Con el paso del tiempo, siempre más veloz de lo que quisiéramos, uno va llenando la mochila de su vida de acontecimientos y personas, mezclado con sentimientos de dolor o alegría. Hay seres humanos que dejaron huella en nuestra vida y ésta no se ha borrado ni siquiera con el vaivén de las olas de nuestros quehaceres diarios o de nuestros sueños cansados de tanto volar. Hay personas que entraron en tu vida y siguen ahí porque algo valioso recibiste de ellas, y es entonces cuando surge de lo más profundo de tu corazón el agradecimiento.
Esas personas que dejan huella en la vida, no lo hacen por haber sabido mucho, haber sido muy eruditas o muy preparadas, por tener muchos títulos o vestir muy bien. Tener muchos conocimientos o habilidades no está mal, pero eso no cambia la vida de nadie a tu alrededor si no se adereza con algo más. Pero la actitud, cómo tratas a los demás o el tiempo que las dedicas, ¡eso sí que deja huella! Por eso hay profesores de los que apenas me acuerdo, y otros cuya memoria tengo grabada en lo más profundo de mí mismo, como me pasa con un amigo, profesor en mi infancia, que me marcó para siempre. Hablo de Luis Cantalapiedra Conde, sacerdote, músico, docente ya jubilado en el colegio San José de Valladolid y director del coro y orquesta del mismo cole durante tantísimos años.
Un día a Luis se le ocurrió algo increíble, que nunca será suficientemente valorado: hacer un coro y una orquesta con niños. Con pocos medios, sin subvenciones ni apenas ayudas materiales, con mucho trabajo, creatividad y sobre todo, invirtiendo mucho tiempo. Del bolsillo de Luis salían tantos instrumentos que generaciones de niños y niñas han utilizado, y con los que se han acercado a la música. Luis dedicaba muchas horas a enseñar y a motivar para tocar algún instrumento o cantar, fuera de su horario escolar, claro. Porque Luis entendió siempre que un profesor, un buen profesor, es maestro ante todo y eso implicaba dar más allá de lo reglamentariamente establecido. La educación como propuesta de máximos y no de mínimos.
Los que hemos pasado por el coro y la orquesta tenemos mucho que agradecer a Luis. El colegio San José también, porque este profesor llevó el nombre del mismo por muchos lugares, y puso música a tantas celebraciones religiosas, primeras comuniones y momentos destacados de la vida de nuestro colegio. La implicación de Luis fue total, siempre preparando partituras, buscando canciones para futuros eventos, pensando en ideas para próximos festivales y actuaciones. Siempre actualizando el repertorio y animando a participar, con alegrías y ganas, y con algún que otro chasco o desilusión. Es lo que tiene poner toda la carne en el asador.
Cuando Luis empezó como profesor de música en el colegio, estaba muy reciente el fin de Concilio Vaticano, lo que supuso una mayor apertura para la Iglesia, y como no, la música iba a tener una gran importancia. Así que Luis empezó a versionar para su coro y orquesta nacientes canciones de Brotes de Olivo, Manzano o Gabarain, sin dejar a Simon y Garfunkel o la ópera rock de Jesucristo Superstar. También empezó a utilizar canciones de Los Mirlos o La Pandilla y como no, a componer sus propios temas como el “Ven hasta mi casa” o el Himno del Campamento. Y poco a poco, los horizontes musicales se fueron ampliando y haciéndose más ambiciosos, y así comenzaron las zarzuelas, Walt Disney, los villancicos, las bandas sonoras de películas, el folklore nacional y tantos y tantos.
Más allá de los resultados, lo importante para los que formábamos parte de este proyecto era lo que significada en sí misma la dinámica de trabajo en equipo, el compromiso con los ensayos y actuaciones, cierta disciplina y esfuerzo, y los valores de la amistad y la convivencia, que se daban de forma tan palpable y natural. Mejores lecciones para la vida casi imposible.
Sería incontable la influencia de Luis en tantos niños y niñas que luego han sido músicos profesionales o simplemente hemos aprendido a amar más la música y a que sea algo tan importante en nuestras vidas.
Todo ese tiempo y dinero dedicados por Luis, que hoy se llamaría “actividades extraescolares” son en realidad actividades escolares de primer orden. En un sistema educativo tan formal y tan protocolizado, necesitamos más maestros y menos profesores. Y saber que más allá del dios fútbol, los niños y niñas tengan ofertas más amplias para desarrollar sus capacidades y donde la dimensión artística sea tan real y apoyada como la deportiva. Por eso, tiene todavía más mérito esta aventura de la que algunos formamos parte en su momento.
Ahora valoro todavía más el trabajo de Luis. El 18 de mayo será la última vez que actúe el coro y orquesta del colegio San José de Valladolid, con la presencia de tantos antiguos alumnos que pasaron por él. Otros no podrán estar pero guardarán ese recuerdo para siempre. Luis sacará su batuta y hará bailar por última vez las notas musicales de las partituras que se cantarán y tocarán, y que se empaparán de las lágrimas de tantos y tantas por la emoción y la conciencia de que algo se acaba, algo se termina que no volverá. Pero la siembra ha dado sus frutos, y la cosecha es abundante.
No me cansaré de dar las gracias a Luis por tanto. Seguro que a él le parece exagerado, porque es humilde, pero no quiero dejar de hacerlo. Pero sobre todo, por haber sido maestro ante todo, de esos maestros que más allá de su sabiduría, fue cercano y entregado.
Ahora me vuelvo a parar, y es entonces cuando vuelven a brotar en mí tantos recuerdos y quiero volver a la patria de mi niñez, esa en la que fui tan feliz, y en la que tuve personas que aunque algunas ya no estén en carne y hueso, siempre lo estarán en la memoria. Mis ojos se enjuagan con alguna lágrima traviesa que se escapa por mi mejilla. No me importa ver que las arrugas aparecen en mi rostro o que ya el blanco se asoma por mis barbas y cabellos, porque tengo mucho que agradecer. Y hoy, es para ti, querido Luis. ¡Gracias!
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