Jueves, 12 de diciembre de 2024
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Mojarse
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Mojarse

Actualizado 10/04/2024 08:15
Raúl Izquierdo

Disfruto paseando por las calles empedradas del casco histórico de mi querida Salamanca cuando está lloviendo y el sonido de las gotas que chocan contra las piedras van formando en el ambiente una melodía rítmica y única. El tono arenisco de las fachadas de los edificios se muda a grises de varias tonalidades y el sonido de la lluvia me huele a vida. No hay casi nadie por las calles, pero la gente mira por la ventana el maravilloso collage que forman las gotas en los cristales, con mil salpicaduras y formas, caprichosas y espontáneas, tomando un café o simplemente tapada con una manta en el sofá de casa. Paso por un parque y contemplo el goteo del agua que va resbalando por las hojas y vuelvo a oler el aroma de la hierba mojada. Incluso cierro los ojos para contemplar mejor la lluvia en toda su sinfonía completa.

Sé que me estoy mojando pero en esta ocasión no me importa, al menos un poco. Miro al cielo y el impacto de la lluvia sobre mi cara me hace sonreir y hasta disfrutar de una sensación de libertad mezclada con otra de placer. Me dan ganas de extender los brazos y abrir las palmas de las manos para ser más consciente de ese regalo en forma de agua, pero viene una pareja y me da un poco de corte. Así que cuando pasan lo hago, esta vez sin importarme quién pueda cruzarse en mi camino.

Y viene a mi memoria aquel maravilloso baile de Gene Kelly en la que canta bajo la lluvia, primero con un paragüas y luego recibiendo todo el agua que cae, con lo que quedó hecho una sopa, pero realmente feliz. Y es que el agua también es una metáfora de las cosas que nos pasan en la vida y nos vienen dadas, muchas veces sin esperarlas. A veces hay que mojarse y dejar que el agua te empape hasta las entrañas y otras, hay que protegerse. Distinguir cuándo hay que hacer lo uno y cuándo lo otro es cuestión de sabiduría o de suerte.

Pero nuestros paragüas son numerosos para evitar lo improvisto o lo que no controlamos, en forma de de dudas, prejuicios o caretas para según qué momentos y con quién estemos. A veces, llegamos a ser casi profesionales en evitar mojarnos, dar nuestra opinión, decir lo que pensamos o expresar lo que sentimos. Claro, muchas veces tenemos miedo a mojarnos, a descolocarnos, a perder nuestra comodidad. ¿Y si digo algo inapropiado? ¿Y si alguien piensa no sé qué? ¿Y si van a pensar….? Y si, y si, y si…. Ancipando el futuro que está por llegar, nos perdemos el presente que estamos viviendo. Nos importa demasiado lo que los demás piensan y quieren, por eso llevamos tantos paragüas en la mochila de la vida, que nunca sabes a quién te vas a encontrar. La lluvia no la podemos controlar, pero llega. Y cuando llega, ¿qué hago?

Gene Kelly bailaba bajo la lluvia incesante y casi torrencial. Ponía ritmo, sonrisa y buen humor ante lo que para otros era un auténtico problema. Ver una oportunidad donde muchos ven un fastidio es un don, que necesitamos desarrollar. Hay personas que pueden tener un problema anímico importante ante dos gotas de lluvia y otras, que son capaces de cantar bajo un diluvio. Necesitamos de estas últimas. Yo las necesito en mi vida y en mi entorno y cuando las encuentro, aprendo y disfruto con ellas. Porque depende en gran medida de cada uno de nosotros que el día, la semana, ¡hasta la existencia! merezca la pena.

No puedo evitar que llueva, ni puedo manipular la lluvia, ni convencerla para lo haga a una hora o en un lugar. Lo que sí puedo decidir es qué hacer cuando llueve, y a lo mejor alguna vez que me quedo en casa, pero otras me querré mojar. Y algunas veces esquivaré los charcos, pero otras saltaré sobre ellos con corazón de niño. Quejarse de la lluvia es taparse los ojos para descubrir posibilidades, caminos por explorar y personas a las que conocer más y mejor. Prefiero mojarme, aunque luego tenga que secarme, pero de momento, que me quiten lo bailado, como a Gene Kelly.

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