, 12 de mayo de 2024
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Ojos que no ven...
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Ojos que no ven...

Actualizado 28/04/2024 09:03
Ruben Juy

El veredicto final del juez fue claro e irrevocable. El topo era inocente y quedaba absuelto de toda culpa. Bien es cierto que se le acotó la superficie de desplazamiento y, además, se le obligó a llevar gafas. Quizá no tanto porque aumentaban su capacidad de visión, sino para tener contento al pueblo.

—De las apariencias vive el hombre —dictó el letrado defensor.

—También por las mismas muere —acusó la parte atacante.

Y ambos, como es lógico, eligieron la vía intermedia. Aparentar sin ser, pero con responsabilidad. Aquel placebo social fue bien acatado por el resto, conformes con el nuevo look del animal. ¿Las gafas? Muy normalitas, para no desentonar. Ahora bien, hasta en eso tuvo que ensayar el topo. A todo en esta vida hay que hacerse. Ver no veía, pero nadie podía negar su elegancia sinigual.

—¿Y usted ve? —le preguntaba el resto.

—Claro que veo —respondía él.

—¿Y que es lo que ve?

—Lo veo todo. Con estas gafas detecto, incluso, lo que nadie puede ver.

—¿De qué nos habla? —preguntaban ilusionados.

—De todo y nada. No sabría indicarles con exactitud. Tampoco lo podrían entender. Veo el pasado, el presente y el futuro.

—¿Y es bueno ese futuro?

—Mucho —respondía él ofreciéndoles las gafas—. Prueben, prueben ustedes mismos.

—¿Supuestamente qué tendría que ver? —preguntó un joven topo colocándose a tientas las gafas.

—El futuro en su máximo esplendor, compañero. Amplio, elegante, divino.

—Pues no veo nada —zanjó.

—Eso será porque las gafas no le han otorgado el don de ver. No todo el mundo tiene la misma suerte que yo.

—Será así.

—Así será pues.

El joven topo le devolvió las gafas resignado y éste, conforme, las volvió a colocar sobre sus pabellones auditivos.

—Ahora he de irme. Como les digo, el futuro me espera compañeros.

—Vaya pues, usted que tiene la virtud de ver.

—Quizá algún día usted también la tenga.

—Quizá sea así.

Hicieron falta apenas unos minutos para que el topo virtuoso partiera y se apartara del resto. Por el contrario, su viaje tan solo duró unos pocos segundos, los suficientes para estrellarse, nuevamente, contra una gran roca subterránea.

«Diré que fue la roca. Sí, eso diré. Afirmaré que se movió rauda y, ante su imprudencia, apenas nada pude hacer». A escasos metros, el resto de topos, ignorando el fuerte estruendo del golpe y aún con el recuerdo de aquellas fantásticas gafas en sus mentes, no paraban de repetir: «ojalá fuéramos como él».

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