Sobrecoge ver, día a día, las imágenes de la franja de Gaza en escombros. Todo un territorio devastado por la crueldad y la guerra, por una irracionalidad que aniquila todo lo humano, sin importar si mueren niños, si se aplica la muerte a tantos inocentes, si se borra de la faz de una pequeña franja de la tierra a un pueblo, al que, al tiempo, por si los bombardeos no fueran suficientes, se le hace morir de hambre.
Las imágenes, en este último sentido, son aterradoras. Esos seres famélicos, en los huesos, que tendrían que clamar a las conciencias en las que resida aún algo de humanidad.
Los escombros son, ay, el símbolo de este tiempo que nos toca vivir. Fuerzas irracionales, antihumanas, destructoras de todo humanismo y convivencia, de todo entendimiento desde distintos flancos, desde distintas perspectivas, quieren reducir a escombros lo que somos.
Y este símbolo o metáfora, como queramos llamarlo, de los escombros puede aplicarse no solo en los planos internacionales: la franja de Gaza destruida, cooperantes de la ONG de José Andrés muertos por las bombas del ejército israelí sin justificación alguna, la guerra en Ucrania estancada, las perspectivas de los extremismos de derecha campando por doquier, la memoria histórica y democrática burlada en determinadas comunidades autónomas en nuestro país, donde también no pocas crispaciones injustificadas (e interesadas) están debilitando la democracia…
Podríamos hacer un recuento mucho más largo. Y cada elemento añadido a tal enumeración aumenta el dramatismo del tiempo que nos está tocando vivir y padecer también.
La respuesta ante este tiempo más que nublado, en el que determinadas fuerzas oscuras pretenden convertir en escombros toda perspectiva civilizadora, humanizadora y humanista, dialogante, aceptadora del otro y de los otros, luminosa…, llevándonos a perspectivas tenebrosas, donde lo humano no puede tener cabida… La respuesta ante este tiempo que algunos quieren tenebroso y sombrío no puede ser otra que la de una acentuación del humanismo.
Un humanismo que tiene ya una madurez de siglos, que se ha ido enriqueciendo y humanizando con no pocas aportaciones, como la ilustración, el romanticismo, las perspectivas de los movimientos obreros, las vanguardias literarias y artísticas, las contribuciones –tan variadas, diversas y enriquecedoras– de los movimientos científicos y de las ciencias sociales en nuestra contemporaneidad…
Todo ello, sumado, ha de constituir un muro frente a los signos de barbarie, tantos y tan tenebrosos, pues tal suma constituye ese edificio tan hermoso y logrado que es el humanismo, que nuestra historia ha sabido ir edificando a lo largo del tiempo.
Porque ¿cómo vamos a desescombrar toda esta barbarie que se está enseñoreando de buena parte de la tierra? ¿Cómo vamos a volver hacia esa deriva que nos lleve a la luz, a la civilización, a la humanización, a la tolerancia, al entendimiento, a la paz, a la aceptación de esa perspectiva múltiple y variada que nos configura y que, por ello, hemos de aceptar?
En la cultura de la paz, del entendimiento, de la civilización, del humanismo… está el camino.
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