Hace alguna semana, recurríamos a la imagen del caballo de Troya, para aludir a cómo los destructores de Europa pretenden asaltar su cielo estrellado y luminoso, para destruirla desde dentro. Luego hemos visto cómo la expresión ‘caballo de Troya’ ha aparecido en algunos medios de comunicación, tertulias televisivas y radiofónicas y la ha utilizado en una entrevista hasta una ministra del actual gobierno
Porque existe una gran inquietud entre los sectores más conscientes de nuestras sociedades por el hecho de que, tras todo lo que ha costado, a lo largo de los siglos, poner en pie un proyecto civilizador como es el de Europa, ahora vengan los bárbaros, esos ‘atilas’ incivilizados y amantes del caos y de la violencia, y echen por tierra ese proyecto civilizador –repetimos– que tiene una de sus máximas expresiones en las tradiciones humanistas.
Porque el humanismo europeo no es una arqueología –utilizando un término muy querido para el lúcido pensador francés Michel Foucault y utilizado en su obra La arqueología del saber–. El humanismo es un proyecto vivo, que se sigue nutriendo de múltiples aportaciones, todavía hoy, y al que todo aquel, todos aquellos que elaboran discursos y prácticas de entendimiento y de tolerancia, pueden realizar nuevas contribuciones para revitalizarlo.
Estos días, leíamos un ensayo de nuestro novecentista Gregorio Marañón sobre Luis Vives (1492-1540), nuestro gran humanista levantino (Luis Vives (un español fuera de España), 1942). Gracias a tal lectura, nos reconciliábamos, tras un tiempo alejados de ella, con la escritura de nuestro médico escritor.
Abríamos, en principio, al azar el libro por alguna página que nos resultara reveladora y hete aquí que aparece el agua, como símbolo y como imagen de transparencia y, por ello, de esa diafanidad necesaria para no caer en tiniebla ni en caos.
“El agua para un buen español –y lo era Vives sobre todas las cosas, a pesar de su voluntario destierro y del malhumor con que juzgaba a veces a sus compatriotas–, el agua “corriente y clara de la fuente” es remedio de todos los males.”
Esas poderosas imágenes del agua que fluye en la fuente o la que, estática, se nos muestra en un vaso de agua fría, nos llevan al apaciguamiento (tras tanto ardor y tanta crispación del presente). Es esa “fonte que mana y corre” a la que aludiera Juan de Yepes; esa fuente simbólica que, a fuerza de verla manar y del murmullo reiterado que produce, nos apacigua y nos serena.
Como también nos serenan los diálogos de Luis Vives, que elegiría esa horma platónica para expresarnos su sabiduría y una visión del mundo que se centraría, esencialmente, en varios motivos todos ellos de plena actualidad en nuestro convulso presente: proponer acciones en favor de la paz y unión de los europeos (y hoy diríamos que de todos los pueblos del mundo), así como la atención a los pobres (entre los que hoy incluiríamos a los migrantes, a los sin patria, a aquellos que buscan un cosmos, frente a tantos caos de los que huyen para sobrevivir).
El humanismo sigue vivo. No es una arqueología. Es un cuerpo que se sigue nutriendo, hoy, en nuestro presente, de múltiples aportaciones que lo enriquecen y modulan.
El ejemplo de Luis Vives es una de sus vías. No permitamos que los ‘atilas’ y bárbaros (con sus caballos de Troya o esos otros sobre los que se fotografían) nos lo destruyan. Porque sería destruir el mejor patrimonio de Europa.
Algo que la humanidad no se lo puede permitir.
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