Me sería muy difícil precisar en qué momento, presenciando el desarrollo escénico de Antígona, el jueves pasado en la sala Juan del Encina, abarrotada hasta la bandera, me vino a la cabeza el asunto de las acusaciones a Begoña Gómez, la esposa del Presidente Pedro Sánchez , y la persecución implacable e interminable del juez Peinado en el caso.
Pero los razonamientos inconscientes suelen tener más lógica que lo que en general suponemos. En principio, para iniciar a poner un poco de orden, en nuestra realidad política actual y su relación con la Antígona de Sófocles, hay varios elementos comunes: un representante de la Ley, una mujer acusada de presunto incumplimiento de una ley, y terceros personajes que abogan por resolver el conflicto blandiendo la inocencia de la esposa del Presidente ( sobrina del rey, en “Antígona”)
Lo que más llega al ciudadano normal y corriente, entre los que me sitúo, es no tanto la pregunta de qué irregularidad habrá cometido la Sra. Gómez, después de que se han dado ya a conocer públicamente los resultados negativos tanto de la Fiscalía, como del Grupo de investigación de la Guardia Civil, sobre la existencia de algún irregularidad ilegal en dicha investigada, sino la actitud del juez de no delegar este caso en la Fiscalía Europea, como recientemente él mismo ha solicitado. O sea, a pesar de su última solicitud, no puede desprenderse “del caso”.
Para, aparentemente, seguir liando la buscada lógica del asunto, solamente salir del teatro universitario salmantino el jueves pasado, me vino también a la cabeza los diez disparatados años de vida en los que el genio y loco Ludwig van Beethoven estuvo persiguiendo y haciendo daño a su cuñada Johanna, para conseguir arrebatarle a su hijo Karl por medios judiciales. Solamente después de muchos intentos y mucha agresividad de Beethoven contra su cuñada, los ciudadanos de Viena se dieron cuenta de que en el fondo Beethoven estaba enamorado de su cuñada, pero el mal carácter del músico y su confusa moralidad le impedían darse cuenta de esta atracción.
Ahora dejemos aparte esta aparentemente absurda y disparatada hipótesis (que, puesta en palabras se expresaría: ¿Acaso el juez Peinado está enamorado de B. Gómez, sin darse cuenta?) sobre algún paralelismo entre ambos “casos” y volvamos a Creonte, el rey y tío de Antígona y el significado de LA LEY.
Las leyes humanas tienen como objetivo (permítanme estas afirmaciones de sentido común) el ordenar tanto la convivencia de los grupos humanos como conseguir entre las distintas sociedades transacciones de bienes, servicios, o acuerdos, en los que las leyes y su desarrollo garanticen la igualdad de las partes ante la Ley.
El límite de las leyes está en que en su esencia posean esa justicia y den esas garantías. Y el límite de las humanas aspiraciones a la libertad, la propiedad de bienes, el respeto a las diferencias, etc. es el que las leyes consensuadas señalan.
La ley de Creonte, el rey de Tebas, tío de Antígona, era una ley que no tenía en cuenta, en su conducta totalitaria, los derechos de las personas individuales, incluidos sus hijos y su sobrina. Esa ley “divinizada” creó la gran tragedia, las muertes de sus súbditos más cercanos. Sófocles con sus obras inmortales, nos enseña cómo las leyes deben estar al servicio de los/as ciudadanos/as no al servicio de “los dioses”. Los cientos de estudiantes que abarrotaron la sala Juan del Encina el jueves, estaban de acuerdo con este carácter servidor de la ley a la sociedad. Por eso llenaron el teatro.
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