Zorras

—Lo siento mucho, cariño —susurró a su cría mientras ésta se amamantaba con el mágico elixir que manaba de sus jóvenes pechos—. No son buenos momentos para ser una zorra. Quizá nunca lo haya sido, pero ahora, desde luego, estamos en horas bajas.

La madre, observando cómo su pequeño tesoro vivía ajeno al peligro, dio un barrido a la estancia. Sus sibilinos ojos no detectaron ni el menor ápice de movimiento, por lo que todavía disfrutarían de algunos momentos más de tranquilidad.

—Nuestra familia, los cánidos, siempre estamos en el punto de mira. Más nosotras, por supuesto. Las zorras siempre hemos obtenido la peor parte del pastel, pero nuestras primas las lobas y las perras no se quedan atrás.

La cría, que acababa de soltar el pezón, más por hartazgo que por desinterés, se recostó en su regazo e intercambió algunas palabras con su madre, con su progenitora, con su zorra preferida.

—¿Y los lobos? —preguntó inocente.

—Los lobos son lobos, cariño. Astutos, nocturnos, interesantes. Feroces, valientes y apuestos. Nobles también.

—Comprendo —dijo la pequeña pensativa—. ¿Y las lobas?

—No, ellas no son nada. Rameras si acaso.

—Ya, pero… ¿Y los perros?

—Los perros son perros. Listos, los mejores amigos del ser humano. Son fieles, cariñosos y amigables. No oirás hablar a nadie mal de ellos.

—¿Y las perras?

—Fulanas todas, como las lobas.

—No, es imposible —interpuso la joven cándida—. No puede ser, porque los zorros son listos y audaces.

—Sí, ellos sí. Tendrías que verlos, son capaces de todo. Inteligentes, aplicados y perseverantes. Logran todo lo que se proponen. Incluso los humanos llaman zorro a todo aquel que sea avispado e incisivo.

—¿Y nosotras?

—Nosotras somos zorras.

—¿Y nada más? ¿No somos avispadas y listas?

—No, cariño, sólo zorras.

Apenada y triste, la inocente cría volvió a agarrar con fuerza el pezón de su madre y, sintiendo el calor maternal, se fue sumiendo en un profundo sueño en el que las zorras eran consideradas tan listas como los zorros, las lobas causaban tanto temor como ellos y las perras, lejos de ser todo lo que su madre decía, causaban en sus dueños la misma admiración que sus compañeros perros.

La orgullosa madre, ahora ya tranquila por el bienestar de su cría, volvió a barrer visualmente la estancia antes de cerciorarse de que todo estaba en orden. Después cayó rendida, también, al mundo de los sueños.

Aquella zorra no lo sabía pero, años más tarde, su cría igualaría el mundo.

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