Era un miércoles, 10 de julio de 1991, cuando tuve la oportunidad de visitar la sede de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en Nueva York. Un día espléndido de sol, el cuál iluminaba el complejo de edificios ubicado a orillas del río Este. Me impresionó la silueta omnipresente, esbelta, alta y estrecha de uno de los edificios, elevándose 154 metros ocupados por 39 plantas. Edificios que han sido la sede oficial de Naciones Unidas desde que finalizó su construcción en 1952.
Hay que decir que la ONU tiene tres sedes regionales adicionales: una en Ginebra (Suiza) inaugurada en 1946, otra en Viena (Austria) en 1980, y otra en Nairobi (Kenia) en 2011. Pero solo en la sede principal de Nueva York funcionan los principales órganos de Naciones Unidas y entre ellos la Asamblea General y el Consejo de Seguridad. Además, la ONU cuenta con quince agencias especializadas que están ubicadas en otros países, fuera de Estados Unidos.
Entrar en el Salón de la Asamblea General de las Naciones Unidas emociona y si, además, tienes la oportunidad de sentarte en la tribuna de invitados y dejar correr la imaginación sobre las deliberaciones y las decisiones que allí se pueden tomar en pro de la paz y el progreso de la humanidad, conmueve.
La Asamblea General es el órgano principal de las Naciones Unidas. Está integrada por los 193 Estados Miembros, todos con igualdad de votos. Es un foro singular, donde se llevan a cabo las deliberaciones y adopción de políticas multilaterales, sobre las muchas cuestiones internacionales que abarca la Carta de las Naciones Unidas de la que luego hablaremos. Entre las decisiones claves que ha de tomar la Asamblea están la de aprobar el presupuesto de la ONU, nombrar al Secretario General por recomendación del Consejo de Seguridad y elegir a los miembros no permanentes del Consejo de Seguridad.
No menos conmovedor es entrar en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Emociona ver aquel espacio ocupado por un círculo en forma de mesa tras la que se sientan 15 miembros de Naciones Unidas, con la responsabilidad de deliberar y tomar decisiones sobre conflictos que amenazan la seguridad del mundo o de una parte del mismo. Cinco de sus miembros son permanentes: Estados Unidos de América, China, Francia, Federación de Rusia y el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, quienes tienen derecho o poder de veto para evitar la aprobación de cualquier resolución. Los otros 10 miembros no permanentes van rotando por periodos de dos años
El germen de la Carta de las Naciones Unidas se dio en plena Segunda Guerra Mundial y el origen hay que buscarlo en la Carta del Atlántico, firmada el 14 de agosto de 1941 por Franklin D. Roosevelt, Presidente de los Estados Unidos y Winston Churchill, Primer Ministro del Reino Unido, en cuyo documento dejaron constancia de la necesidad de establecer “algunos principios sobre los cuales fundan sus esperanzas en un futuro mejor para el mundo”. En el párrafo octavo del mismo documento, se hizo referencia a “establecer un sistema de seguridad general, amplio y permanente”. Así, la Carta de las Naciones Unidas comenzó con una idea y terminó como un texto que ha sido tanto el fundamento jurídico como la inspiración de las Naciones Unidas.
Como una carta de sumo interés, para todos, deberíamos considerar a la Carta de las Naciones Unidas que entró en vigor el 24 de octubre de 1945. La Carta fundacional de la Organización Internacional más grande del mundo, se había firmado el 26 de junio de aquel mismo año en San Francisco (Estados Unidos) por los 50 países que asistieron a la Conferencia de las Naciones Unidas, más Polonia que no tenía representante y la firmó más tarde. Todos quedaron como Estados miembros originales de la ONU.
No se trata de una carta al uso, ni tampoco de una Carta Magna como la que algunos reyes dan a sus súbditos, caso de Inglaterra, por ejemplo; ni de una Constitución de la cual se dotan aquellos países o naciones en los que el poder soberano emana del pueblo, caso de España.
En realidad, la Carta de Naciones Unidas es un tratado internacional, global, que le otorga a Naciones Unidas la potestad de tomar decisiones y adoptar medidas sobre la gran variedad de problemas y cuestiones que afectan a la humanidad. Como tal, es un instrumento de derecho internacional vinculante para todos los Estados Miembros de la ONU.
La Carta fundacional fue enmendada en 1963, 1965 y 1973. Contempla los propósitos y principios de las relaciones internacionales que guían el trabajo de la ONU en pro de la igualdad soberana de los Estados y de la prohibición del uso de la fuerza en las relaciones internacionales, entre otros muchos aspectos.
El principal órgano judicial de las Naciones Unidas, que es la Corte Internacional de Justicia (CIJ) o Tribunal Internacional de Justicia (TIJ) con sede en La Haya (Países Bajos) funciona de acuerdo con su propio Estatuto, el cual se adjunta a la Carta formando parte integrante de ella, según el Capítulo XIV, Artículo 92. El TIJ comenzó a funcionar en 2002 como única instancia permanente para procesar crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad, genocidio y agresión, cuando los Estados miembros no quieren o no pueden hacerlo por sí mismos. Desde 2003 su perseguido más conocido es el presidente ruso, Vladímir Putin, acusado de un crimen de guerra por deportar ilegalmente a cientos de niños de Ucrania. Recientemente, la Fiscalía del TIJ ha solicitado permiso a los jueces para emitir órdenes de detención contra el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, y su ministro de Defensa, Yoav Gallant, como responsables de crímenes de guerra y contra la humanidad perpetrados en Gaza, así como de tres dirigentes de Hamás por los mismos delitos, entre los que se encuentra Yahia Sinwar, jefe en Gaza de aquel grupo.
Estando allí, en el marco de las Naciones Unidas, embargado por tanto sentimiento, seguridad y libertad, este humilde relator no podía pensar que tres décadas más tarde, el derecho internacional que encarna Naciones Unidas, estuviera cayendo tan bajo, en tanto desuso, ni que incluso la propia ONU fuera desafiada, ninguneado su Secretario General y expulsada su ayuda humanitaria de allí donde es necesaria, por parte de uno de sus estados miembros, Israel, cuyo representante se atreve a triturar y destruir, en la propia tribuna de oradores de la Asamblea, la simbólica Carta de las Naciones Unidas, para mostrar su rechazo a la ONU. Toda una actitud de prepotencia, desafío al mundo y a la humanidad.
Actitud prepotente que, por otra parte, no ha recibido reproche alguno por parte de ningún país miembro ¿por qué será? Parece que todos se han olvidado de que el orden internacional ha de estar basado en reglas de convivencia, las votadas por todos los países en el seno de la ONU, no en la voluntad de unos pocos o del más fuerte. Desde esta tribuna y sin ninguna acritud, sí nos atrevemos a decir que, en las guerras, el arma definitiva siempre es la paz, esa que reza en el lema de la Carta de las Naciones Unidas: Paz, dignidad e igualdad en un planeta sano.
La Carta de Naciones Unidas necesita una nueva actualización acorde con este nuevo mundo del siglo XXI y sus complejidades introducidas por las nuevas tecnologías de la información y la comunicación y por la ya incipiente Inteligencia Artificial. Así como una reforma de la organización interna en la que se pone de manifiesto que el poder de veto en el Consejo de Seguridad, además de ser discriminatorio, frena la operatividad de la Organización.
Naciones Unidas no tienen un himno oficial, aunque se han escrito muchas canciones sobre la Organización. Escuchemos la interpretada el 24 de octubre de 1971 por Pau Casals, con letra de W.H. Auden, con motivo del 25º aniversario de la ONU, en su propia sede y que lleva por título: Himno de las Naciones Unidas .
https://www.youtube.com/watch?v=3g24nXs2dUQ
© Francisco Aguadero Fernández, 24 de mayo de 2024
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