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¡Me aburro!
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¡Me aburro!

Actualizado 16/03/2024 16:59
Gloria Rocas

Cuenta Veronica Raimo en su novela Nada es verdad (Libros del Asteroide) que ella empezó a escribir gracias a todo el aburrimiento que le trasmitieron sus padres. Las condiciones de Veronica o Verika eran extremas: una madre hiperaprensiva y un padre un tanto paranoico con las enfermedades, virus y otros gérmenes hicieron que tanto ella como su hermano (también escritor) desarrollaran el arte del aburrimiento como algo inherente a su persona. La autora se queja de esto, de la privación a salir a la calle, de no haber aprendido nunca a nadar o a saltar a la comba y de haber desarrollado el don de mentir, inventar y soñar a causa de su ambiente familiar.

Y yo pienso: bendito aprendizaje el de Verika, señores.

Hoy en día nos encontramos con una generación de niños sobre estimulados. Desde los primeros años de su etapa infantil, (tres añitos) las tardes se convierten para ellos en un maratón de actividades extraescolares. Inglés, lo van a necesitar en cualquier trabajo; música, siempre está bien que el niño toque un instrumento; un deporte, para que se mueva; robótica, que las nuevas tecnologías están en auge... Queremos hacer de nuestros pequeños unos genios. Los más listos, los más competentes, los más de lo más. Pero sin querer, porque todo lo hacemos por su bien, nos estamos equivocando e incluso precipitando.

Los niños en etapa infantil tienen que jugar. Los más pequeños deben explorar lo que les rodea, manejando diferentes materiales, texturas o juguetes. A partir de los tres años, el niño o la niña tiene que salir al parque. No hay mejor sitio para desarrollar habilidades motrices y sociales que una plaza atestada de niños más mayores o pequeños, y empezar a relacionarse, “sufrir” y resolver problemas. Tenemos que pensar que los niños se pasan cinco horas, de media, en el colegio. En unas aulas con sus cuatro paredes, sus sillas, mesas y material de trabajo. Con momentos de juego que oscilan entre veinte y treinta y cinco minutos en el mejor de los casos, y que los días que llueve, ( mane horribilis para los profes) no les da el aire en toda la mañana. Cuando salen de haber cumplido su tarea / obligación, que es asistir a clase, al igual que los mayores vamos a nuestro puesto de trabajo, no deberíamos pedirle mucho más que tirarse en el suelo y ponerse a jugar. Sin directrices, sin muchas reglas y dejándolo experimentar.

Pero, ¿qué pasa en ese momento de libertad? ¿Esos momentos “forzados” que nosotros como padres necesitamos para acabar de colocar la compra, hacer la cena, poner lavadoras? Alrededor de las siete y media de la tarde, claro. Pues que llega la llamada de socorro. ¡¡Mamaaaá, papaaá, me aburrooo!! Y nos echamos las manos a la cabeza. ¿Por qué? Con la de cosas que tiene; con el dinero que me he gastado en X juego y ahora me dice que se aburre. Pues claro que se aburre. Porque no le hemos enseñado a jugar ni le hemos dado la oportunidad de aburrirse como parte de su rutina diaria. Todo lo que ha realizado a lo largo del día, de las semanas, los meses, los años, ha sido dirigido. Cole, fútbol, fichitas de inglés…Y ahora se pone en frente de un baúl lleno de cacharros, él solo, y no sabe qué hacer con ellos.

Debemos enseñar a los niños, desde pequeños, a jugar solos y a aburrirse. Son bastante más beneficiosos para ellos los momentos en casa, descubriendo e investigando, que las extraescolares de 17 a 20 en edades tan tempranas. El aburrimiento promueve la creatividad, la capacidad de invención y hace volar la imaginación. Aspectos muy significativos para el correcto desarrollo del cerebro del niño.

Visitemos más los parques, cuando el tiempo lo permita, y fomentemos más las tardes en casa en épocas de frio, lluvia y viento. Dejemos que nuestros pequeños se aburran. En algún momento, nos lo agradecerán.

Gloria Rocas

www.gloriarocas.es

¨ Veronica, en este caso, no se acentúa porque es la versión italiana del nombre.

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