipos que descienden de categoría: resulta muy difícil volver a recuperarla. No se puede gobernar a cualquier precio. Sánchez ha consentido vejaciones que no son de recibo en cualquier democracia que se precie de serlo. Por supuesto, en este capítulo –como en otros muchos- su gobierno, a pesar de su soniquete, tiene muy poco de progresista.

Que miembros de la Corona, o cualquier unidad de nuestras FAS, en actos solemnes o en maniobras sean menospreciados; que la festividad del Día de las FAS no sea admitida; o que las selecciones nacionales no puedan celebrar encuentros en autonomías con etiqueta separatista, es la consecuencia de haber cedido a sus chantajes. Recuerden los gobiernos, aquí también, la frase del almirante Cervera: los barcos y la honra.

Últimamente hemos asistido a las quejas de políticos vascos y catalanes manifestando su oposición a la llegada de Unidades de Tierra, Mar o Aire. En el colmo de la estulticia, alegan como razón que esas visitas significan una provocación. Este rechazo sólo puede explicarse por el contagio de rabia que conservan en su cabeza. Si, además, las personas sanas –afortunadamente no se esconden- hacen cola para visitar barcos de la Armada y vehículos terrestres, y sus ciudades se llenan de banderas nacionales apoyando a nuestra selección de fútbol, no es de extrañar su enojo.

Como sucede en el campo de la sanidad, este contagio anímico se combate únicamente con la correspondiente vacuna. Por un lado, el gobierno estaría cumpliendo con su obligación, y por el otro, se inyectaría una buena dosis de orgullo a los españoles que se ven desasistidos en esas autonomías independentistas -y, en el fondo, racistas. Lograr que todos los españoles participemos de los mismos derechos y obligaciones es el abc de cualquier programa de gobierno. Basta ya de peleas de galos y manos a la obra porque es mucho lo que nos jugamos.

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