Viernes, 03 de mayo de 2024
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El mejor amigo de mis hijos...
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El mejor amigo de mis hijos...

Actualizado 11/03/2024 15:47
Raúl Izquierdo

El mejor amigo de mis hijos será aquella persona que ellos elijan, pero desde luego, no seré yo. Porque a mí, el destino caprichoso, la casi perfecta ciencia genética, la voluntad divina o una conjunción de todas ellas, me han otorgado ya un excelso papel en sus vidas, que es la de ser su padre. Función ésta incompatible con otras no menos importantes, como la de ser amigo. Y es que ser padre y ser amigo no son juntables ni compatibles, como no lo son (mejor dicho, no deberían serlo) el ser bombero y pirómano a la vez, o ser el guitarrista flamenco y el bailaor a un mismo tiempo.

Siento mucho si mi afirmación supone un disgusto o una incomodidad para padres a veces más preocupados por el buen rollo con sus descendientes, que de ejercer el oficio que les regaló la madre naturaleza. Porque al final, si dejas de ser padre para ser amigo, acabas dejando de ser padre y seguirás sin ser amigo. Además, la dejación de las funciones de un padre son difícilmente recuperables en la reválida de la vida, porque lo dejas de ser durante un tiempo y eso no lo recuperas en el examen ni con el libro delante.

La amistad ha sido objeto de infinidad de tratados y reflexiones durante toda la historia. Por ejemplo, para los queridos griegos, el “amor fraterno” era una tarea excelsa dentro de la polis, porque el ser humano es ante todo social, y necesita la vida con otros y otras. Sócrates añadió la “reciprocidad” como un elemento definidor de la amistad, que es un dar y un recibir a la vez. Y para nuestros amados romanos, es toda una virtud, que hay que cuidar y que implica lealtad y sacrificio, entre otras exigencias. Pero una característica de la amistad es la libertad, en el sentido de que elegimos a nuestros amigos y amigas y éstas nos eligen también a nosotros, dando lugar a una relación entre iguales.

La relación entre padres e hijos ni es libre, ni es entre iguales. No es libre, porque mis hijos no me eligieron como padre. Ninguno hemos elegido ser hijo o hija de, sino que se nos ha dado. Ni tampoco es una relación entre iguales, sino que la relación paterno filial está basada en la autoridad, que de por sí es asimétrica por definición. Una autoridad, eso sí, forjada con amor, gratuidad y dedicación, en el que a veces seré el padre más gracioso y simpático de la galaxia, pero otras me tocará poner límites, corregir y marchar líneas rojas. A veces papá tiene que reivindicar la ley y el orden, y otras hacer una locura con sus hijos, reírse a mandíbula batiente o bailar desenfrenadamente, pero no deja de ser papá.

Sé que mis hijos me quieren. Yo les amo profundamente. Nos queremos. Van camino de la adolescencia y aunque hablamos de bastantes temas, soy consciente de que no me cuentan todo lo que viven, pero saben que ahí estoy para lo que necesiten. Tampoco yo les cuento todas mis cosas, ni me lo planteo. Mis hijos esperan de mí que sea su padre, no su mejor amigo. Los amigos ya se encargan ellos de buscarlos y encontrarlos, y si no lo hacen, tendrán que espabilar porque necesitan tener amigos y gente de confianza fuera de la órbita del hogar familiar. Si tienen dificultades en hacer amigos, me tendré que mirar a mí mismo como padre y hacerme la pregunta de sí les dí o les doy las herramientas adecuadas para esa tarea, si les he enseñado o les enseño a estar con otros y otras, a salir del cómodo cascarón de las alas paternas, a valorar la amistad como un regalazo que hay que currarse y trabajar.

Claro, mis hijos que me miran de reojo cada cosa que hago o cada palabra que digo, me ven disfrutando de los amigos y las amigas. Sé que como padre, soy modelo de referencia para ellos, espejo en el que se miran y con el que crecen. Educo más con mis gestos y acciones, que con mis palabras. Les puedo yo decir que hagan amigos, que si me ven más solo que la una o refugiado en la cueva cómoda de la casa o de mi móvil, les va a dar igual. Es como animar a leer a los hijos cuando tú no tocas un libro ni para quitarle el polvo. Lo mismo.

Hoy corremos el riesgo de desvirtuar (porque habíamos quedado en que era una virtud), la amistad. Muchas personas, jóvenes y no tan jóvenes, creen que tienen amigos y amigas por los likes de sus redes o la gente que husmea y que aplaude sus fotos publicadas. ¡Ay!, la sed de ser queridos, escuchados y tenidos en cuenta hace que caigamos en el espejismo de la amistad virtual. Nos conformamos con beber cuatro sorbos de agua estancada y no vamos a beber de los manantiales de agua cristalina y fresca que es la amistad real, la del compromiso, la lealtad y el cuidado mutuo.

Mis hijos necesitan amigos y amigas como los necesito yo. Pero esa necesidad, no la puedo satisfacer con ellos, ni ellos conmigo. A veces tenemos que ser honestos como padres y reconocer nuestra incapacidad para hacer amigos, para las relaciones humanas y saber del peligro que supone querer tratar a nuestros hijos como si fueran colegas. Y al revés, papá no es un amigo más, papá es tu padre. Porque igual que mis hijos necesitan amigos y amigas, también necesitan un padre, me necesitan a mí como padre. Nadie puede sustituir esa ausencia y los que hemos perdido ya a papá, lo sabemos. Porque aunque padre, también soy hijo, y añoro el abrazo de mi padre, su mirada y su complicidad, pero también sé que mi padre me tuvo que reñir, castigar, y ser duro conmigo algunas veces, aunque yo no lo entendiera o no me gustara en su momento.

Los hijos crecen y van aprendiendo a tomar sus decisiones, entre las que están los amigos. Y algún día volarán lejos del hogar familiar para continuar con su vida, ya no como pollitos que necesitan el calor de la gallina, sino como águilas que necesitan surcar libres el cielo con sus alas imponentes. A veces escucho a padres consternados porque sus hijos se hacen mayores y les gustaría que fueran siempre niños. En el fondo, lo que asusta es que los padres también nos hacemos mayores y ese futuro incierto e inimaginable nos puede aterrar.

Ser padre es un oficio antiguo y precioso, difícil y apasionante. Seguro que si mi mujer escribiera, lo haría muy bien sobre la tarea ser madre, pero yo como padre, necesitaba escribir estas líneas, a ver si sigo aprendiendo a hacerlo un poco mejor cada día. Los amigos, que se los busquen mis hijos. Yo bastante tengo con lo mío.

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