Hace unos días asistí a una reunión informal de un grupo no numeroso, en su mayoría médicos y farmacéuticos. Como no era una reunión de trabajo sino de encuentro amistoso, el ritmo de la conversación, relajado y alegre, fue hilvanando las situaciones más frecuentes y sorpresivas con las que se encontraban en sus consultas en los últimos tiempos. Ese modo de conversar, espontáneo y sustentado en una confianza, es en general sumamente rico en describir situaciones y expresar ideas; la única “pega” que alguien puede poner es que no hay ningún orden ( al menos aparentemente) lógico en la lista de temas o experiencias abordadas.
Las situaciones clínicas narradas tenían la característica común de quedarse finalmente (y lógicamente) en el borde de ese plano médico, que limita con frecuencia con los aspectos no médicos, pero intervinientes en los motivos de consulta y con el origen o desarrollo de la enfermedad.
De todos los que se contaron, los casos de pacientes con algún tipo de alergia (tan numerosos en estos meses primaverales) son los que mejor demuestran cómo las reacciones puramente físicas ( las reacciones alérgicas) están interrelacionadas con el estado emocional del paciente y también con el medio ambiental que le rodea. El alergólogo que se refirió a las reacciones psicológicas de sus pacientes cuando se les informaba, en función de si habían dado positivo a algún o algunos alérgenos de la prueba realizada o no, estaba señalando el punto exacto en el que se cruza la reacción orgánica y la necesidad psicológica de un diagnóstico médico que identifique y sustituya su malestar emocional por un enemigo externo desde ese momento controlado.
Nos contó de manera tan detallada cómo la reacción de los pacientes al resultado de las pruebas era tan expresiva que provocó la risa de los que escuchábamos: si un paciente era informado de que, por ejemplo, era alérgico a los ácaros, su satisfacción era llamativa al escuchar el nombre del causante de sus graves o débiles molestias. Si la información del médico era que no había reacción positiva alérgica en ninguna prueba, el paciente se entristecía y/o protestaba diciendo: “Sin embargo ¡ yo sufro siempre en estas ocasiones…!” o algo similar. Estas frecuentes reacciones del enfermo alérgico están señalando cómo en el sujeto hay un deseo ( generalmente inconsciente) de que un sufrimiento del orden de los físico “tapone” la dimensión emocional vivida como más peligrosa que la reacción alérgica.
No tenemos espacio suficiente en este artículo, para dar cuenta de muchas otras patologías actuales de las que hablaron este grupo de médicos; solamente nombraré dos tipos de enfermedades o patologías que sorprende encontrar en estos tiempos: unas, aquellas que parecen volver de nuevo desde los lejanos años de la postguerra ( como la sarna) y otras, de naturaleza muy distinta, el gran número de niñas/os que llegan a las consultas de psiquiatría o psicología infantil, con todo tipo de síntomas, graves o leves, como problemas de alimentación, de adaptación escolar, de hiperactividad, fobias o terrores nocturnos. El aumento de esta psicopatología infantil comenzó claramente después del traumático año de pandemia que todos vivimos.
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