Pienso en la primavera con una diminuta pastilla en la mano. En su blíster que es cama, en su caja que es mausoleo y en su armario-botiquín de fingida tranquilidad. Es una primavera de astillado plástico floral, tan saturados, tan sensoriales y silenciosos. Flores que carecen de xilema y se valen de alambres para fingir turgencia.
Cuando pasan la lista de asistencia en clase, busco mi nombre entre tantas firmas y me pregunto cuántos de mis compañeros habrán falsificado la suya hasta alcanzar el trazo perfecto y que ligo al amor propio, pues no tiene duda. Yo corto mi última “o” con la última línea sin saber qué será de esta ficción autógrafa. Un garabato que me certifica, que actúa en mi lugar. Que no me complementa sino que me sustituye y luce de color azul ultramarino. El color cantado para el amor y el gato. Creo en la firma, pero sin ánimo de confundirla con ese corazón flotante que ha hecho de mis últimos días un oscilar constante.
Veo a través del Coração Independente Preto de Joana Vasconcelos una luz que no comprendo. Aquel corazón que transparenta y no ilumina es sin duda una mentira. No necesito acercarme a su perfil plástico para saber que ese brillo artificial solo pretende ser una palabra bien versada, una pérdida sinestésica que me haga olvidar que todo vale en el amor y en la poesía. Digo olvidar porque considero que comparte mucho con tener algo muy presente hasta el punto de funcionar como sinónimo apocopado. El hipocorístico de esta ficción de plástico termina en “-iño”. “Corazonciño” que guarda el cuchillo entre sus roleos, corazón que florece de lo perecedero. Caduco coração preto, que te muestras como independiente cuando pendes de una cadena metálica y naces de una inspiración eterna, de una retaliación carminum et errorum (de poemas y de errores). De aquella vez que pensé en la paz y en las estatuas derruidas, ahora beiges a la luz de un museo. Y confundí ambas con una Verdad. El Corazón Independiente de Joana Vasconcelos no pretende la realidad ni simularla. Rota en el espacio clausurado como si con cada vuelta devolviese a la verdad un poco de su ficticia narración. Como lo hace el autorretrato de Durero colgado de una pared, la fotografía de la madre de Barthes, el propio relato de Barthes, mi firma maltrecha en un papel. Ficción de la ficción. No elijo mentira porque no lo es.
Y el Corazón me pregunta por qué guardo esas palabras junto a mi pastilla de la alergia sino creo en ellas. Por qué ya no retumban y si se debe a ese olvido que trae consigo la rutina. Dice el Corazón que porque son de plástico: eternamente de un solo uso. Digo que merecen un ramo de flores de aquel bazar liquidando todo su género al cincuenta por ciento de descuento.
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