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¡Vamos a Yecla en bici!
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¡Vamos a Yecla en bici!

Actualizado 21/04/2024 12:36
Carlos Javier Salgado Fuentes

Los niños sabíamos que nuestra hora de ocupar el frontón llegaba a su fin cuando aparecían los adolescentes del pueblo con sus raquetas para jugar al frontenis. Apenas nos sacaban unos años, pero en esas edades, cada año de diferencia era casi un abismo y marcaba una jerarquía.

Como cada verano, Guadramiro se mostraba en todo su esplendor y las calles lucían llenas de vida. Las casas de quienes se habían ido a trabajar fuera del pueblo volvían a abrirse, la alegría crecía en los hogares de los que residían permanentemente en el pueblo con el retorno de amigos y familiares que vivían en Madrid, Cataluña, Vizcaya, Álava, Asturias…, y aquellos hogares donde apenas moraban durante el año los más mayores recuperaban su plenitud con el retorno de los hijos y sus nietos, que pasaban a corretear y hacer ruido por unas casas demasiado silenciosas el resto del año.

Cada tarde, después de comer, mientras los mayores se entretenían en la sobremesa tomando el café con calma, los niños mostrábamos una mezcla de nerviosismo y ansiedad por salir a la calle, deseosos de disfrutar de ese paraíso en el calendario que eran los veranos en el pueblo con los amigos.

Así, en cuanto los padres daban su conformidad, los niños salíamos escopetados a la calle, cogiendo la bicicleta para recorrer el pueblo en busca del resto de amigos para que empezase otra tarde de diversión. Para entonces, las cuestas y rincones de Guadramiro ya estaban más que grabados en nuestra memoria, sabiendo bien cómo acortar nuestro recorrido para ir a cada casa.

Tras hacernos con un balón, nos dirigíamos al frontón, donde echábamos un rato largo jugando un partidillo en el que parecía que nos jugásemos la vida, pero del que al día siguiente ninguno de nosotros recordaríamos más que algún que otro lance gracioso. Como cada tarde, los niños sabíamos que nuestra hora de ocupar el frontón llegaba a su fin cuando aparecían los adolescentes del pueblo con sus raquetas para jugar al frontenis. Apenas nos sacaban unos años, pero en esas edades, cada año de diferencia era casi un abismo y marcaba una jerarquía.

Con el frontón ya ‘cogido’ por una generación más mayor, los niños nos reunimos para ver qué hacer el resto de la tarde. “¡Vamos a Yecla en bici!” –dijo el más mayor de nuestro grupo. Tras unas dudas iniciales, finalmente todos decidimos coger nuestras bicicletas e ir a conocer el pueblo vecino.

Por otro lado, aunque para quienes contaban unos años más ese plan tendría poca relevancia simbólica, para nosotros como niños ir en bicicleta hacia Yecla suponían palabras mayores. Era una pequeña proeza y un ligero paso hacia nuestra adolescencia. Y es que la carretera ‘general’ era una frontera marcada en nuestras mentes como un punto de peligro que no se debía sobrepasar, salvo que se fuese acompañado de adultos y bajo su supervisión.

Pese a ello, tras encaminarnos hacia el cruce y comprobar varias veces que no viniesen coches por ninguno de los lados, decidimos cruzar la ‘general’ junto a la vieja fábrica de harinas abandonada. Más allá del cruce, la carretera continuaba elevándose hasta llegar a un alto, tras el cual se abría un pequeño valle en el que se unían la bajada de esta cuesta con el inicio de la siguiente, tras cuyo alto se situaba ya el límite entre los términos municipales de Guadramiro y Yecla.

Más allá de aquel alto, después de dejar a un lado una humilde cruz que durante años recordó a un pastor guadramirense, Ángel Sendín, fallecido una noche en aquel paraje, continuamos por la carretera que nos acercaba al pueblo vecino, escoltados ya entre paredes de granito y árboles, así como un par de chozos pastoriles hoy arruinados que antaño cumplieron su misión de cobijar a los viandantes a los que pillaba un temporal en medio del campo.

Finalmente, dejando a mano derecha una charca y el edificio del consultorio médico yeclense, nos internamos en Yecla, donde recorrimos algunas calles antes de dar la vuelta para regresar y buscar el cobijo del pueblo propio, del hogar que era para todos nosotros Guadramiro.

Así, después de recorrer de vuelta las cuestas de la carretera que partía en dos el campo, y tras volver a prestar especial atención al cruce de la ‘general’ junto a la fábrica, nos sentimos ya en casa y a salvo al ver la estampa que ofrecía el casco urbano de Guadramiro desde Valredondo, con la torre coronando altiva la silueta del pueblo.

Contentos por lo que nos parecía haber hecho casi una etapa del Tour de Francia, y algo cansados por el esfuerzo que nos suponía haber hecho ese trayecto, nos reunimos un rato largo sentados en un portalillo situado en la bajada desde el Toral hacia la carretera de Encinasola, tras lo cual finalmente nos despedimos al ver cómo el sol también decía adiós al día. Llegaba la hora de la cena, de ver el Grand Prix con los abuelos y coger fuerzas para vivir nuevas aventuras al día siguiente.

Artículo publicado originalmente por el autor (Carlos Javier Salgado) en la Revista local "El Álamo" de Guadramiro 2024.

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