Vivimos tiempos de pasión en todos los órdenes de la vida y, por otro lado, la presencia o la ausencia de pasión determina nuestra existencia. Cabe pues, que reflexionemos sobre ¿qué es la pasión y cómo nos afecta? La pasión está arraigada en lo más profundo de la experiencia humana. Es un sentimiento intenso, emotivo, entusiasta e ilusionante, que trasciende los límites del dolor físico y psicológico. Una fuerza interior que nos impulsa a prestar atención, tiempo, energía, esfuerzo y compromiso, hacia aquello que nos gusta, amamos y que queremos hacer, alcanzar o disfrutar.
La palabra “pasión” viene del latín “passio” que significa “sufrir”. Está intrínsecamente relacionado con el verbo “padecer” y comparte raíces etimológicas con el vocablo “paciencia”. Desde estas connotaciones, se puede entender mejor la utilización del concepto “pasión” en la antigüedad y en el contexto cristiano, como se puede ver en las expresiones “pasión de Cristo” o “Domingo de pasión”, que simboliza el sufrimiento y padecimiento de Jesús en la cruz. Luego volveremos a ello. Esta idea del sufrir y el padecer es la que encierra el Diccionario de la Lengua Española (DLE) en su primera acepción para el vocablo “pasión” y la reafirma en la segunda por antonomasia como pasión de Jesucristo. Pero hay otras acepciones y otras realidades más allá de la liturgia.
La pasión desencadena poderosos sentimientos que nos impulsan a vencer las dificultades, superar obstáculos y buscar la excelencia en lo que hacemos. Cuando estamos apasionados, sentimos un gran deseo de perseguir nuestros intereses y metas, consecuentemente, la pasión influye en la toma de decisiones, en la forma en que interactuamos con los demás, con el mundo y en el cómo percibimos las cosas.
La intensidad emocional que genera la pasión, registra momentos inolvidables que quedan grabados en nuestra retina, moldeando nuestras vidas y relaciones. La potente fuerza emocional que desencadena la pasión va más allá de ser un simple estado de ánimo en un momento dado. Es un fuerte vínculo entre el individuo y sus emociones, un componente esencial en la narrativa de nuestras vidas presentes y futuras.
Las pasiones se mueven en todos los ámbitos de la vida, entre otros, las encontramos en el amor, el odio, la tristeza, el gozo, el deseo, la aversión. Y, entre las características comunes, están las de ser: una intensidad emocional profunda, con un sentimiento ardiente y poderoso, capaz de dominar la mente y el corazón de las personas; una conexión emocional duradera, con fuerza para mantener la ilusión, el entusiasmo y la dedicación a lo largo del tiempo; una capacidad para unir y compartir, generando comunidades y redes sociales en torno a intereses y metas comunes; un compromiso y devoción, hacia aquello que apasiona, ya sean ideas, personas, causas o actividades. Todo induce a que la pasión tiene un fuerte poder para influir en las decisiones y en las acciones que tomen las personas y, consecuentemente, en nuestras vidas.
Ahora bien, la fuerza de la pasión, como todas las fuerzas, son buenas o no tan buenas, en función de cómo se utilicen. Hay pasiones desenfrenadas, ciegas, que obnubilan la razón y arrastran a la persona más prudente a gritar, a hacer lo contrario de lo que pensaba o a romper las normas establecidas. Ese empuje de la pasión, que lleva a creer que todo es posible, puede que no deje ver las reglas de convivencia y las limitaciones que existen en toda sociedad. Puede que haya pasiones capaces de volver irracional a las personas y a que estas pierdan el control de sí mismo, provocando la pérdida de fortunas, desazones, locuras, conflictos, guerras y hasta la pérdida de la propia vida.
Tornemos a la liturgia y a lo que, por extensión, nos trae la celebración de la pasión. Y, nadie mejor que la comunidad autónoma de Castilla y León para poner en valor todo su potencial, porque esta, con su patrimonio, su historia, su ritual, su territorio y sus gentes, es pasión en sí misma. Así es y así nos lo mostró la Junta de Catilla y León el pasado uno de marzo al presentar la Semana Santa de Castilla y León en el incomparable marco de la Real Fábrica de Tapices en Madrid.
Pasión fue lo que se vivió el viernes 22 en el teatro Bulevar de Torrelodones con una de las obras cumbre de la música, como es el Requiem de Mozart, en el pórtico de la Semana Santa, poniendo en valor el efecto multiplicador de la cultura y la religión cuando ambas se dan la mano. Una semana en la que un invierno retrasado e inesperado está aguando las vacaciones y muchas procesiones, pero no la fuerza de la pasión.
Y, para vivir la pasión en Semana Santa en la más profunda misticidad y austeridad, este año nos ubicamos en Zamora. Ciudad cofrade o nazarena por excelencia donde, salvo raras excepciones, todos los vecinos son cofrades, miembros de una o más cofradías. Sorprende entrar en una vivienda de Zamora y encontrar uniformes cofrades de varias cofradías. Emotivas muestras de pasión en todas y cada una de las múltiples procesiones que recorren las calles de la vieja ciudad amurallada.
Y, significativamente emotivo este año, el concierto de música religiosa del siglo XVI en la Catedral zamorana, una recreación musical del conocido como “Oficio Litúrgico de Tinieblas”, ceremonia solemne, habitualmente reservada a contextos monásticos y catedralicios durante el denominado Triduum Paschale de la liturgia romana. Un ceremonial que narra y describe los acontecimientos vividos por Jesús y sus discípulos a lo largo de la Pasión. Un evento cultural complejo que pone en valor el patrimonio cultural, arquitectónico y artístico de la ciudad de Zamora, de la mano de un coro especializado de voces. Todo pasión.
Les dejo con CAMILO SESTO y su Jesucristo Superstar (Getsemani - Sinfónico)
https://www.youtube.com/watch?v=dKRw5bqm26U
© Francisco Aguadero Fernández, 29 de marzo de 2024
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