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Elogio de la inactividad
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Elogio de la inactividad

Actualizado 13/03/2024 07:56
Juan Antonio Mateos Pérez

Quietamente sentado, sin hacer nada,

llega la primavera

y crece la hierba sola

ROLAND BARTHES

Sólo en la inactividad nos percatamos del suelo sobre el que pisamos y del espacio en el que nos hallamos. La vida…, se encuentra consigo misma y se contempla a sí misma.

BYUNG-CHUL HAN

Nuestro mundo globalizado y tecnológico ofrece muchas posibilidades de comunicación y de encuentro personal, pero crea también nuevas situaciones de riesgo. Destaco dos, el aislamiento en el enjambre digital y el desasosiego que nos produce el tiempo. Éste nos mantiene en constante actividad, provocando una insatisfacción en nuestra existencia. El desarrollo tecnológico está en muy pocas manos, estas grandes multinacionales que controlan los medios tecnológicos buscan más el beneficio que la verdad y el desarrollo comunitario. La existencia humana está siendo absorbida por la actividad, como consecuencia de ello es posible explotarla.

Vivimos muchas epidemias sociales, la prisa es una de ellas. Más allá del vagabundeo incierto de nuestra cotidianidad, expresado por la prisa en los Medios de Comunicación. La inquietud, los nervios y una angustia difusa caracterizan la vida actual, todo está sometido a cambios, vivimos en un constante movimiento. Las personas se apremian de un acontecimiento a otro, de una información a otra, de una imagen a otra, de un mensaje a otro. Esta aceleración está provocando una fuerte dispersión que mata cualquier contemplación, nos vacía, nos provoca espejismos, nos hace infelices y nos lleva al olvido.

Hemos llegado a ser el hombre que sólo trabaja, un individuo indefenso, desprotegido frente al exceso de positividad, ya no tiene ninguna soberanía. Es un animal laborans que se explota a sí mismo, sin coacción externa, es un individuo depresivo por ese exceso de positividad. Este individuo de rendimiento se abandona a la libertad obligada o a la libre obligación de maximizar el rendimiento. El exceso de trabajo y de rendimiento se agudiza y se convierte en autoexplotación. El explotador es al mismo tiempo el explotado, víctima y verdugo ya no puede diferenciarse.

Más allá de la “sociedad del cansancio”, Byung-Chul Han nos propone en su libro Vida contemplativa. Un elogio de la inactividad, una puerta hacia una existencia más equilibrada y plena, una invitación a replantearnos el sentido de nuestra existencia, porque lo verdaderamente humano es la cuota de inactividad, la vida de ocio, el tiempo de silencio que podemos acumular en nuestra corta vida. Esto no quiere decir que dejemos de trabajar y de hacer cosas, sino que, frente al constante movimiento y el exceso de productividad y consumo, debemos de introducir el ocio como una parte esencial de nuestra vida. Un equilibrio sostenible con nosotros mismos, con los que nos rodean y con el entorno en que vivimos.

La inactividad tiene su propia lógica, su propio lenguaje y temporalidad, su propia arquitectura, incluso su propia magia. No es una forma de debilidad, tiene mucha intensidad, pero no es reconocida por una sociedad de la actividad, el consumo y el rendimiento. La inactividad, el tiempo libre, se ha ido disolviendo en esta sociedad de las prisas y el trabajo, difuminándose en el movimiento hasta volverse una forma vacía de actividad. Nuestro tiempo libre carece de la intensidad vital. Debemos plantearnos el tiempo de ocio como un tiempo de ruptura con el modo cotidiano de vida, como una forma de silencio y contemplación.

El tiempo libre es un tiempo que matamos para impedir que surja el aburrimiento y el tedio. Cada vez soportamos menos el tedio y se va echando a perder la capacidad de tener experiencias. El aburrimiento es un fenómeno cotidiano que nos atormenta cuando la realidad no cumple nuestras expectativas. A todos nos visita alguna vez, en su forma más sencilla y pasajera o en su expresión profunda y duradera. Incluso llegamos a sentirlo en grupo.

Estamos olvidando que la inactividad es una forma intensa de vida, capaz de producir un tiempo verdaderamente libre. La verdadera vida comienza en el momento que termina la preocupación por la supervivencia, es el momento que comienza la fiesta y la cultura. La inactividad y el tiempo libre, diseña una nueva forma de vida que incluye momentos contemplativos con la que afrontar la crisis actual de nuestra sociedad y frenar nuestra propia explotación y la destrucción de la naturaleza.

Por eso debemos hacer una llamada, un elogio de la inactividad y el tiempo libre, para poder recuperar el protagonismo de nuestra propia vida, y también la calma, para saborear lo esencial de la existencia. Debemos de sacar del cuerpo el trabajo y recuperar el tiempo de quietud y silencio, volver a ese estado del corazón, a ese espacio de libertad encontrada. La inactividad es el lugar de la apertura, el hombre sale de sí mismo, de su narcisismo y de sus angustias, abriéndose al otro, hacia la naturaleza, hacia la vida.

El silencio nos vuelve capaces de tener algo que decir, de tener tiempo para pensar, de suspender el lenguaje y brillar en la inactividad y desplegar la poesía. Es en ésta donde la lengua se ha desactivado de sus funciones comunicativas e informativas, descansando en sí misma, contemplando su potencia de decir y abriéndose a un nuevo posible. Es ahí donde la vida se pone en modo contemplativo y vuelve a montarse sobre su secreta razón de ser. Sólo la inactividad nos inicia en el misterio de la vida.

Solamente los poetas han comprendido lo que la naturaleza puede significar para el ser humano, es el lugar de la introspección meditativa o de pensamiento creativo. Debemos buscar la contemplación no sólo en la naturaleza, también en la poesía, en el arte, en la escritura, en el juego, en la fiesta, en la escucha. La verdadera felicidad se debe a lo poco práctico e improductivo, a lo superfluo, a los gestos bellos que no tienen utilidad y no sirven para nada. La inactividad nos permite descansar y tomar distancia, conectarnos con nosotros mismos y reflexionar sobre nuestra existencia, libera nuestra imaginación y nos permite crear, también dedicar tiempo a los amigos y a los seres queridos y, sobre todo, ahondar por caminos del silencio para disfrutar de la belleza y la naturaleza. La contemplación es una puerta abierta para desplegar una vida más equilibrada y plena.

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