Viernes, 28 de junio de 2024
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El amor en los tiempos de cólera
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El amor en los tiempos de cólera

Actualizado 28/05/2024 07:54
Francisco Delgado

Desde que Gabriel García Márquez escribió El amor en los tiempos del cólera, hasta estos últimos años que sufrimos, sobre todo en Occidente, una epidemia no vírica, pero sí emocional, de cólera, el amplio, siempre huidizo, quizás imposible de definir, concepto y vivencia del amor, ha variado como si hubieran transcurrido siglos desde la publicación de la novela de García Márquez a nuestro presente.

Y es que la cólera siempre tiene relación con los vaivenes del amor, al menos en el sentido amplio del amor. Cada vez que un humano, niño, joven, adulto o viejo, siente que el ser amado ha modificado el vínculo con él, rompiéndolo, alejándolo, vertiendo dudas sobre él , dejando de hablar, o construyendo un muro de separación, el ser humano grita, agrede o se agrede a sí mismo, convirtiendo su cólera en un arma de destrucción y autodestrucción.

El amor nace y crece, desde el principio, en un territorio anímico flanqueado por territorios limítrofes muy diferentes a él: el odio, la agresividad, el sadismo, el masoquismo, las palabras que confunden llenando de niebla el aire donde el amor respira, son los vecinos del frágil amor humano.

Su fragilidad hace que cambie de forma, se licúe, cambie de objeto o modifique al sujeto del amor. Nuestros tiempos revueltos por la cólera generalizada, los que asiduamente vemos a nuestro alrededor, en las guerras entre países que nos muestra la televisión, en los conflictos perennes entre civilizaciones distintas, en las discusiones agrias por intereses entre grupos similares o entre gobiernos y ciudadanos, o entre grupos políticos que hacen de la cólera contra los otros sus señas de identidad, en los grupos familiares fragmentados por separaciones y agobios por el esfuerzo de sobrevivir, son tiempos muy difíciles para los sentimientos amorosos. Los hacen casi imposibles.

La confianza en el Otro se va debilitando tanto que parece que las palabras de los libros religiosos que aprendimos en la infancia, no sirven ya para asegurarnos de que el otro es un semejante. Todo lo que oímos y vemos a nuestro alrededor nos empuja a percibir en el otro las diferencias; de tal manera que cuantas más diferencias vemos y menos semejanzas, estamos más lejanos a sentirlo semejante y más próximo a sentirlo extraño, extranjero, es decir, peligroso y enemigo.

Pata terminar de complicar las relaciones amorosas, también entra en juego, en todas las historias humanas la envidia. La envidia forma las raíces de la peligrosa planta de la cólera. Se extiende en nuestra sociedad directamente proporcional a los objetos, propiedades o valores que vemos o imaginamos en los demás, los “ricos”, sin habernos enterado de que en ese “fondo” nuestro, desconocido, no envidiamos lo que el otro posee sino el deseo que el otro tiene.

El amor, en estos tiempos de cólera, solo encuentra su salvación haciendo oídos sordos a todas las voces que gritan órdenes o siembran ilusiones sobre qué felices seremos cuando los diferentes no existan, los aniquilemos, como en los comienzos de la humanidad ocurrió, según la Biblia: Caín solo pudo matar a Abel, no pudo amarlo.

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