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Tarde, pero no mal
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COLES DE BRUSELAS, 77

Tarde, pero no mal

Actualizado 15/03/2024 16:28
Concha Torres

En estos tiempos insólitos, reconocer las faltas del pasado te convierte automáticamente en el hazmerreír del planeta tierra. Viene esta frase a cuento de la intensidad con la que pedimos dimisiones que son más ajustes de cuentas que otra cosa; de la amargura destilada en más de una columna periodística y en todas las publicaciones de Twitter (¿hay alguien que la llama por su nombre actual?) o de la ola de insultos que levanta el presidente del gobierno cuando sale su rostro en la televisión y apenas ha abierto la boca. Ante tal sunami de mala baba, inquina y con el gatillo del insulto fácil siempre preparado, a ver quién es el guapo que desempeña un cargo público y que sea capaz de decir algo tan sencillo como “lo siento, me equivoqué” y que además suene sincero, que esa es otra.

Las instituciones son maquinaria pesada, lo han sido siempre y no pueden ir por la vida a golpe de frase respondona, tweet chusquero o titular con múltiples admiraciones, que para eso ya tenemos a los tertulianos televisivos. Fíjense lo que hemos tardado en Salamanca en hacer Honoris Causa a Unamuno, que no será porque no lo merecía; varios presidentes latinoamericanos lo consiguieron con más facilidad (y alguno hasta dio con sus huesos en la cárcel); como se le adelantaron igualmente políticos de relieve inexistente y algún que otro pintor más célebre por lo que cobra que por lo que pinta. En esta ciudad, a pesar de procesionar el 31 de diciembre delante de su estatua, vender todo tipo de libretas y pajaritas de papel de recuerdo con sus frases e incluso dedicarle una espléndida casa-museo, hemos sido muy, pero que muy injustos con Don Miguel. Lo hemos remediado tarde; y lo que más siento de esta lejanía en la que vivo es no haber estado presente en el acto, ponerme mi traje de doctora, que es el único disfraz que me autorizo y haber formado parte del cortejo.

En la historia, ha habido personajes que han salido engrandecidos de ella después de alguna que otra pifia simplemente por pedir perdón: Helmut Kohl (al pueblo judío) Tony Blair por el desaguisado de Irak (tardó doce años pero lo hizo, de nuevo tarde, pero no mal); el Japón en 2016 con su emperador al frente por los casos de esclavitud sexual durante la Segunda Guerra Mundial; el actual rey de los belgas, por las tropelías de su antepasado Leopoldo en el Congo o Bill Clinton cuando reconoció en directo televisivo que lo de la becaria no había sido un episodio fugaz y que no debería haber sucedido. ¿Españoles? no aparecen, vaya por Dios.

Y no es porque España se vaya a romper, que no va a ocurrir mañana (ni probablemente nunca) ni porque nuestro país sea un caso desesperado, ni porque haya gobiernos de coalición o deje de haberlos; no nos ocurren ni les ocurren a nuestros políticos cosas que no ocurran en otras partes del mundo y eso se lo aseguro yo, que leo y veo noticias y noticieros a diario en varios idiomas. Es que no nos han enseñado a pedir perdón y reconocer nuestros errores en público, que es algo que no está contemplado ni en los Diez Mandamientos; así que ni en los tiempos del lejano catecismo tuvimos la oportunidad de aprenderlo. Nuestros abuelos se valían del confesionario, pero me temo que ya no sirve porque a ver cuántas personas van a confesarse, que deben contarse con con los dedos de una mano y no andan gestionando la cosa pública. Pedir perdón se ve como una flaqueza; reconocer las equivocaciones, otro tanto y no digamos si la equivocación se traduce en votos. Pedir perdón por algo más que por un empujón en el autobús urbano es signo de debilidad, y en estos tiempos recios nadie quiere ser débil, y menos parecerlo.

En Salamanca hemos tardado ochenta y ocho años en darle a Don Miguel un reconocimiento que hubiera podido recibir incluso en vida, pidiendo perdón a sus herederos, algunos allí presentes, por el descuido. Ya sabe usted Don Miguel: vencer no es convencer y deshacer los convencimientos erróneos a veces lleva varios lustros. Hemos rectificado un error histórico y lo hemos hecho tarde, pero no mal.

Concha Torres

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