Se acerca el final. Apenas quedan tres semanas para dar por finalizado el curso y que lleguen las deseadas vacaciones. Para que los niños recojan sus mochilas, estuches y trabajos y se despidan de sus compañeros hasta “el año que viene”. Es muy del gremio de profesores considerar a los cursos académicos como años naturales. De hecho, para algunos, nuestro nuevo ciclo solar arranca en septiembre en lugar de enero.
Como digo, estamos llegando al final. Y qué final. Junio se presenta para los maestros como los últimos metros para alcanzar la cima. Estamos exhaustos y queda la peor parte. Una subida que sabemos tendrá su recompensa el 31 de este mes, pero que no alcanzamos a ver por el nubarrón de tareas pendientes a la que nos enfrentamos. Si echamos la vista atrás, vemos que el camino recorrido es mucho más largo que el que nos queda por realizar. Pero a estas alturas, al igual que al montañero que lleva todo el día caminando, nuestras piernas y nuestra mente no dan para más.
Memorias, informes, evaluación de niños y proyectos realizados, toma de decisiones de cara al nuevo curso, preparación de actuaciones de final de etapa y graduaciones. Asusta pensar, que diría aquel. Los profesores de secundaria tienen las mesas de sus casas llenas de trabajos y de exámenes por corregir; los de primaria todavía andan agendando las últimas pruebas de evaluación; y las de infantil seguimos con nuestras rutinas de aula, archivamos fichas y manualidades, y atendemos las últimas entrevistas con los padres, entre otros menesteres.
Y mientras tanto, seguimos teniendo en las aulas a unos alumnos que, poco o medio conscientes de lo que queda, “pagan” por esa carga que tenemos los adultos que los instruimos. Para ellos nada ha cambiado. Su rutina sigue siendo la misma que en octubre, febrero o abril. Ir al colegio, trabajar, aprender, jugar y para casa. Así, a groso modo. Sin embargo, el ambiente en el aula se respira cargado. Porque nosotros, los profesores, estamos a papeles, notas y reuniones. Porque por culpa de ese papeleo, muchas veces innecesario y requerido por las administraciones, descuidamos el último tramo de aprendizaje o concentramos contenidos y pruebas a última hora.
Poco normal me parece que niños de tercero de primaria tenga, en una semana, seis exámenes. Contenidos embutidos, pasados por encima porque “no da tiempo”, pero con su correspondiente prueba de evaluación y nota asociada. La necesidad de cubrir con todo lo que nos dice el libro, de tener hasta la última ficha rellena, hace que la carga para los alumnos sea, desde el uno de junio hasta el 22, asfixiante. Quizá deberíamos plantearnos qué es aquello que queremos que los niños aprendan e integren de verdad y centrarnos en ello. Y considerando lo difícil que resulta tirar de los niños este último mes, dar una vuelta de tuerca al asunto y hacerlo todo un poco más fácil para alumnos y profesores. A todo esto, debemos sumar el cansancio obvio y típico del final del camino, tanto para ellos como para nosotros. Pendientes de un calendario repleto de tardes y noches delante de apuntes, los educandos; y del ordenador, los educadores.
Pronto nos llegará el típico comentario de “qué bien vivís los maestros. Ahora dos meses de vacaciones”. Querido amigo, cuñado, padre, conocido, etc : merecidito nos lo tenemos. Porque lo de nuestra profesión no es un recorta, pinta, colorea, o abrimos el libro por la página 32, ejercicios del 1 al 10. La tarea de educar y enseñar va mucho más allá de lo que se ve o se puede intuir que ocurre dentro de las aulas. El gremio de maestros y profesores vamos a nuestro puesto de trabajo de 9 a 14; nos reunimos semanalmente, una o dos tardes, para que los aprendizajes sean más y mejores; y trabajamos en nuestras casas un porrón de horas para que todo salga lo mejor posible para nuestros alumnos.
Asique sí. El 1 de julio estaremos de vacaciones. Pero tenga en cuenta usted que el camino ha sido intenso y que, a mediados de agosto, estaremos ya preparándolo todo para empezar a rular el 1 de septiembre, con las pilas cargadas y con muchas ganas.
Gloria Rocas
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