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De positivo a permisivo
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De positivo a permisivo

Actualizado 14/03/2024 07:54

El otro día el conserje del colegio me preguntó cómo llevaba eso de estar toda la mañana rodeada de niños, llegar a casa y encontrarme con los míos. Le contesté que mal. Este curso lo estoy llevando realmente mal. Como madre, la escasa paciencia que me queda, la sufren mis hijos. Como maestra, me sugiere una reflexión.

Llevo trabajando trece años y de un tiempo a esta parte, los pequeños, los grupos y sus familias están experimentando un cambio que, creo, no está bien enfocado. Soy madre hace ocho y las corrientes de educar en positivo ya estaban en auge por aquel entonces, pero parece que hoy en día están alcanzo su punto álgido.

Si buscamos la definición de este tipo de educación en Google encontraremos algo tal que así: saber poner límites y normas a través del respeto y la empatía para lograr un buen desarrollo del niño o niña. Educar a partir del sí en lugar del no y buscar alternativas para que los hijos e hijas puedan elegir y alejarse de las normas impuestas.

Suena bien, ¿verdad? Creo firmemente que ponernos en el lugar del niño e intentar ver las cosas desde su punto de vista, es la mejor manera para entenderlo y para que su desarrollo emocional sea el adecuado. Sus procesos mentales, la forma de entender el mundo que les rodea, es totalmente diferente a la nuestra, así que, si partimos de lo que realmente son, niños, podremos gestionar sus conductas y comportamientos mucho mejor. Ahora bien, parece que hay una generación de madres y padres que han tomado de la definición de educar en positivo lo que les ha parecido, cayendo en el error de educar en permisivo, llevando por bandera el monosílabo SI. O, mejor dicho, dejando en el olvido la palabra NO. Hemos pasado de la mano dura de antaño a la mano laxa del siglo XXI, y ni una cosa ni la otra.

Lo primero que encontramos en la definición de esta corriente educativa son las palabras límites y normas. Los niños necesitan saber qué está permitido y qué no, y sus porqués. Cuando un niño de tres o cuatro años tiene unas normas bien definidas, unos horarios estructurados y una rutina marcada, funciona mejor, porque siente seguridad hacia lo que se va a enfrentar. Saber qué viene después o cuál puede ser la consecuencia, buena o mala, de sus acciones, le da confianza y, por lo tanto, se siente más relajado y más feliz.

Ahora bien. Hemos obviado esta parte de la definición y hemos pasado directamente a esto: “que puedan elegir y alejarse de las normas impuestas”. En pro de la felicidad del pequeño, de no crearle situaciones de angustia, ansiedad, desilusión, o por no aguantar una pataleta de supermercado, hemos caído en el error de dejarlos hacer, de que elijan libremente y que vivan como “animalitos”. Libres. Siendo los adultos los que bailemos al son de lo que los pequeños marquen o demanden.

Con este tipo de educación o crianza mal enfocada lo único que estamos consiguiendo es que nuestros niños vivan frustrados continuamente. Suena un poco contradictorio, sí. Son libres, hacen lo que quieren… Tendrían que ser los pequeños más felices del mundo, ¿no? Pues no. Cuando a un niño se lo sobreprotege (entiéndase por este concepto evitar cualquier situación que le produzca angustia, que le suponga trabajo; resolverle cualquier problema poniendo el foco en otro factor que no sea él mismo; darle credibilidad por encima de otro adulto, etc ) lo estamos aislando de la realidad y estamos mermando su autoestima.

¿Os habéis fijado alguna vez en la cara de felicidad que ponen cuando son capaces de hacer algo por ellos mismos? Y no me refiero a grandes hitos, sino a cosas como ponerse los zapatos, cerrar la cremallera del abrigo, trepar por el tobogán o pintar un cuadrado. Todas estas acciones del día a día normal de un niño necesitan de práctica y de ayuda, por supuesto. Al principio, serán torpones y no lo conseguirán. Se enfadarán al ver que no lo hacen bien, porque la inmediatez en la que vivimos tampoco ayuda. Pero al final, con acompañamiento y tiempo, habrán alcanzado sus objetivos y serán los niños más felices de la casa.

Si extrapolamos estas acciones tan cotidianas al ámbito de los límites, las normas, las rutinas y el comportamiento social, obtendremos el mismo resultado. Niños felices. Pequeños que se sienten entendidos y queridos, pero que saben que hay unas líneas que no se deben traspasar y que tienen que respetar. Será costoso, claro que sí. Los adultos tendremos que hacer un trabajo de paciencia, empatía y amor enorme para que entiendan lo que es correcto y lo que NO. Y destaco esta última palabra porque, si bien la definición nos dice que aboguemos por el SI, los adultos no podemos olvidar que, este adverbio de negación debe formar parte de la vida del niño al igual que su antónimo, y que los dos intervienen e interfieren en la vida de las personas.

Quedémonos pues con la parte claro-oscura de la definición y hagamos las cosas con sentido, pensando en que, algún día, nuestros hijos serán personas adultas que se toparán con situaciones complicadas de la vida, donde nosotros no podremos ayudarlos y para las que tendrán que tener una buena base social, unos valores humanos y unas herramientas para enfrentarse a ellas.

Gloria Rocas

www.gloriarocas.com

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