Hay cosas que ya no deberían ocurrir en ningún país del mundo y mucho menos en países desarrollados como el nuestro, pero desgraciadamente suceden y lo que es más grave todavía: cuentan con las bendiciones, los aplausos y el apoyo de no pocos ciudadanos intransigentes, fanáticos y trasnochados, como es el caso.
El viernes, como cada 28 de junio desde que Franco palmó y como en todos los países libres, comenzaron las fiestas del Día Internacional del Orgullo LGBT o también llamado Día del Orgullo. En España mucho se había avanzado en este terreno, pero este año más que luchar por seguir reivindicando derechos, se lucha por resistir y no morir en el intento, y no es para menos: se ha visto a la Policía Local de Valencia arrebatar una bandera arcoíris a concejales que iban a colgarla del balcón del Ayuntamiento; se ha visto a un policía retirar por orden del alcalde otra bandera que sacó una concejala del Ayuntamiento en Toledo; se ha oído al presidente de las Cortes de Castilla y León exigir al PSOE que retire la misma bandera que cuelga de las ventanas de los despachos socialistas; se han producido enfrentamientos entre políticos en Valladolid y tampoco se ha izado la bandera en Guadalajara, en Ciudad Real, en Gijón, en Talavera de la Reina y en Córdoba.
Es evidente que esto no ha sucedido por casualidad, ha sucedido porque los ayuntamientos tienen algo en común. Todos están gobernados por el PP con Vox, o por Vox con el PP, que el orden no cambia las cosas. Y si los de Vox están anclados en la Edad Media, los del Pp, más que alejarse de aquellos tiempos, cada vez están más cerca de volver a ellos. Pero con bandera o sin bandera sigue la fiesta y seguirá año tras año hasta que el colectivo no vea reconocidos sus derechos y asumidos por la sociedad.
Les guste o no les guste, lo entiendan o no lo entiendan, justifiquen su actitud con los argumentos que la justifiquen porque disculpas las hay para todo, no podemos permitir que la orientación sexual de los ciudadanos siga siendo una conducta delictiva, que se confiesen cristianos, apostólicos y romanos y sigan imponiendo estúpidas leyes morales que ellos se saltan a la torera, que se sigan creyendo dueños absolutos de los pueblos y de sus gentes cuando son servidores obligados a respetar sus derechos, a velar por su bienestar, a facilitarles la vida en lugar de complicársela fomentando el odio de unos a otros y a dar ejemplo. Y muy torpes tenemos que ser los ciudadanos si no somos capaces de ayudarles a conseguir que sean ellos los que mueran en el intento antes de que sea demasiado tarde y todos tengamos que pagar la factura.
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