Lunes, 23 de diciembre de 2024
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Olor a tomillo
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Olor a tomillo

Actualizado 30/05/2024 07:56

La menta, el romero, la lavanda y el tomillo rinden cierta pleitesía a la tradición. No tanto en sus usos ni mucho menos en sus colores se reúne tanta vida como en el elocuente diálogo que encienden. El olor despierta a la piedra de una lejana pesadilla, le muestra un mundo más ligero donde los recuerdos sirven de parasol. Y huele a tomillo como si no existiera fragancia alguna capaz de contrarrestarlo.

Antes tenía la cabeza más despierta para diferenciar las flores que crecían por los caminos o rodeaban los árboles. Como un ritual, decir el nombre correcto y atar a la memoria ese color que únicamente se puede ver a una hora específica. Y ahora solo sabría citar, con poca gracia y un deje de “batallita”, esa experiencia profana. Sin embargo, el ojo, aun cargado de reminiscencias, recuerda poco por sí mismo. Que el campo es grande, que las flores son pequeñas; que parece un tapiz medieval; que de alguna persona será su favorita. Es el olor el conductor del discurso, pues te abduce a una realidad paralela. Cuando se huele el tomillo, se queda poseído por una neblina que junta las palabras como Tzara. “Dulzor”, “amarillo”, “olvido”, “desvelar”. Y me sale algo como “el olvido me desveló el dulzor del amarillo”, careciendo de significado, pero no de sentido. Los olores del campo son los mejores compositores, los mejores poetas y conversadores, pues engendran una delicada necesidad. La necesidad de contarse y ser contados, de sentirlos parte de uno mismo, como sangre recorriendo las venas. Cuento que me han dado tomillo y la vida gana en sentido. Ahora tengo un humilde ambientador que inunda la palma de mis manos, me regala ese rayo de sol que pudo haberme quemado la mejilla. Allí me pierdo, esperando los consejos de un tallo ya convaleciente.

Las plantas aromáticas nos recuerdan que todavía existe el deseo de estar en comunidad. De compartir el olor a remediar la carencia de los signos. Huele a tomillo y creo estar salvado.

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