La verdadera pobreza radica en nuestra incapacidad de amar y compartir.
DOROTHY DAY
No basta con hablar sobre justicia, hay que actuar en consecuencia y trabajar activamente por un mundo más justo.
DOROTHY DAY
La pobreza es una realidad muy fácil de reconocer, aunque a veces se quiera esconder, excede la simple carencia de recursos económicos y afecta a la totalidad de la persona y la comunidad desde distintas perspectivas. Hablar de pobreza supone hablar de personas concretas, no de realidades abstractas. La pobreza se manifiesta en múltiples aspectos: malnutrición, analfabetismo, alta mortalidad infantil, entorno insalubre, desempleo, hambre, personas sin hogar, sin oportunidades.
La pobreza se concentra en determinados sectores de la población, pero tiene el rostro definido de mujer. La feminización de la pobreza es una de las realidades más comunes de nuestro mundo. El 70% de los pobres son mujeres. Este hecho está directamente relacionado, entre otras cosas, con la discriminación que sufren en la educación, acceso al mercado de trabajo, salud o ingresos por sus ocupaciones.
Pero muchas veces, la lucha por la pobreza también ha tenido rostro de mujer. En este contexto quisiéramos acercarnos a una mujer que dedicó su vida a luchar contra la pobreza. La pasión por los más desfavorecidos de Dorothy Day (1897-1980), ha llegado al Vaticano, en 1996 fue declarada Sierva de Dios por Juan Pablo II y recientemente se han dado los primeros pasos formales para reconocer su santidad. El 8 de diciembre de 2021, Solemnidad de la Inmaculada Concepción, la Archidiócesis de Nueva York celebró la conclusión de la fase diocesana de la causa de canonización de Dorothy Day.
Nació en 1897 en Brooklyn de padres profundamente religiosos, conoció las dificultades de los más necesitados, ya que su familia se mudaba a menudo debido al trabajo de su padre: periodista. Ella también se convertirá en periodista, en contra de los deseos de su padre, cubriendo siempre las huelgas y los problemas que afectaban a los más pobres y necesitados. Aprendió de su familia la gramática del amor que le llevaba a denunciar el mal y ayudar a los más pobres de la sociedad.
Su vida bohemia y radical, cambió después del nacimiento de su hija Tamar, como comenta en su autobiografía. Sintiéndose atraída por el catolicismo como Iglesia de los pobres. Le marcó mucho la pobreza provocada por la crisis del 29, como periodista estaba asignada para informar sobre una Marcha del Hambre nacional y una reunión de agricultores pobres, Dorothy Day quedó profundamente perturbada por la falta de presencia de la Iglesia para mostrar solidaridad con estas causas. Se da cuenta que “Había mucha caridad, pero muy poca justicia”. Esto le marcó en su vida, siendo cofundadora y principal impulsora del Movimiento del Trabajador Católico, el cual promovía la ayuda a los más necesitados desde su fe y el evangelio.
En 1933, Dorothy Day junto con Peter Maurin fundarán el periódico llamado Catholic Worker, plataforma contra las denuncias de las estructuras sociales injustas, sobre todo después de la Gran Depresión. No había cumplido los treinta años, y era ya una conocida periodista y autora de ensayos y novelas destacadas, acababa de convertirse al catolicismo y en los próximos años dedicará su vida y sus energías a vivir como lo hubiera hecho Jesús en la Galilea de la Gran manzana neoyorquina. Su compromiso con los principios cristianos la llevó a vivir en comunidades con personas sin hogar y a trabajar en la promoción de la paz y la reconciliación.
Cuenta su historia en una autobiografía titulada La larga soledad, que continua en una obra en la que narra el surgimiento del movimiento por ella fundada y su evolución, titulada Panes y peces. En medio de la pobreza y la depresión despliega su vida de fe en acción, publicando un periódico, abriendo numerosas granjas en el campo para familias pobres, casas de acogida, comedores para pobres que deambulaban por las calles, casas de maternidad, además de promover numerosas actividades en favor de la justicia social y la paz. Es posiblemente una de las personas más influyentes del catolicismo de Estados Unidos en el siglo XX.
Dicen sus biógrafos que lo que realmente había de extraordinario en esta mujer no era lo que decía, sino que no había diferencia entre lo que decía, creía y vivía en su vida cotidiana. Una mujer abierta al espíritu religioso, a su búsqueda de lo Absoluto que se manifestaba en su preocupación por los más necesitados y por la justicia social. Cuando iba de un pueblo a otro como periodista veía lo que todo el mundo podía ver, el dolor, la angustia, el sufrimiento de los seres humanos que pasan hambre, necesidad y que son despojados de toda su dignidad, a las víctimas de nuestra sociedad industrial. A todos los acogió, pero también se enfrentó a los poderosos, a los que se daban importancia y se tenían por justos, fue una vida derramada que según su expresión denominó “locos por Jesús”.
Como buena periodista e intelectual en sus escritos y en su vida se deslizan las enseñanzas morales de los profetas de Israel, Isaías, Jeremías, Amós, Miqueas y por supuesto las enseñanzas de Jesús de Nazaret; era una enamorada del Sermón de la Montaña. Pero no sólo percibimos las raíces bíblicas de su tarea y dedicación por los necesitados, también se desliza en sus obras y en su vida, la política anarquista, la filosofía personalista y la sensibilidad literaria y moral de Dostoievski, Tolstoi o Camus. Mostró tanto amor a la literatura como a los hombres y mujeres de la calle, cuyos estómagos vacíos de luchó duramente por llenar.
También dedicó mucho amor por los pequeños detalles de la vida, “las cosas de este mundo”, como el florecer de un árbol, una escapada al campo, subir una montaña, incluso contemplar un atardecer en la superpoblada ciudad de Nueva York. Dorothy Day amó a Dios, con la misma intensidad que a sus semejantes, también al mundo que ellos habitaban y en su caminar le acompañaron muchas almas gemelas, todos “locos por Jesús” que se unieron a su misma pasión.
Dorothy Day, convirtió el trabajo en oración, cada noche después de dar de comer a cientos de necesitados que acudían a los comedores, todos sus colaboradores oraban juntos. Ella recuerda en su libro Panes y peces que al recitar el “Yo confieso” siempre le hacía reflexionar que todos hemos pecado setenta veces siete, con lo que la confesión y la misericordia de Dios nos proporciona paz, para continuar cantando con los salmos. Toda su vida fue una oración acompañada de lágrimas y angustia a favor de los trabajadores, a favor de los más pobres y necesitados. En medio de nuestras incertidumbres, necesitamos más mujeres que desplieguen esperanza, amor y justicia.
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