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¡Viva la República!
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Desde la Code. Profesor de Derecho Penal de la Usal y presidente de la Asociación Salamanca Memoria y Justicia

¡Viva la República!

Actualizado 13/04/2024 10:08
Julio Fernández

El 12 de abril de 1931 se celebraron en España elecciones municipales y el resultado no pudo ser más esperanzador: en 42 de las 50 capitales de provincia y en la mayoría de las medianas ciudades españolas vencieron las candidaturas republicano-socialistas, siendo derrotadas las formaciones políticas monárquicas. La victoria de las candidaturas monárquicas en los pequeños municipios, se debió, fundamentalmente, al control que de los mismos hacían los caciques y los curas, más proclives a la monarquía, a mantener los privilegios de aristócratas y burgueses y a mantener en la pobreza y analfabetismo al pueblo llano.

En las grandes ciudades, como Madrid o Barcelona, las candidaturas electas republicanas triplicaban e incluso cuadruplicaban a las monárquicas. Esta victoria propició que dos días más tarde se produjera la proclamación de la II República, pacíficamente, teniendo que salir de España el nefasto rey Alfonso XIII. Aquél 14 de abril, uno de los días más ilusionantes del siglo XX, lo describiría Machado de la siguiente manera: “Era un hermoso día de sol. Con las primeras hojas de los chopos y las últimas flores de los almendros llegaba, al fin, la segunda y gloriosa República Española”.

93 años después de aquéllos acontecimientos, me emociona recordar, homenajear y dignificar uno de los momentos más apasionantes de la historia de España, donde, viniendo de donde veníamos, se aprobó una Constitución Republicana que garantizaba los principios y valores del Estado Social y Democrático de Derecho (libertad, igualdad, fraternidad, justicia, tolerancia, pluralidad), llevándose a cabo importantísimas reformas económicas, sociales, agrarias, educativas y culturales; políticas que pretendían acabar con los desequilibrios económicos, los privilegios ancestrales de los poderosos, de los caciques y hacendados, erradicar la pobreza y el analfabetismo y convertir a España en uno de los referentes de libertad, progreso y democracia más importantes del mundo.

El gobierno provisional de la Segunda República, adoptó como oficial la bandera tricolor y justificó la inclusión de la tercera franja de color morado en la enseña debido a que “la tradición admite por insignia de una región ilustre, nervio de la nacionalidad, con lo que el emblema de la República, así formado, resume más acertadamente, la armonía de una gran España”. Orgullosos teníamos que estar de ello los que pertenecemos a esta noble tierra, porque, tanto Castilla, como León, quedaban mejor representadas en el escudo y la bandera tricolor que en la actual rojigualda.

La Segunda República concedió una importancia capital a la educación. La sociedad española de la época respondía, como bien expusiera Azaña a principios de siglo, a los tópicos de “ atrasada, analfabeta, dormida, sentada a la vera de los caminos de la historia”. Había que comenzar por la contratación de miles de maestros y mejorar las infraestructuras de las escuelas, ya que las existentes eran lugares inmundos y controlados, en su mayoría, por la Iglesia Católica. España tenía, por entonces, una tasa muy elevada de analfabetismo (del 40 %), cuando hoy en día es inferior al 2 %. De ahí que el objetivo de la Segunda República fuera la construcción de hasta 27.000 nuevas escuelas, de las que al final se materializaron menos de la mitad por la irrupción del golpe de Estado y la Guerra Civil y la contratación también de miles de maestros. Con estos mimbres, la República quería consagrar los principios de la escuela pública, obligatoria, laica, mixta e inspirada en la solidaridad humana. Las denominadas Misiones Pedagógicas consiguieron llevar la cultura, el teatro y el cine a miles de pequeños pueblos donde nunca habían presenciado tal nivel de entusiasmo por la lectura y otras actividades culturales, tan necesarias en la formación del ser humano.

Pero todo se truncó, como sabemos, con el terrible, vil y vergonzoso golpe de Estado de julio del 36 que acabó con las libertades democráticas por la fuerza, provocando una Guerra Civil dolorosa y cruenta y una larga, terrible y asesina dictadura Franquista que duró cuatro interminables décadas, durante las cuales se asesinó, torturó, encarceló, exilió y reprimió salvajemente a miles y miles de españoles por el hecho de pensar de otra manera, de defender los ideales de democracia y de libertad, por reivindicar, en definitiva, el orden constitucional republicano proclamado en 1931.

De ahí que desde la asociación “Salamanca por la Memoria y la Justicia” veamos condenable e incomprensible que los partidos que gobiernan nuestra tierra (PP y Vox) hayan dado el visto bueno a una proposición de ley, que denominan de “Concordia de Castilla y León”, en la que se equipara el Franquismo a un sistema democrático, ya que no lo califica de dictadura, no condena el golpe de Estado del 36 y “mete en el mismo saco” al Franquismo y a la Segunda República. No puede haber concordia sin memoria y lo que quieren PP y Vox es blanquear los crímenes de genocidio y de lesa humanidad cometidos durante el Franquismo.

Durante el homenaje de este año a la Segunda República, que realizamos en el Memorial del cementerio San Carlos Borromeo, de Salamanca, hemos querido honrar, recordar y dignificar a los maestros republicanos, un colectivo que sufrió como ninguno la brutalidad del régimen Franquista porque miles de ellos fueron expedientados (se habla de hasta 60.000 expedientes incoados de depuración a otros tantos docentes), muchos de ellos fueron fusilados, otros tantos encarcelados y la mayoría separados del servicio para siempre y en el mejor de los casos, suspendidos temporalmente de empleo y sueldo, multados y trasladados forzosamente de destino. En muchos casos, después de haber sido fusilados, les iniciaron expedientes sancionadores para separarlos del servicio. Fueron crueles con ellos hasta después de ser vilmente asesinados. ¡Terrible!. Aún así, la derecha y la ultraderecha española no son capaces de condenar, sin paliativos, aquél régimen genocida.

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