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No hay país para tanta torrija
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COLES DE BRUSELAS ,78

No hay país para tanta torrija

Actualizado 31/03/2024 20:06
Concha Torres

Dice el saber popular que es más fácil gestionar la austeridad (ojo, austeridad no pobreza) que la abundancia; probablemente sea verdad, acuérdense ustedes de todos los que ganan el Gordo en Navidad y para la Navidad siguiente ya están endeudados de nuevo.

Para ejemplo de austeridad, teníamos la Semana Santa hace años; por no haber no había ni televisión, más allá de la sempiterna emisión de “Quo vadis” y “Los diez mandamientos”. Música sacra, torrijas y pestiños caseros y nazarenos escasos para acompañar unos pasos que se habían bajado de las andas por falta de hermanos de carga y hacían el recorrido sobre ruedas. Salvo en Sevilla y Valladolid, nuestras semanas santas eran austeras a la par de aburridas; y eran unas vacaciones poco agradecidas que se ceñían a una sola semana, donde abundaban el tiempo revuelto y las tardes de brasero esperando que con la resurrección llegara también la primavera.

Ahora, la Semana Santa se ha convertido en quincena santa y les reto a que me contradigan. Sin tener yo un gran fervor cofrade (ni de ningún otro tipo) solo con seguir la prensa diaria veo con asombro que proliferan y se multiplican los desfiles, las músicas de corneta, los pasos que salen mañana, tarde y noche y las gentes que acuden en masa a verlos salir, entrar, procesionar, pararse, echar a andar y así hasta el infinito. Tengo buena memoria: les aseguro que hace años no había procesiones el sábado anterior al domingo de Ramos ni tantas semanas santas eran declaradas de interés turístico, ni en lugares como Salamanca se juntaban multitudes al paso de los cristos yacentes. Todo eso es tan nuevo como el Mercadona, la tarta de queso convertida en postre nacional o los gastrobares. He tenido que quebrarme los sesos buscando ejemplos porque Internet, los teléfonos móviles y el AVE son más antiguos que este arrebato cofrade que ahora llena calles, plazas y, sobre todo, terrazas de bares, hoteles y restaurantes. En las muchas estrategias para atraer el turismo y hacer que la gente se deje los cuartos en la hostelería, jamás se me pasó por la cabeza que los nazarenos desfilando y las torrijas modernas con cualquier unte por encima fueran un factor de atracción, lo que demuestra lo anticuada que estoy para esto de la cosa comercial y de ganar dinero.

España quiere ser ese lugar donde todo el mundo quiere venir por cualquier motivo. Y por cualquier motivo se ponen los españoles en danza dispuestos a acudir a cualquier provincia, sea bella y monumental o fea como un sapo; tanto vale con tal de que tenga una fiesta y se anuncie: 120.000 personas este año en el carnaval de Ciudad Rodrigo (probablemente sea para alegrarse, a mí me cuesta entenderlo); 170.000 durante el otoño en el parque natural de Las Arribes y 40.000 personas solo en una semana de diciembre para ver las luces de Navidad instaladas por cierta marca chocolatera mediocre…Y eso que no tenemos trenes, que si llegamos a tenerlos y funcionaran todas las frecuencias con Madrid, habría cola en todos los cafés de la Plaza Mayor y cobraríamos por cruzarla en diagonal.

Y la cruda realidad es que tanta visita no acaba de convertirnos en una meca turística ni parece que nos mejoran las infraestructuras ni los habitantes tienen una vida mejor entre tanta algarabía (se me olvida el botellón patrocinado de la Nochevieja Universitaria que también trae lo suyo y nada bueno) ni crece la natalidad ni producimos nada que sea industria tecnológica o puntera y atraiga población para que esta atraiga los trenes. Como en tantos otros sitios desde que el virus dejó de importunarnos, practicamos el “Muchismo”: mucha gente, muchos restaurantes, muchas visitas, muchos acontecimientos no todos razonables; muchos coches, muchos escaparates, mucha tienda repetida, mucha terraza invasora, mucha música molesta, mucha carrera popular, mucha venta de pisos y mucha palabrería inútil en radios y televisiones. Y como nota final, añado que, según lo visto en lo poco que me paseo estos días porque en la calle hay más personas que las que la propia calle admite, hay mucha torrija, y alguna tan moderna y con tantos añadidos que no lo parece; y, sinceramente, no hay país para tanta torrija, ni para muchas otras cosas en las que pecamos por sobreabundancia.

Y ya saben, gestionar la abundancia es complicado, como al que le tocó la lotería y acabó pobre de nuevo…

Concha Torres

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