La joven, estudiante de Derecho en Salamanca, asegura que a ella le “ha cambiado la vida para mejor”
Julio, media Península en alerta por calor. Vacaciones de verano y miles de planes por hacer. Pero todo esto no impide que Claudia, una joven estudiante, saque tiempo para hablar durante unos minutos.
Claudia es de Bilbao, pero estudia Derecho en la Universidad de Salamanca. “Vine un año con una beca SICUE y me quedé”, cuenta a este medio de comunicación. Claudia es ciega, con una discapacidad visual total. Ocurrió tras una enfermedad que sufrió, todo ello cuando apenas tenía 5 años.
Ahora estudia en Salamanca y junto a ella, Miel, su perra guía. Llevan juntas algo más de un año, tras un largo periodo de espera. “Para solicitar un perro guía hay que ser mayor de edad, entre otras cosas”, señala Claudia. “En mi caso la solicité hace unos seis años, pero por diferentes cuestiones, incluida la pandemia, ha pasado todo este tiempo”, explica.
Llegó a Salamanca a estudiar y cuando apenas llevaba unos meses en la capital charra, recibió la noticia de que se la habían concedido y tenía que ir s buscarla. Recuerda el primer encuentro entre ambas.
“Yo nunca había tenido perro guía, ni siquiera había tenido un perro”, explica. “El encuentro fue algo normal, pero muy bonito. Trajeron a la perrita junto a su instructora. Estábamos en una habitación, de repente yo dije su nombre y ella vino. Ni ella ni yo sabíamos que nos iba a cambiar la vida en ese momento”, recuerda.
Al principio un perro guía tiene un vínculo con su instructora y, posteriormente, tiene que creer vínculo con alguien nuevo. “Para mí Miel es mucho más que un perro, es mi compañera. Es una responsabilidad, en el buen sentido, pero es muy bonito tener esta compañía entre ambas, esta simbiosis”, detalla. “Somos compañeras de vida, estamos juntas aunque también hay veces que hay que dejarla un ratito sola, por su bien y también para que yo no pierda el hábito de ir con el bastón, pero es muy bonito”.
Para tener un perro guía hay que conocerse bien los lugares que habitualmente recorres, en el caso de Claudia Salamanca, la facultad, su casa… “Es importante conocer las referencias, por ejemplo, aquí hay una papelera, aquí delante hay un paso de cebra que hay que pasar... y todo eso ir enseñándoselo”, explica la joven. “Al principio no te hace mucho caso, y con el paso del tiempo, de los meses la cosa cambia y ahora somos como gemelas”.
Yo tengo que guiarle lo que yo quiero, sabérmelo bien y ella me tiene que hacer caso. "Es muy bonito, por ejemplo, que me avise de cosas, como cuando viene una amiga y al verla mueve el rabo para avisarme, cuando nos cruzamos con alguien que conocemos esa persona no se libra de que yo le vea, no le veo como tal pero la ve ella que es lo mismo y me avisa, etc.”, explica.
En Salamanca, la facultad es uno de los lugares a los que más van. “Se porta muy bien y muchos profes dicen que es su alumna favorita, aunque lo dicen en broma”, explica riendo al otro lado del teléfono.
A los perros guía desde que nacen se les entrena para esto. Ellos tienen una vida de perro guía desde que tiene dos meses. Se les empieza a entrenar y están en una familia que la acoge, una familia educadora, que sabe que en algún momento el perro se va a tener que ir. Luego la entrenan con la instructora en la escuela y una vez que le dan a un ciego un perro, normalmente se queda con él hasta que se ‘jubila’. Lo máximo que pueden trabajar son hasta que tienen 12 años.
“Para mí la verdad que es maravilloso tener un perro guía, en mi caso a Miel. Pero eso depende de las personas, no todos los ciegos quieren uno. Pero en mi caso es una experiencia, mucha responsabilidad, pero muchas ventajas. Siempre me despierta con una alegría muy bonita. Desde que tengo a Miel me ha cambiado la vida para mejor”, concluye.