Últimamente no he dejado de pensar en aquel día que Annie Ernaux, estando en Salamanca, escribió en su diario la fatídica revelación: “Sobro en su vida”, equiparando la frase a una promesa o algo inevitable. Algo escrito en la actitud de un alienado por la nostalgia, una mano que recuerda haber sido amada y que se deja caer muerta sobre el papel ante esa certeza pretérita. Un ya no.
Aún me resulta curioso que no haya salido en ningún titular sensacionalista que la Nobel de Literatura Annie Ernaux pasó en 1980, antes de que se publicase La mujer helada, varios días de vacaciones en España junto a su exmarido y sus dos hijos. Fue, precisamente, en julio y me regodeo pensando que debió parecerse al que transito yo. Igual de caluroso, igual de vacío. En su documental autobiográfico Los años de super 8, la voz de Annie Ernaux camina entre los recuerdos que crecieron a raíz de la Super 8 de David Ernaux. Grabaciones que atestiguan una luz distinta para hacer que tienda al infinito, para vivirla y dejarse deslumbrarse ante ella. Eres guiado por la voz tenue y sapiencial de la que ya conoce el final de la historia. La narración de Annie Ernaux se entreteje con las imágenes filmadas dando como resultado una experiencia musivaria. Atiendo a la voz y la entiendo como un buen soliloquio, como una nana quemada. Leo una alegría corrupta en francés al llegar a sus vacaciones en España. Y reivindica Ernaux que por fin visitaban el país sin cargos de conciencia tras la muerte de Franco. La dictadura, que desgraciadamente es mirada por muchos con ojos rosas, era eso: un alejamiento edulcorado mediáticamente y una represión con miles de fusilados a sus espaldas.
Los lugares visitados por la familia fueron, entre otros, Pamplona, Valladolid, Soria, Almazán, Toledo, Alba de Tormes. No obstante, es Salamanca la ciudad que sobresalió para Ernaux, a pesar de todo. La destaca en el documental y en su libro Los años, atada a la Plaza Mayor. La Plaza Mayor vertebra su experiencia, como la de muchos, y funciona como una gran estampa impresa en el corazón. La Plaza, que aparece con imágenes de la Catedral, de la calle Compañía, de los capiteles desgarradores de las Dueñas. Salamanca, erigida para callar ante el grito de ausencia de la autora. Annie evoca esa pelea con David, esas palabras discurriendo su mente y esa compañía negada. Aquello ya descubierto que brilló en unas vacaciones familiares porque la cotidianidad desapareció. El curso de la conciencia que lleva a una afirmación demoledora y breve “Sobro en su vida”. Un “sobro en su vida” marcado sobre la fachada de la Universidad. En francés, no en griego. No es un enigma ni mucho menos una frase propagandística, es una sentencia de muerte. O quizás peor, una orden de destierro. Viendo desde el exilio el deterioro, la decadencia, las ruinas. Lo recordado llevaba en obras diecisiete años y el calor de la primera mirada lo asoló hasta los cimientos. Annie Ernaux escribió en Salamanca que sobraba en su vida.
Ando sobre su recuerdo, lo mancillo con el mío. Hablo del mío y contamino con mi dialecto de cierres insuficientes esa profecía. “Sobro en su vida” grabado con dolor en la Fachada de la Universidad, siglos sin mácula, envenenados recuerdos. Estaba ahí escuchándote.
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