Los refugiados son personas como las demás, como tú y como yo. Antes de ser desplazados llevaban una vida normal, y su mayor sueño es recuperarla
BAN KI-MOON.
Europa tiene que ser un santuario para los refugiados de los conflictos armados. Debe dar a todas esas víctimas un hogar seguro
RIGOBERTA MENCHÚ
Cada minuto, veinticuatro personas lo dejan todo para huir de la guerra, la persecución o el terror. La cifra global de desplazamientos forzados ha continuado aumentando en el año anterior, hasta alcanzar los 110 millones de personas, según datos del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Esta cifra tremenda, probablemente aumentará debido a la ofensiva israelí sobre Gaza y a la inestabilidad política del Sahel, con el aumento del narcotráfico.
ACNUR define a un refugiado como personas que han buscado protección en otro país tras haber abandonado el propio para escapar de conflictos, persecuciones y otras formas de violencia. La Agencia para el refugiado comenta que muchas personas han huido apenas con las prendas que llevan puestas; por tanto, han dejado atrás su hogar, sus pertenencias, sus empleos y sus seres queridos. Asimismo, es probable que sus derechos humanos hayan sido vulnerados, que hayan sufrido lesiones al huir o que hayan presenciado el ataque o el asesinato de sus amistades o familiares.
España ha vuelto a ser el tercer país de la UE que atendió a un mayor número de solicitudes de asilo. No obstante, también ha sido el último país de la UE en materia de reconocimiento de la protección. Solo el 12 % de las 88.042 personas cuyo expediente se resolvió obtuvo protección internacional. Un porcentaje inferior al del año anterior y cada vez más alejado de la media europea, que se coloca en un 42 %.
Muchos compartimos el sueño de un mundo sin fronteras, donde la paz sea la única bandera y la persona el único aroma de la Historia, imaginando un mundo donde las fuerzas globales estén sorprendentemente renovadas por la justicia y la equidad. Lo humano debe ser el pilar de los parámetros políticos y económicos, desde la dignidad de la persona y su participación activa en el bien común.
La incertidumbre y el miedo, suele paralizar a gran parte de la ciudadanía, parece también ser el distintivo de nuestros políticos, claudicando ante los sectores más radicales y xenófobos, priorizando las urnas y enarbolando banderas de “identidad nacional” contra la inmigración y los refugiados. Esas posturas más radicales no tienen su raíz en el odio, sino en el miedo al mundo moderno cambiante y en movimiento; miedo a un final no definido, donde las certezas y los pilares más sólidos parecen haberse difuminado en el fin de los grandes relatos de la postmodernidad.
El día 20 de junio, se celebra el Día Mundial de los Refugiados. Según el informe de ACNUR, el desplazamiento forzado ha seguido aumentando en los primeros cuatro meses de 2024; de hecho, a finales de abril de 2024 la cifra superaba los 120 millones de personas. Según Filipo Grandi, Alto comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, detrás de estas crudas cifras, que se mantienen al alza, se esconden innumerables tragedias humanas. El sufrimiento debe impulsar a la comunidad internacional a actuar con urgencia para abordar las causas del desplazamiento forzado.
Ante esta realidad, buscamos un mirar más atento que tiene mucho que ver con el respeto, con la persona, con la fragilidad, con la dignidad, con la solidaridad, con la justicia, con el otro y con uno mismo. No se trata de dar la vista, nos recordaba Platón, sino mirar a donde es menester y darse cuenta con hondura de los aspectos de la realidad y poder percibir las cosas de otra manera. Posiblemente su mundo, cargado de sofismas como el nuestro, nos suele llevar a una mirada proco profunda, se repiten los mismos eslóganes, tal vez hoy con un lenguaje un poco más refinado.
Esta mirada se hace necesaria en medio de un mundo donde todo fluctúa en la indiferencia, donde casi todo es consumible y desechable y muchos de nuestros hermanos no se reconocen en la trivialidad casi inhumana. En un mundo donde millones de personas viven en campos de refugiados, sin la más mínima esperanza de regresar a sus casas o encontrar un nuevo hogar, con las puertas cerradas, aislados de la vida.
Hannah Arendt, fue la primera en advertir esta realidad, donde el creciente número de apátridas y refugiados se convertiría en el grupo más sintomático de la política contemporánea. La pensadora constató en otra de sus grandes obras, La decadencia del Estado-nación y el final de los Derechos del Hombre, que después de la Primera Guerra Mundial, en los tratados sobre minorías firmados, se exacerbó el concepto de Estado-nación. En ellos se explicitó, que sólo los nacionales podían ser ciudadanos, que sólo las personas del mismo origen nacional podían disfrutar de la completa protección de las instituciones legales.
Hoy Europa parece más un conglomerado burocrático que da cobijo a muchos organismos públicos que no funcionan. Ante los desafíos que plantea el entorno geopolítico y geoeconómico carece de respuesta. Deja al mercado gestionar “automáticamente” la demanda migratoria y no quiere asumir su responsabilidad política y moral para con los refugiados. Su impotencia y a veces su falta de previsión beneficia directamente a los movimientos racistas y xenófobos que se nutren de esta situación. Esta falta de visión de Europa, que viene de hace unos años, puede que tenga gravísimas consecuencias, ya las está teniendo, sobre los sistemas democráticos europeos.
Es necesario que los poderes públicos de nuestra querida Europa defiendan el cumplimiento de los derechos para todas las personas y especialmente de las personas en situación de mayor vulnerabilidad y exclusión. Promover y defender los Derechos Humanos supone defender a la persona en su integridad, incluyendo todos los aspectos: lengua, cultura, tradiciones, recursos e iniciativas económicas, también la dimensión religiosa.
Un Estado, si realmente desarrolla los derechos centrados en las personas, tiene la obligación de asistir a todos los que se desplazan por su territorio. Bien sea una serie de servicios mínimos de salud y humanitarios, como ayudarles a encontrar una solución duradera a su situación, más cuando se huye de la guerra y la violencia. La pérdida de pertenecer a una comunidad arroja a cualquier refugiado fuera de la humanidad. Sólo pertenecer a una comunidad protege a los ciudadanos de tener derechos, de poder expresar, de poder compartir y poder desplegar su humanidad.
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