Es decir, que presidenta, vale, es válida… De hecho, está en el denostado diccionario desde hace mucho, dos siglos y cachito, que dirían por acá.
En México gobernará una presidenta; y seguro que volverá a circular en las redes un debate aparentemente filológico que, en realidad, solo es un alarde de ignorancia. La palabra presidenta la usa nuestro idioma, o sea, la usamos los, las y les hablantes, no sé si desde siempre, pero sí desde el siempre del diccionario, o casi; vamos, que si le buscan un poco, en la primera edición decimonónica del actual DRAE ya estaba, ¿vale?
Ya que la usé, que esa palabra me sirva para explicar cómo funciona esto de ver cómo vive el lenguaje, les contaré un proceso de nuestro idioma vivido en primera persona. En 1992, bueno, en 1993, que llegué un 28 de diciembre, además del acento “golpeado” de los españoles y de los líos con nuestro verbo “coger” –cruzar el charco nos hacer dar cuenta de cuánto cogemos por aquella orilla (guiño, guiño)–, una de las primeras palabras que me puso en aprietos fue “vale”; sí, esa que allí usábamos entonces –y seguimos usando– tanto para preguntar como para afirmar el acuerdo, la aceptación; sin embargo, en aquel año de 1993, por estos lares el uso era más restringido y tenía una carga un tanto negativa: el “vale” solía llevar antes un pronombre complemento –me vale, te vale, nos vale…– y significaba que nos importaba una mier… quiero decir, que importaba muy poco... Es que por acá también llama la atención nuestro gusto por lo escatológico.
Pero la vida sigue, y la filología también; no sé si por influencia de series de allá en las plataformas, así como por los actuales influenciadores –venga, vale, escribiré influencers, pero eso sí, con cursiva– el ir y venir vocabularístico es constante; por ejemplo, ahora, cuando entro a un lugar donde suele atender gente joven, digamos que de 30 o menos, por ejemplo un café de esos de la sirenita de Seattle, además de cambiarme el nombre y preguntarme veinte veces si, además de lo que pido quiero otras cosas –si me van a decir todas las opciones, ¿por qué las tendrán escritas con letras tan gordas?– terminan con un casi siempre lacónico vale. Es lo que me gano por entrar a esos lugares.
Se cierra el círculo. Ese“vale” me hace viajar en el tiempo y darme cuenta de que, después de 30 años, yo lo uso mucho menos y hasta me empieza a sonar raro cuando lo oigo con acento de acá.
Claro, uno se mexicaniza y, además, a veces duda, al menos en estas cosas lingüísticas; ya no sé qué es de aquí y qué de allá.
Lo que espero, de todo corazón, es que la presidenta no sea otro viaje a ese tiempo.
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