Era mala hora. Muy mala. Último día del mes de abril a última hora de la tarde. El Sr. CIS se me presentó con agradable voz femenina para informarme primero de que la llamada, precisamente a mi teléfono fijo, era fruto del azar, y preguntarme después si disponía de veinte minutos. Mis dudas, más que razonables, las despejé cuando me fue desvelado el motivo de la encuesta: el sistema sanitario. Entonces, sí. “Venga, adelante, creo que puedo”. Nunca había tenido la oportunidad de introducir ingredientes en la cocina del chef Tezanos, o lo que quiera que sea ese entregado militante, aunque a mí me motivaba más el tema de las preguntas que el cabecilla de la, supuestamente sociológica, investigación.
De primeras se pedía elegir una opción acerca del sistema sanitario en nuestro país: en general, funciona bastante bien; funciona bien, aunque son necesarios algunos cambios; necesita cambios fundamentales, aunque algunas cosas funcionan; funciona mal y necesita cambios profundos. Además de las consabidas escapatorias cuando el encuestado o no sabe o no contesta. Tras poner nota de 1 a 10 al nivel de satisfacción, el barómetro sanitario que demandaba mi modesta participación se focalizaba en la dicotomía entre lo público y lo privado, sin mencionar fórmulas de concertación, y situaba los diferentes escenarios del sistema: consultas de médicos de cabecera, consultas de especialistas, ingreso en hospital, urgencias. Obviamente, la primera en la frente, porque ignora que los médicos de cabecera también somos especialistas en Medicina Familiar y Comunitaria, aunque como luego se verá, quizá sencillamente se han adelantado a los acontecimientos.
Como mi respuesta a la cobertura sanitaria fue el sistema público no me preguntaron por mis motivos para contratar seguro privado, pero sí por mi grado de satisfacción con las consultas de atención primaria, las de atención hospitalaria, las urgencias, las emergencias… No haber hecho uso de ninguna de ellas en el último año acortó mucho mi encuesta, cuyo cuestionario completo, o al menos de la anterior oleada, he podido consultar en la web del Ministerio de Sanidad. Por eso no pudieron interesarse por mis tiempos de espera, por mis demoras… aunque sí se me pidió opinión por el criterio a seguir en las listas de prioridad de pruebas o intervenciones. Aprovechamos, no obstante, la encuestadora y yo, intuyo que con ninguna repercusión en los resultados, para comentar sobre la consulta telefónica y, ¡oh sorpresa!, sobre la contratación extendida por toda España de graduados en Medicina sin especialidad en Medicina Familiar y Comunitaria para trabajar en los centros de salud. “Tienen título”, argumentaba ella, realmente sorprendida, para justificar de algún modo la ausencia de esta cuestión en el interrogatorio. En cualquier caso, me anunció que tomaba nota, y parecía hacerlo, cuando le expliqué que la formación de los profesionales es fundamental si hablamos de calidad del sistema sanitario.
Avanzaba la encuesta por los tradicionales derroteros sanidad pública vs sanidad privada, en los que muchos parecen resumir el debate sobre el sistema sanitario, como si las arrinconadas bases deontológicas de las profesiones sanitarias importaran menos que el planteamiento político, que también es relevante. Lo esperable. Lo repetido hasta la saciedad en manifiestos y blancas mareas. Además de preguntarme por ideología, recuerdo de voto, creencias religiosas e ingresos económicos, me dijo si sabía que los médicos españoles podemos consultar informes de los pacientes aunque sean de otra comunidad autónoma. Mi “no”, evidentemente, no fue una negativa a secas, sino que tuve que aclararle que esa medida, razonable y deseable, todavía está en la fase de desarrollo, lejos de tratarse de una realidad útil para el enfermo y para el médico. Tampoco creo que sorprenda a estas alturas que el Sr. CIS pregunte sobre hechos que no se ajustan a la verdad.
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