El domingo pasado en la eucaristía, recordaba el párroco el momento en el que Jesús se reencuentra con sus discípulos después de su resurrección. Al entrar en la casa y hallar a aquellos que lo abandonaron, traicionaron o negaron en el momento más crucial de su vida, él les dijo: “la paz esté con vosotros”. Fácil lo tuvo Jesús, podemos pensar. Puesto que él sabía de antemano las causas de dichas traiciones y el posterior arrepentimiento de sus amigos. Teniendo todas las respuestas, es mucho más fácil ser bondadoso.
Nos da a entender este pasaje de la Biblia que debemos perdonar, o como poco, no guardar rencor a aquellos que nos dejaron en la estacada. Según escuchaba la homilía pensaba en nuestra vida. En aquellos que nos fallaron cuando más los necesitábamos. Quiero creer que, al igual que Pedro, Juan o Judas, esas personas actuaron así por miedo a no estar a la altura; por no saber gestionar una nueva situación para con nosotros. O tal vez por desdén y egoísmo. Quizá fue porque, en realidad, esa amistad que nos profesaban, no lo era tanto y venía con fecha de caducidad. Tal vez, por un compendio de todo eso.
¿Cuán difícil es perdonar cuando hay preguntas sin responder? Procuramos acercarnos a nuestro Dios diariamente, profesando los valores humanos, pero la cosa se complica un poco si aparecen en nuestra vida pequeños reveses, dificultades y decepciones. Cuando nos han dañado, es complicado hacer borrón y cuenta nueva. Los humanos somos hojas de cuaderno: llenos de historias con sus tachones, arreglos y correcciones. Pero nos diferenciamos de ellas en el hecho de que no podemos deshacernos de esas líneas inconexas, turbias e incomprensibles que nos desagradan, tirándolas a la basura. Lo que nos ocurre en nuestro día a día queda clavado en nuestro ser cual espiga. De tal manera que, en ocasiones, duele más intentar sacarla y curar la herida que mantenerla ahí incrustada y molestando de vez en cuando ante el sutil “roce” de algo.
Dicen que el tiempo lo cura todo. Y qué cierto es. Jesús necesitó a penas cuarenta y ocho horas para acercarse a sus amigos y perdonarlos. Desgraciadamente, nosotros solemos necesitar meses e incluso años para entender, integrar y relativizar el daño que nos han causado. Para dejarlo ir. Para dar paz y para estar en paz. Cuando llega el momento en el que hemos hecho ese proceso, entendiendo o no las razones de los acontecimientos, es entonces cuando encontramos LA PAZ. Así, en mayúsculas. Porque sabemos que nosotros actuamos de acuerdo a nuestro “credo”. Porque la conciencia se queda tranquila al entender que hay aspectos que no podemos controlar y ni mucho menos cambiar. Porque habremos reescrito un capítulo más en nuestro cuaderno particular. Esta vez sin titubeos, con letra clara y sin tachones. Bonito. Poniendo la palabra FIN al término de la página y empezando a redactar otros episodios.
Sin embargo, y siempre hay un “pero”, difícil será olvidar.
The Corrs dice en una de sus canciones:
You´re forgiven, not forgotten.
Pues eso.
Gloria Rocas
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